El encuentro de García Márquez con el teatro
Faceta. Después de escuchar la cantaleta de una mujer contra su marido, decidió escribir una obra de teatro. (Foto: Reuters )
En noviembre de 1987 Gabo terminó la redacción para teatro de su inmortal Diatriba de amor contra un hombre sentado. La escribió para la actriz argentina Graciela Dufau y por eso el personaje lleva su nombre.
Se la ofreció en La Habana unos meses antes. Se la mandó cumplidamente a Buenos Aires tres meses después. Fue el montaje de estreno de esta pieza.
Tuve el privilegio de actuar el segundo en 1994. Se le ocurrió escribirla -nos confesó a mí y a su director Ricardo Camacho- cuando un día en Barranquilla había pasado al lado de uno de esos balcones de ciudades calientes a los que se lanzan los ocupantes de la casa a "coger el fresco", y la dueña de casa -asumo que era la dueña- estaba bombardeando a su marido con una inmisericorde "cantaleta".
Eran probablemente las 11 de la mañana. Al volver a pasar por el mismo sitio a las 5 de la tarde, la misma donna seguía con idéntica perorata. Y entonces pensó, nos dijo: "Tengo que escribir esto para teatro algún día".
Con la Diatriba viajé durante tres años por nueve países del mundo e incontables poblaciones colombianas de escasa seguridad y carreteras inmisericordes, pero con públicos hambrientos de escuchar las divinas palabras.
En el Teatro de la Abadía de Madrid, al terminar la función, una amiga me dijo: "Eso es lo que siempre le quise decir a mi marido, pero nunca encontré las palabras apropiadas".
Gabo, el alquimista de la palabra, el escanógrafo doctorado en despecho femenino, lo hizo más que perfecto por ella, cuando en la obertura del monólogo escribe: "¡Nada se parece tanto al infierno como un matrimonio feliz!"
Y luego: "Entonces entendí lo que nunca había querido entender: que hay un momento de la vida en que una mujer casada puede acostarse con otro sin ser infiel".
Y hacia el final, cuando Graciela le dice a su marido: "...prefiero la libertad de estarlo buscando para siempre que el horror de saber que no existe otro a quien pueda querer como sólo he querido a uno en esta vida. ¿Sabes a quién?: A ti, cabrón".
Hoy, mientras releía el texto tantas veces interpretado, traté de reesculcarlo con paciencia en mi memoria, pero me atropelló su sonoridad, y confieso, sin pudor, que me atacó la nostalgia y las ganas de hacerlo de nuevo. En una actriz, ese estado del alma solo lo logran los grandes clásicos, antiguos y modernos. Gabo es uno de ellos.
Después, plasmando la idea original y libreto de Esteban García, produjimos conjuntamente en Bogotá La Casa, una teatralización del primer tercio de Cien años de soledad, dirigida por David Gurji, oriundo de Georgia, quien decía que su país se parece mucho al nuestro, porque todos están locos. Igual que los personajes de Gabo.
Interpreté a Úrsula Iguarán, la matrona de verdades irrefutables y energía pantagruélica, que es enterrada ciega, a sus más de ciento quince años.
Fue un homenaje teatral y una puesta en escena muy personal y arriesgada, hecha con una honrada pasión por el juego escénico.
También, por invitación del director Jorge Alí Triana, representé en el Gala Theatre de Washington a la abuela desalmada de La cándida Eréndira: monstruo alucinante, devorador, pecaminoso, sin corazón, enloquecido por la nostalgia de épocas mejores; la pieza ya había sido llevada a escena por el Teatro El Local de Miguel Torres muchos años atrás (Carmenza Gómez interpretó a la abuela a sus escasos 24 años) y en 1983 el realizador Ruy Guerra hizo el largometraje con la emblemática actriz griega Irene Papas en el mismo rol.
No tengo presentes todos los montajes que el teatro colombiano ha abordado con la partitura del mago de Macondo. Son incontables. Entre aficionados, semiprofesionales y profesionales.
Pero tal vez no hay ningún conjunto teatral, director, adaptador, actor o actriz que no lo haya intentado. Para indignación de algunos habitantes de la India, el director británico Peter Brook abordó su personal Mahabharata en un montaje de siete horas.
En Colombia el escultor de nuestra épica no es anónimo: se llama Gabriel José de la Concordia García Márquez, o Gabo, desde que Eduardo Zalamea Borda comenzara a llamarlo así, o Gabito. Prefiero llamarlo Gabo. Mi Gabo personal. Una de mis más personales inspiraciones desde que mi abuela de la Sierra Nevada me crió con leche de burra y me llevó a conocer el hielo.
*Actriz, directora, docente.
cvtp