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Chachita en el país de la talla cero

BERNARDO HERNÁNDEZ| El Universal
00:18Sábado 21 de marzo de 2015

. (Foto: Especial )

A todos nos gusta pensar –de hecho algunos lo asumimos– que la belleza y el estilo no se vinculan de manera irreductible con un canon estético en boga, un prototipo físico al alza o una talla más bien reducida. En ese sentido, la moda, aunque tenga mala prensa, ha ganado terreno en el ámbito de la inclusión y la pluralidad.

No lo niegues: todos tenemos nuestros guilty pleasures televisivos. Y quien diga que no es así, ¡miente! El mío, debo confesarlo, es What Not to Wear, un programa a medio camino entre un reality show y un ejercicio fílmico de makeover que se transmite semanalmente por Discovery Home & Health.

La versión original era inglesa, pero ya sabemos que los estadounidenses son los amos y señores plenipotenciarios del Planeta TV, así que adquirieron los derechos y contrataron a dos conductores que, contrariamente a lo que pudiera suponerse, no sólo son fotogénicos y carismáticos, también son sensatos, amables  y sencillos.

Y no, no estoy exagerando. Stacy London y Clinton Kelly son el tipo de personas que te gustaría invitar a cenar para charlar sobre moda mientras descorchas una botella tras otra de Dom Pérignon o, en su defecto, algún vino espumoso, que para el caso cualquier lubricante social que se inscriba en la categoría etílica resulta útil.

La dinámica del programa no es nada del otro mundo: amigos y familiares postulan a una persona con un nivel de estilo al ras del suelo y cuya imagen bien puede ser calificada como espeluznante. Acto seguido, el equipo de producción comienza a filmarla mediante el sistema de cámara escondida, para que Stacy y Clinton puedan hacer su trabajo: detectar cuáles son los problemas más notorios, dónde se ubican las áreas de oportunidad, esbozar un perfil de su vida profesional, trazar pautas conductuales y hallar los tics estilísticos más recurrentes de la chica cuyo look pide a gritos ayuda.

La participante debe viajar a Nueva York, donde los conductores le otorgan una tarjeta con valor de cinco mil dólares para que adquiera un nuevo guardarropa, no sin antes tirar a la basura (literalmente) toda su ropa e introducirla en un cuarto de espejos de 360° en el que se enfrentará a su realidad. Las participantes lloran, realizan fuertes declaraciones, intentan aferrarse a sus viejas prendas y hacen hasta lo indecible por justificar su apariencia. Pero Stacy y Clinton tienen tácticas persuasivas de alta eficacia y siempre guardan un as bajo la manga: excelentes consejos, sugerencias y trucos para mejorar la imagen, ante los cuales hasta la persona más reticente dobla las manitas.

Tras una maratón de compras, una revisión de su estado emocional y un duro pero necesario examen de su silueta, la participante experimenta una metamorfosis sorprendente, con cambio de maquillaje y peinado incluido. Pero lo verdaderamente interesante del show no es sólo la asombrosa transformación física sino también la rectificación de actitud. Lo más valioso de este programa no son sus estratégicos tips, sino la manera en que ayuda a las personas a comprender que la moda es una herramienta para ser un poco más dichosos, para que enfrentemos la vida con más elementos a nuestro favor y, sobre todo, para que entendamos que verse y sentirse bien no dependen necesariamente de ser talla cero.

En una transmisión reciente se abordó el caso de una mujer con sobrepeso. Lógicamente, temas como la autoestima, la aceptación y el manejo de miedos e inseguridades salieron a flote. Estos aspectos, que a todos nos conciernen y que de una u otra forma alimentan a nuestros demonios, fueron el punto de partida para que Stacy y Clinton impartieran una cátedra sobre construcción identitaria y uso adecuado de tendencias, sin importar si se trata de una talla extra o una petite. “Tapar con prendas lo que no te gusta de tu cuerpo no hace que el problema desaparezca, sólo intenta ocultarlo y, muchas veces, lo hace incluso más notorio”, le comentó Stacy a la chica que protagonizó aquel capítulo.

Obsesionados con la “perfección” corporal y esclavos voluntarios del culto a la imagen, olvidamos que en la moda lo único que jamás deberá ser talla cero es nuestra seguridad y, en consecuencia, la capacidad de divertirnos, expresarnos e intentar hallar la plenitud mediante una imagen que responda de manera asertiva y honesta a una sola pregunta: ¿quiénes queremos ser en realidad?



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