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Mujeres en la 'guerra' de Michoacán

Lydiette Carrión| El Universal
04:10Viernes 24 de enero de 2014

Video. Entre centenares de hombres, hay un puñado de mujeres que también ha decidido levantarse y sumarse a las autodefensas. Aquí sus historias.

La

BATALLA. La "Comandanta Bonita", con un R-15 en mano, estuvo al frente el día en que las autodefensas arrebataron Nueva Italia a "Los Caballeros Templarios". (Foto: JORGE SERRATOS / EL UNIVERSAL )

En las filas de las autodefensas hay un puñado de mujeres que decidió levantarse contra el crimen organizado. "La Bonita" es escolta de "El Americano"; Idalia fue cortadora de limón y "Dulcinea" es menor de edad

politica@eluniversal.com.mx

TIERRA CALIENTE.— Entre centenares de hombres, hay un puñado de mujeres que también ha decidido levantarse y sumarse a las autodefensas. Son absoluta minoría. No todas disparan. La mayoría de ellas decidieron apoyar este movimiento desde el hogar. Tampoco tienen mucha voz o decisión. Por ejemplo, el consejo ciudadano de las autodefensas —que aglutina a todos los municipios que se han levantado en Michoacán— tiene más de 30 consejeros, y sólo tres son mujeres. ¿Cómo viven la guerra ellas, que han decidido irse con “la bola”? Dicen que no es fácil; lo más duro es luchar contra los prejuicios de la gente. Pero no se arrepienten de la decisión que tomaron.

La “Comandanta Bonita”

Sólo una mujer estuvo en el frente, entre centenares de hombres, la mañana del 12 de enero en que las autodefensas arrebataron Nueva Italia a Los Caballeros Templarios a punta de pistola.

Ella iba con el grupo de la camioneta lujosa, con un R-15 en mano. Playera, jeans entubados y tenis. Maquillaje impecable. Pequeña, rasgos delicados, mirada endurecida en ojos grandes de muñeca. La ciudad estaba sitiada y bajo fuego, y ellos circulaban sobre la carretera con destino a Lombardía. Ahí, unos 30 metros adelante, a la altura de una discoteca, unos “vatos” llevaban las camisetas blancas de las autodefensas.

—¿Son amigos? —preguntó alguien.

—Vénganse, vénganse, son amigos —contestó otro.

Pero uno de los “amigos” se sentó en medio de la carretera. Llevaba un “lanzapapas”, como llaman por acá a los lanzagranadas. Eran templarios disfrazados.

“Ahí va la bala”, anunció alguien en la radio de guerra, donde se escucha a las autodefensas y templarios por igual. El tipo sentado disparó una “papa” contra la camioneta. No le dio. El objetivo aún estaba lejos. Ahí dio inicio uno de los enfrentamientos más violentos.

El encontronazo “estuvo bueno”, resume La Bonita.

—¿Y no te dio miedo? —se le cuestiona a la chica.

Guarda silencio un momento, extrañada, como si se le estuviera preguntando si cree en duendes o en hadas.

—No —responde con voz grave. Será por mi carácter, que lo tengo muy duro. O porque ya me acostumbré... quizá la primera vez...

—¿Cuándo fue la primera vez?

—Tenía 15 años.

Ella salía de una fiesta con su novio y llevaba el arma de él en la bolsa. Alguien trató de atacarlos. Ella le dio el arma y se defendió. Entonces La Bonita era una adolescente, pero ahora, a sus 31 años, la anécdota es casi rosa, después de haber dejado a sus dos hijas y su empleo en una tienda de autoservicio en Estados Unidos, y pasar casi un año de batallas como escolta de El Americano.

Y no es poco el papel de escolta de El Americano, líder de Buenavista. Él ha encabezado la toma de Parácuaro, Antúnez, Nueva Italia. Los de Buenavista van casi siempre al frente. Y con ellos va La Bonita.

Originaria de Cenobio Moreno, municipio de Apatzingán, creció en Estados Unidos, pero regresaba a Michoacán seguido. Y cada que lo hacía, le tocaba saber de gente asesinada, niños desaparecidos. “Niños de cuatro o cinco años levantados”, dice con indignación. “Para no ir más lejos, se llevaron a mi cuñada con tres meses de embarazo”.

Cuando comenzó lo de las autodefensas decidió sumarse. “Y aquí estamos”, resume. “Yo no ando con ninguno. Muchos piensan que por ser mujer andas con el jefe o algo. Hay algunas muchachitas que sí. Pero yo no. Yo vengo por esto”, y afianza su R-15.

Y eso lo reiteran sus compañeros: “Muchas vienen con novio; ella, La Bonita, viene sola”.

Ser mujer, joven y bonita en medio de un pequeño ejército, requiere darse su lugar. A veces es difícil. Nadie le ha faltado al respeto, pero muchos de ellos llevan meses sin ver a su mujer y ella siente cómo la miran. “A mí me respetan mucho. Todos me hablan de usted. Y no me hablo con todos”.

Entre centenares de hombres, hay un puñado de mujeres. La mayoría están armadas. Pero sólo una dispara en Nueva Italia: la Comandanta Bonita.

—¿Has matado a alguien?

Sorprendida, se ríe. Con carcajada grave, inquietante, responde:

—No sé. Yo sólo disparo.

Idalia

Cuando las autodefensas llegaron a una ranchería cercana a Pizándaro, agarraron a un “puntero” (halcón, informante de Los Caballeros Templarios) y se lo llevaron a la cabecera municipal, en Buenavista. Idalia, una joven cortadora de limón, vio cómo se llevaban al hombre que quería, y al poco tiempo recorrió el puñado de kilómetros que la separaban de él. Pero Buenavista, a pesar de ser un bastión de autodefensas, no está libre de espías; alguien la vio e informó a los templarios de Pizándaro que Idalia “andaba con los comunitarios”.

Uno de los templarios, apodado El Águila, la fue a buscar una noche, cuando la joven de 22 años estaba con sus amigos echando unos tragos. Él llegó y la mandó llamar.

—Me dijeron que tú le pasas información a los comunitarios —le dijo El Águila a la chica.

—La neta yo no. No he andado con ellos ni pienso andar —le contestó.

—Así no me dijeron.

—No quiero problemas, ni con ustedes ni con ellos —reviró Idalia—, porque tengo una niña.

Desde entonces, Él Águila comenzó a asediarla, a presionarla para que se fuera con él.

Pasó el tiempo, y en una ocasión el templario le mandó un mensaje: debía ir a la comunidad de Los Charcos esa misma tarde. Pero fue entonces que los comunitarios llegaron a Pizándaro. “Miré cuando pasaron. Vi la caravana y dije: ‘de aquí soy’”, relata Idalia.

Se acercó al líder de Buenavista, El Americano. Él la aceptó, pero primero le pidió su celular y rompió el chip. Con ello se cancelaba todo vínculo con los templarios. Su primer trabajo entonces fue en la barricada principal, anotando las placas de los taxis que pasaban.

Eso fue hace seis meses. Ahora lleva un arma corta que sabe utilizar, pero no dispara. Mas no está exenta de sufrir todas las incomodidades de andar de pueblo en pueblo, cuidar las barricadas y hacer otras labores. De ello dan cuenta su elaborado manicure todo despostillado y los pies sucios en sus femeninas zapatillas de tiritas.

Pese a “ir en la bola”, no deja de ser femenina. Lleva un glamoroso rímel azul metálico en las pestañas, que enmarcan sus ojazos negros, el rasgo más llamativo de su bello rostro moreno lastimado por la pobreza; lleva brillo en sus delicados labios, que exhiben una dentadura destruida, producto de la falta de atención dental desde la niñez.

A su hija de cuatro años, que se quedó con los abuelos, no la ve. No puede ir a su pueblo, ya que otra chica subió al Facebook una foto de Idalia con los comunitarios y etiquetó a un templario, para que la viera. “¿A qué me arriesgo, a que me den un balazo?”. Atrás quedó su vida como cortadora de limón.

“Dulcinea”

Dulcinea metió a la mochila escolar tres pantalones, tres blusas y ropa interior. Dejó su casa como si nada e incluso fue a clases, a la secundaria donde estudiaba el segundo año. Pero a la hora de la salida, en lugar de dirigirse a su hogar tomó un taxi rumbo a la cabecera municipal, Buenavista, a una hora de camino. Ahí, su hermano ya la esperaba. Así se unió a las autodefensas. Fue el día en que Dulcinea —de 14 años— dejó a las personas y cosas que ama: su hermanita de 8 años, jugar como delantera en el equipo de futbol —deporte para el que, dice, es muy buena—, a sus amigas y a su mamá. Todo por las armas.

Dulcinea relata sus peripecias sonriente, con cara infantil, maquillada. Es muy alta y delgada. Tiene cuerpo de modelo y sonrisa de niñita; es conmovedor verla entre “la bola”, con puros hombres hechos, sobre un camión de redilas rumbo a un patrullaje.

Ella advierte que casi nunca anda armada ni dispara. Ayuda en otras cosas. A veces lava ropa para sus compañeros, acompaña a su hermano en la barricada, anda de civil. Cuando el Ejército ha querido desarmar a las autodefensas, forma parte de la gente que acude en ayuda.

Casi nunca tira. Pero ya lo ha hecho, dice. En una ocasión se encontró en medio de un balacera. Eran templarios. Y “pues yo también tiré. Y me dio miedo, pero ni modo, dije, ‘vamos a calarnos aquí’”. Llevaba un arma corta. Y se caló.

Por ser mujer y muy joven, ha sufrido la condena moral de la gente: una chiquilla entre puros hombres. “Las personas civiles siempre andan tachando de que ‘nada más anda con este o aquel’. No se dan cuenta de que una anda apoyando. Me da coraje, todavía que una anda arriesgando la vida por ayudarlos”.

—¿Cómo te imaginas en el futuro? —se le pregunta.

—A lo mejor, empezar las clases. Empezar la escuela abierta. Me gustaría ser diseñadora de modas o estilista.

Ahora está enamorada de un joven de las autodefensas; él le ha regalado un gato de peluche que lleva a los diferentes campamentos. Pero ni el hermano ni el novio le quitan cierta soledad.

Cuando va a bañarse y a descansar al hotel, muchas veces se acuesta a ver la tele, “y entonces pienso: ‘Mira, estoy hasta acá, yo sola’”.



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