Los amigos que acompañaron a Gabo a recibir el Nobel
Honor. En 1982 recibió el máximo premio de la literatura. (Foto: Archivo/EL UNIVERSAL )
Fuenmayor: confidente del discurso
Alfonso Fuenmayor
"Yo veía a Gabito tenso, impecablemente vestido, en el podium. Sin quererlo, me traía a la memoria a aquel niño que, en La hojarasca, acompañaba, endomingado, a su madre, a visitar una casa donde alguien había muerto. Yo me encontraba ahora sentado en una banca como de iglesia, a metro y medio de distancia del sitio en donde él leía su discurso con voz uniforme, sin vacilaciones, aunque quizá -diría yo- con una leve entonación de sochantre". (...)
"Bien podría ser que no estaba por completo leyendo sino repensando lo que leía. Treinta horas antes de este momento, Gabito me había tomado del brazo y me había conducido de la sala a la suite que ocupaba, en el Gran Hotel de Estocolmo, tradicionalmente destinada a los happy few que habían sido galardonados con el Premio Nobel, al dormitorio". (...)
"Ya en el dormitorio, Gabito abrió un maletín negro que estaba en una silla, y extrajo unas diez hojas de papel limpiamente mecanografiadas. Me dijo, alargándolas:
-Maestro, léase esto y me cuenta...
Dándose cuenta de que yo con la miraba buscana dónde sentarme, me dijo:
-Siéntese o acuéstese en la cama, pero piensa que en esa misma cama durmieron Hemingway, Camus, el viejo que sabemos y una que otra mujer como Selma, como Gabriela.
Y Gide -dije yo-, de quien espero que no se me pegue nada...
Quedé solo en aquel aposento de inusitadas proporciones. Acostado en la cama donde había roncado Neruda, yo tenía en las manos precisamente el discruso que ahora Gabito estaba leyendo.
En las primeras páginas era el Gabito que ha deleitado a millones y millones de perosnas dispersas en toda la extensión del planeta. No dejó de sorprenderme que en un discurso para ocasión tan solemne, se dijeran cosas que me hacían reír, casi a carcajadas. Pero el discurso fue apretando las calvijas. Aquello se ponía pogresivamente serio y preocupante. A medidaa que se hacía un sabio despliegue de estadísticas. Entre otras retuve una frase: ‘América no quiere ni tiene por qué ser un alfil sin albedrío ni tiene nada de quimérico que sus designios de independencia y originalidad se conviertan en una aspiración occidental'. Ya yo no me reía, ya yo era un hombre preocupado y perplejo. Entreabrí la puerta, con un gesto llamé a Mercedes y le devolví el discurso. Entonces le dije al Cocodrilo, que nunca había sido más sagrado que entonces:
-Quiero entregarte esto en tus propias manos. Gabito me lo dio para que lo leyera.
Al verme, Gabito se separó de un grupo en emdio del cual se encontraba y vino hacia mí:
-¿Cómo te pareció? -me preguntó.
-Maravilloso -le contesté-. Para mí ha sido muy útil. Ahora sí creo comprender tu posición política y muchas cosas más...
-Es que lo que acabas de leer -me comentó- no es ni más ni menos que Cien años de soledad...". (...)
"Dueño de sí mismo, en una tribuna de excepcional importancia, Gabito sabía lo que estaba diciendo, por qué lo estaba diciendo y a quién se lo estaba diciendo". (...)
"Cuando Gabito terminó su discurso, aquel recinto se estremeció con el batir de las palmas de los concurrentes. Alguien dijo que nunca antes en esa augusta sala se había sentido tanto estruendo. Los aplausos que allí resonaron no eran los fríos aplausos protocolarios, los pausados aplausos que hacen obligatorias las buenas maneras. Esos eran aplausos que venían con fuerza irrevocable de más allá de la gentileza. En ellos no hablaba su pulido lenguaje la urbanidad. Era su voz sincera que hasta en las criaturas más insensibles, en un cierto momento se expresa".
*Fragmentos tomados del libro ‘Aracataca Estocolmo', de Colcultura, 1983.
A ritmo de acordeones
Rafael Escalona
"Si los homenajes gastaran a los hombres, ya Gabito seria un pedacito de hombre. Con excepción del actual Papa (Juan Pablo II), porque él los suscita, nadie en le mundo ha recibido más homenajes.
El mayor homenaje para Gabito es no hablarle de su grandeza. ¡Ya grande!, después de grade, cualquiera lo puede medir y para eso sí sobran topógrafos oportunistas que desean pasearse permanentemente por la topografía de su fama para sacar ventajas a medias.
Gabo tiene una estatura: ¡la que él tiene!, la que él mide, la que alcanzó sin empujón de nadie; la de él solo, la de él.
Hablo así porque a través de los años, cuando he visto el enano convertirse en gigante, también he visto cómo aparecen los oportunistas buscando el abrigo de la sabana macondiana, con que Remedios la Bella subió al cielo impulsada por la imaginación mágica de Gabito.
El caso mío con él es distinto: yo lo conocí cuando solo era Gabito, por edad, tamaño y fama. Fue en La Cueva de Barranquila, al lado de Alfonso Fuenmayor, Álvaro Cepeda Samudio, Quique Scopell, José Miguel Racedo, Juan B. Fernández, Germán Vargas, Alejandro Obregón y otros. Cada uno sabía para lo que iba a servir y nosotros sabíamos para qué serviría cada uno". (...)
"Cuando lo vi en Estocolomo, enfrentado a los académicos y a la realeza europea, lo encontré lo mismo que hace 30 años: el Gabo sencillo, afectuoso, como siempre preguntándome por Colacho, la vieja Sara, Poncho Cotes, Miguel Canales y tantos otros personajes de mi tierra.
Me preguntó un poco de cosas, cosas por las cuales solo él sabe preguntar. Me preguntó por qué no le había hecho una canción, le dije que me la habían encargado y que yo no hago cantos por encargo. Se quedó mirándome. Se atusó el bigote con la mano y me dijo: ¡de acuerdo, gran vergajo!
Tengo más que ninguno, razones amistoras y afectivas para hacerle canciones a Gabo. En este caso, después de mi regreso de Estocolmo, ya sin encargo alguno, y con un merecido homenaje folklórico de Colombia, de la Costa a Gabo, le hice esta canción, donde la temática de su obra es la misma razón de mi canto (Véase recuadro)". (...)
"Gabo me invitó a que hablaramos a solas en un barco vikingo que era mi hotel. Estuvimos 50 minutos juntos.
Lo que los periodistas han llamado ‘20 minutos de Soledad'. Hablamos de las cosas mías y de cosas de él. De las mías nos reímos mucho; de las de él se ponía muy serio, ¡yo no! Fue una conversación muy personal". (...)
"Cuando nos despedimos, enla cubierta del barco vikingo, me preguntó: Rafa, ¿cuál es la vaina que más te ha gustado en Estocolmo? La reina -le contesté- y después las vikingas. -¡Carajo!, tienes buen gusto. ¿Y qué no te ha gustado, Rafa? -¡No poder ver a las vikingas en Bikini! ¡Cipotes de hembras! Lo que pasa es que con tanto invierno andan más arropás que una monja árabe recién metida al convento".
La mirada de un hermano
Eligio García Márquez
"Pero, efectivamente, como en los viajes de Conrad, donde nadie, ni le protagonista ni el lector y tampoco el autor sospechan qué puede suceder realmente al final, el de Estocolmo resultó más hacia adentro, hacia las tinieblas del corazón que a las exteriores de Suecia". (...)
"De manera que hablar de Nobel es hablar de él y sus amigos. Quizás a la larga el mecanismo sea más objetivo, ya que otro de los aspectos intersantes de Estocolmo fue precisamente ese: sus amigos. El haber podido reunir por primera vez y quizás única vez para siempre a todo ese reducido grupo de personas dispersas por el mundo para quienes -según él mismo ha pregonado tantas veces- escribe".
"Algunos no se conocían personalmente, aunque sabían quiénes eran y qué hacían e incluso, a veces, qué soñaban. Otros parecían no tener nada en común, excepto quizá la lengua y la amistad que los unía a Gabito. Pero habían oído hablar los unos de los otros continuamente a lo largo de muchos años, y se conocían tanto por medio de tantas referencias ajenas, que al verse por primera vez pareció más bien un simple reencuentro largamente postergado". (...)
"¿Qué pensarían los suecos de esta corte? ¿Qué pensarían los colombianos? ¿Qué pensaría el propio Gabito, asumiendo hasta las últimas consecuencias, y con una disciplina militar, su papel de vedette en esa fiesta de vedettes? Él fue feliz con ellos, a pesar de los desgraciado que también fue por la dura misión que debió cumplir en esos cuatro días de Estocolmo: el amargo sentimiento de Pometeo, no robando sino cuidando celosamente el fuego de los dioses, y para quien la más mínima duda o equivocación habría causado la pérdida del fuego y el consecuente castigo de los dioses humanos, más rencorosos e implacables y déspotas que los propios del Olimpo.
Pero él finalmene fue feliz, gracias a que todo salió bien, como lo había imaginado. Y gracias también a la presencia feliz de sus amigos".
Castaño: un ‘amanuense' sonoro
Álvaro Castaño Castillo
"Siempre llevo en mis viajes una grabadora de bolsillo, poco más grande que un paquete de cigarrillos. No creo que mis compañeros de Estocolmo haya dispuesto, al organizar sus recuerdos, de un testimonios más vivo y terminante que el que guardo en mis grabaciones". (...)
"Sigo desenrollando los recuerdos de mi grabadora en la mano (...). Aquí está el primero. Es la voz de Meter Landelius, nuestro intérprete, el más cercano de los amigos sueco que nos acomapañaron. Nos traduce en el Gran Hotel, en la habitación de García Márquez, el comentario que al otro día del Nobel publicó el ‘Dagens Nyheter', el mpas importante periódico de Suecis: ‘Las cosas nunca más serán como antes en la Sala Azul del Ayuntamiento. No desde que García Márquez y sus amigos colombianos nos mostraron cómo debe hacerse una fiesta Nobel. Los 60 músicos y bailarines de su país natal hicieron que toda esta sociedad pomposa: rey y reina, doctos e incultos, siguieran el ritmo con sus manos. Fue una fiesta grande llena de color...'".
cvtp