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Échele, mézclele… ¡y póngaselo!

BERNARDO HERNÁNDEZ| El Universal
00:18Martes 14 de abril de 2015

. (Foto: Especial )


Total, ¿qué tanto es tantito? Si las grandes sacerdotisas del street style, los sumos pontífices del Blog y las divas del cabaret Instagram ya le dieron el visto bueno –precedido por la bendición de las deidades antediluvianas de los medios impresos–    no se pierde nada si al estilo mix & match se le agrega una buena dosis de irreverencia.  Quizá es momento de llevar el eclecticismo al siguiente nivel.

Me declaro Fan Form Hell de Lila Downs. He tenido la oportunidad de entrevistarla en dos ocasiones y, en ambas, terminamos llorando como Magdalenas mixtecas y anhelando unos buenos mezcales. Al escuchar su más reciente álbum, Balas y Chocolate (Sony Music), descubro que México aún tiene una posibilidad de redención: el arte. Lila no sólo enriquece el quehacer latinoamericano, también se atrinchera en su propia barricada de protesta. Alza la voz, ¡y de qué manera!, para imprimir en los más variados ritmos las demandas de un país que, por momentos, parece que se nos va de las manos.

Uno de las peculiaridades que llaman la atención en su obra es la capacidad para reinventarse, innovar y experimentar, sin traicionarse a sí misma ni darle carpetazo al pasado; al contrario, parte de ahí para transformarse en un laboratorio ambulante que, mediante una fuerza interpretativa y un estilo únicos, no ceja en su misión de coquetear con el futuro, generar  pautas musicales para el presente y explorar tendencias que terminan por hipnotizarnos.

En su nueva producción, la cantautora expresa su indignación y dolor por lo que acontece en el territorio nacional. Inicia el CD cantando: “Estoy tan decepcionada”, en la canción Humito de copal, en la que declara: “Soy la voz del que desapareció, soy la mujer que por su vida peleó”. Los temas de traición, pérdida, muerte y amor se entretejen a lo largo de 13 cortes fortalecidos por esa voz telúrica  y sus potentes letras. La música, de múltiples matices, tiene resonancias del folclor y las tradiciones rurales, así como variaciones del sofisticado bolero e incluso del jubiloso klezmer. Balas y Chocolate es una mezcla de instrumentos que sirven como escaparate para la voz de Lila, que resuena en temas operísticos, de rap o norteños, con falsetes y contraltos plenos de carácter. Mención aparte merecen los duetos que realiza con Juan Gabriel en la canción La farsante (¡una verdadera bomba!), y con Juanes, en La patria madrina.

En medio de este banquete de maridajes conceptuales –que van de lo especiado a lo sutil– me doy cuenta que la música de Downs, quien ahora luce el vestuario de Yakaitian y Mane, va años luz adelante que al menos el 80 por ciento de la moda mexicana. Mientras ella imparte cátedra de eclecticismo avant-garde, la costura nacional se vanagloria de poner tres tristes adornos dizque boho chic en un mugriento traje de baño o en cualquier otra prenda igualmente desabrida. A Dios gracias hay creadores y firmas –como Yakampot, dirigida por Francisco Cancino, o las maravillas que están confeccionando los alumnos del Instituto de Estudios Superiores de Moda Casa de Francia, bajo la dirección de Emmanuele De Román– que están generando proyectos que realmente hacen avanzar a la moda mexicana. Pero de ahí en fuera, me sobran dedos de la mano para contar lo que vale la pena en términos de aportaciones propositivas. Y de fusiones inesperadas, mestizajes atípicos y acoplamientos que vayan más allá de lo predecible, mejor ni hablamos.

Si el maximalismo y la ostentación fueron el sello de la casa en los años 80; el minimalismo, el grunge y la estética rave tomaron posesión de la década siguiente, en lo que va del año 2000 a la fecha uno de los rasgos clave es el efecto mix & match. A nivel internacional las aportaciones han sido asombrosas (lo que hacen Miuccia Prada y Dries Van Noten son, quizá, los ejercicios más destacados), pero en México la cosa está más triste que una novia de pueblo sin vestido clonado de Mitzy. Oigo Balas y Chocolate y quisiera ver por la calle tehuanas góticas, chinas poblanas décontracté o mariachis con trajes teñidos de rosa vibrante. Sé que no va a ocurrir, al menos no tan pronto como me gustaría. Pero me es imposible aguardar más, la paciencia no es una de mis cualidades, y si lo analizamos detenidamente, tampoco de la moda. Habrá, pues, que seguir el ritmo de la Downs y ataviarnos de hibridaciones que certifiquen que por nuestras venas corre sangre, y no atole. 



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