Guerrero: Zona de fosas clandestinas
En lo que va del año, Iguala encabeza la lista de cadáveres hallados en fosas clandestinas de Guerro; le siguen Taxco, Acapulco y Zumpango. En la imagen se observan los trabajos de rescate de dos cuerpos encontrados en la colonia Villa Madero, en Acapulco.. (Foto: CUARTOSCURO )
Chilpancingo
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El médico Mario Alberto Aguirre Puente, director del Servicio Médico Forense (Semefo) en la región Centro de Guerrero, mueve su computadora en cuya pantalla se mira un cuerpo en descomposición, casi en huesos. Pregunta: “¿a poco creen que en estas condiciones es posible que alguien reconozca estos cadáveres?”.
Es martes 17 de junio de 2014 y en el Semefo de Chilpancingo, donde se entrevista a Aguirre Puente, hay 14 cadáveres sin identificar rescatados hace unos días —entre el 7 y el 9 de junio— en seis tumbas clandestinas del predio Ojo de Agua en Zumpango, a unos 20 minutos del lugar donde estamos.
—¿Son los muertos que sacaron hace una semana? —se le preguntó, sin dejar de mirar el monitor.
—Sí, tres mujeres y 11 hombres. Todos adultos.
Luego se sabrá que de entre esos 14 cuerpos había dos chicas de 15 y 17 años, la primera de las cuales fue identificada como una adolescente secuestrada en el municipio de Zumpango, en diciembre de 2013. La única de este grupo cuya identidad se descubrió.
En la oficina de Aguirre Puente hay otro funcionario, el médico Édgar Lemus Delgado, asesor en medicina legal y forense del gobierno del estado. Lemus Delgado escucha con seriedad la entrevista al director.
—¿En qué medida se pueden identificar los cadáveres que rescatan de fosas clandestinas?
—Es una labor muy difícil.
Lemus Delgado interviene:
—Sí es posible; mire, ahí se aprecia bien la dentadura y puede entrar el trabajo del odontólogo forense.
—¿Y se hace ese trabajo?
—Sí, pero tenemos otras limitantes que nos impiden hacer la identificación.
—¿Cuáles?
—Tenemos dos forenses de alta concentración, donde hay mucha afluencia de cuerpos: el de Chilpancingo, que concentra los de la región Centro y Montaña; y el de Acapulco, donde se concentran los cuerpos que llegan de ese municipio (de casi un millón de habitantes) y de Costa Chica y Costa Grande. En Iguala (que es una funeraria habilitada como morgue) todos los de la zona Norte y Tierra Caliente.
—No nos damos abasto —interviene Aguirre Puente—; por ejemplo, sólo tenemos un antropólogo forense para todo el estado.
El antropólogo forense se llama Leonid Arreaga Martínez. Él ofrece números como la explicación más convincente a esa acumulación de trabajo: hasta octubre de 2014 se han rescatado 152 cadáveres de fosas clandestinas en todo el territorio guerrerense. A ello habría que sumarle 240 personas desaparecidas, de acuerdo con información del perito en odontología, Emilio Gregorio Ayala, entre los que se encuentran los 43 estudiantes de la Normal de Ayotzinapa que han desatado indignación en todo el país.
Iguala encabeza la lista de los cuerpos hallados en lo que va de este año, con 70; le siguen Taxco, con 25; Acapulco y Zumpango, con 14 cada uno; Chilpancingo, 6, y Teloloapan, 2. La información proporcionada por el equipo forense no establece en qué municipios aparecieron los 21 cuerpos restantes.
Según datos de la PGR, de 2006 a 2013 se encontraron 58 cadáveres en fosas de Guerrero.
El territorio de Guerrero semeja un cementerio clandestino. Una fosa común de 63 mil 794 kilómetros cuadrados.
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Volvemos al 17 de junio. Para cuando se localizaron los 14 cuerpos de Zumpango, en Guerrero ya se habían hallado en el primer semestre de 2014 un centenar de cadáveres enterrados en varios municipios. En febrero fueron localizados 25 cuerpos en el predio Cerro La Antena, en Taxco. En marzo se encontraron cuatro cadáveres en Santa Teresa, Iguala; en abril otros nueve, también en Iguala, pero ahora en Cerro Gordo; y en mayo, en la colonia Monte Horeb fueron localizados 19 cuerpos, lo mismo en Iguala.
De abril a mayo se encontraron 14 cadáveres enterrados en narcofosas en Acapulco; igual en mayo se hallaron seis en Chilpancingo y dos en Teloloapan. Si se hace la suma, el resultado no sería un número redondo de 100 cadáveres, porque cuando el forense Arreaga Martínez proporcionó la información no pudo precisar muchos lugares. Lo que hizo fue abrir su computadora y, de acuerdo con su registro, enumeró de manera desordenada: “uno, más uno, más nueve, más uno, más 25, más 14…” y así hasta que sumaron, hasta mayo de 2014, 100 cuerpos.
Eso dista mucho de la respuesta que dieron los funcionarios forenses Aguirre Puente y Lemus Delgado. “Son como 17”, dijo el primero después de una semana que se le solicitó la información. “Son datos que no tengo a la mano y que tendría que consultar en los libros de gobierno”, dijo el segundo.
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La verdadera dimensión de los crímenes que se cometen en Guerrero se puede medir por la cantidad de cuerpos hallados enterrados o semienterrados en cualquiera de los 81 municipios de la entidad. En 2010, por ejemplo, las cifras alcanzaron la categoría de lo atroz: en mayo de ese año se descubrieron 54 cadáveres en una mina de Taxco, en el Norte de Guerrero. Y en noviembre se localizaron 18 cuerpos más en un predio del poblado de Tunzingo, en Acapulco, los cuales, se conoció más tarde, pertenecían al grupo de 20 michoacanos desaparecidos en ese puerto un mes antes. Aunque el tamaño real del crimen puede seguir sepultado.
En la entrevista que se le hizo al antropólogo Arreaga Martínez se habló también con Gregorio Ayala, perito en odontología forense del Semefo. Ambos comparten la misma oficina y han hecho incontables entrevistas con familias que se presentan a la morgue para indicar señas particulares que tendrían sus parientes desaparecidos: malformaciones congénitas o adquiridas, lunares, amalgamas en la dentadura y demás tratamientos dentales; o tatuajes en el pecho, en los brazos, en el cuello. Lo que sea.
Gregorio Ayala hizo un recuento de 197 desaparecidos que, sólo en lo que va de este año, tiene registrados.
Se les preguntó el número de entrevistas que tuvieron para dar con la identidad de los 54 cadáveres encontrados en Taxco en 2010. Ayala revisó sus archivos y respondió: “Unas 300”.
—¿Y cuántos se identificaron?
—Nueve —repuso el antropólogo Arreaga.
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Si a todos los cadáveres hallados en fosas clandestinas en lo que va del año, incluyendo los 14 de Zumpango rescatados en junio pasado, se le suman los 38 cuerpos localizados en octubre después de las desaparición de los estudiantes de Ayotzinapa, la cifra de cadáveres se incrementaría a 152.
Y si a los 197 desaparecidos que hace referencia el perito Greogorio Ayala se le suman los 43 normalistas sin localizar desde el 26 de septiembre, la suma total sería de 240.
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De octubre para acá las cosas han cambiado en el Semefo de Chilpancingo. Donde antes era una instancia en la que se tenía libre acceso, al menos hasta el recibidor, hoy hasta el portón del estacionamiento permanece cerrado. Con Arreaga Martínez, el antropólogo forense de Guerrero con quien se había mantenido una comunicación fluida, apenas se ha podido intercambiar un par de mensajes, y el perito odontólogo enmudeció por completo.
Cuando se conoció que un equipo de antropólogos forenses argentinos venían a Guerrero para coadyuvar en la localización de los 43 normalistas se hizo contacto con Arreaga para saber cómo se estaban desarrollando los trabajos.
—Desconozco —dijo—, yo estoy haciendo mi trabajo solo y ellos el suyo.
—¿Pero están trabajando o es cierto que los están bloqueando, como se denunció?
—Desconozco. Repito: yo hago mi trabajo y ellos el suyo.
En el Semefo de Chilpancingo, que ahora permanece cerrado, los forenses argentinos trabajan en silencio y sin que nadie los vea. La oficina que Arreaga y Gregorio Ayala comparten tiene una ventana que da la sala de necropsia. Desde ahí se logró ver, hace tres meses, el trabajo que médicos y técnicos forenses guerrerenses hacían con 14 cadáveres recién llegados de un enfrentamiento ocurrido en Chilapa un día antes.
Esa ventana con persianas ahora también permanece cerrada, sellada con cinta canela; y las instalaciones del Semefo huelen un poco más a sala mortuoria que otras veces, a pesar de que no hace mucho cambiaron el frigorífico y ahora le caben hasta 240 cadáveres, cuando antes sólo había cupo para 45. Aquí, los médicos Lemus Delgado y Aguirre Puente, así como Leonid Arreaga Martínez y Emilio Gregorio Ayala, están más serios que de costumbre. Será porque en estos días todos prefieren callar.
—¿Es posible hablar con los antropólogos argentinos? —se le preguntó a Aguirre Puente.
—Eso chécalo con Lemus.
Fuimos a ver a Lemus.
—Eso es cuestión de ellos —dijo Lemus—. Espérelos cuando salgan a las ocho de la noche y si quieren decir algo, allá ellos.
Desde la oficina de Arreaga y Gregorio Ayala —que en ningún momento hablaron salvo para decir “adelante”, al oír llamados en su puerta— se alcanzaron a ver, a pesar de las persianas clausuradas, tres de los forenses argentinos. Sobre una de las planchas tenían una columna vertebral con algunas costillas adheridas. Una de las forenses colocó un cráneo de tal modo que quería darle forma a la osamenta. Había más huesos. Hablaban, aunque no se les veía la boca, pero se regresaban a ver los unos a los otros y hacían gesticulaciones.
En el pasillo estaba una oficina abierta y adentro gente trabajando en computadoras portátiles. Uno de ellos era del equipo forense.
—Pero no pueden estar aquí —dijo.
—Se nos permitió entrar.
—Pero no tenemos permitido hablar.
En la salida había dos observadores de Derechos Humanos de la ONU que acudieron a supervisar el trabajo del equipo forense.
—¿Por qué están aquí? —se le preguntó a uno de ellos, una chica española.
—A petición de algunas organizaciones.
—¿Qué organizaciones?
—No te puedo decir más.
—¿Por qué tanto silencio?
—Desconozco —dijo y subió a la camioneta cuyo chofer ya tenía el motor encendido.