Gabo, el más querido. Gabo dio dignidad al oficio del escritor en Colombia
EN ARACATACA. La última visita del escritor a su pueblo natal fue en 2007; en la imagen, acompañado por su esposa Mercedes Barcha. (Foto: EL TIEMPO / GDA )
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Siete carpetas con cada uno de los capítulos de Vivir para contarla, le entregó Gabriel García Márquez al también escritor colombiano William Ospina hace poco más de una década. El poeta recuerda que se sintió abrumado cuando el Premio Nobel de Literatura le dijo: “Estoy escribiendo mis memorias; a mí me gustaría que tú fueras el primer lector de ese libro”.
Siete días se tomó para leer los siete capítulos; Ospina anotaba al margen comentarios, a sabiendas de que no era una corrección lo que García Márquez esperaba de él: “Gabo no quería que revisara su libro, estaba compartiendo conmigo puro afecto, eran sus memorias de cómo se hizo escritor en un medio tan difícil como Colombia. Eso me conmovió mucho. Era un gesto de un escritor mayor, que hablaba con un colega, un congénere, que compartía con él algunas de sus vicisitudes literarias. Me sentí muy conmovido y muy honrado por eso”.
Ospina, cuyo libro Las auroras de sangre, acerca de la obra del Cronista de Indias Juan de Castellanos había recibido muy buenos comentarios del propio García Márquez, le preguntó años más tarde por la continuación de sus memorias: “Me dijo: ‘Lo estuve pensando, pero me arrepentí de escribir la segunda parte porque descubrí que todo eso que tengo que contar, ya lo he escrito: lo escribí en mis crónicas, en mis notas periodísticas, lo que fue mi vida en Europa, el viaje a la Unión Soviética, lo que fue el trabajo Prensa Latina; no quiero sentirme otra vez escribiendo lo que ya he escrito’. Yo le comenté que tal vez habría cosas que sus lectores querrían saber. Entonces, me miro y me dijo: ‘¿Cómo cuáles? ¿Cómo qué, por ejemplo?’ Yo le respondí: ‘por ejemplo, ¿cómo fue tu relación con la gloria? o tu relación con otros escritores…’ Y me dijo: ‘Eso de mi fama, lo supieron más los otros que yo. Es un imaginario que viven y crean otros; yo escribí, viví encerrado, dedicado a eso y a la vida familiar; sí advertía cuando salía que algunos hacían revuelo conmigo, pero esas cosas las viven más los demás’. Y sobre los otros escritores me dijo: ‘Es como si yo empezara a decirme, ¿ahora de qué escribo? Los libros tienen que ser necesarios, uno tiene sentir que nacen de uno, que se le imponen. Y no siento ya la necesidad de escribir ese libro’”.
Nuevas obras
En cambio, García Márquez le contó a Ospina de tres novelas cortas: “Pensaba que las novelas breves eran la perfección del género, mencionaba Muerte en Venecia y Tonio Kröger, de Thomas Mann, y Pedro Páramo, de Juan Rulfo”.
De aquellas tres novelas, García Márquez publicó Memoria de mis putas tristes ; la segunda era En agosto nos vemos, cuya publicación dependerá de los herederos, según Penguin Random House. La tercera novela, cuenta Ospina, iba a ser “El virrey resucitado por amor”, que retomaba un personaje maravilloso, el del cuento, “Blacamán el bueno, vendedor de milagros”.
Mirar a Colombia
El lector ávido, el escritor apasionado por la poesía, el ser mágico y legendario, son rasgos de García Márquez que William Ospina va detallando a lo largo de la entrevista, vía telefónica. Se detiene para señalar un legado muy particular del Nobel para Colombia: “Nos enseñó a mirar un país que no estábamos acostumbrados a ver”.
Se explica así: “Crecimos en un relato de Colombia que todavía parecía el relato de la Conquista, se miraba el país como desde la proa de las calaveras de Cristóbal Colón, no teníamos ojos para ver todo lo que era colombiano: el colorido, los mundos caribeño, mestizo, africano; eso estaba en la cultura popular, pero en el relato formal del país no había nada de eso. En la obra de García Márquez, esa Colombia no solamente hacía irrupción, sino que hacía irrupción de una manera festiva, elocuente, fabulosa, fantástica. Colombia es el único país donde se eternizó una casta de criollos que se sentían un poco avergonzados de ser colombianos, que se querían sentir europeos. García Márquez percibió que en ese relato de Colombia faltaba el espíritu sensual y alegre del mundo caribeño, y que Colombia no sólo había perdido Panamá sino que había perdido una vocación continental. Después de Simón Bolívar y de Porfirio Barba Jacob, García Márquez es el colombiano más continental y universal que hemos tenido. Él alcanzó una nueva mirada sobre el continente que nos ha hecho más orgullosos de la tierra a la que pertenecemos”.
Pero si el relato de la otra Colombia era complicado, también lo era el ejercicio de la literatura. “Todo lo que escribió fue sobre Colombia; la razón por la cual se fue para México es porque en esos tiempos Colombia no era un país acogedor con la literatura, no era un país donde el estatus de escritor tuviera una respetabilidad social; en Colombia se leían los libros pero nadie ayudaba a escribirlos; nadie echaba a los escritores, pero nadie los acogía tampoco; no había estímulos de ninguna clase, en tanto que México siempre fue un medio propicio para la literatura, por ejemplo, Barba Jacob encontró ahí mismo lo que llamaba su ‘tierra de elección’, y buena parte de la literatura colombiana se ha escrito en México: Álvaro Mutis, Fernando Vallejo...”
“En Colombia -dice Ospina- todo escritor se sentía un poco como un ave rara; el oficio literario era mirado con cierta sorna, cierta compasión. Eso cambió con el Nobel para García Márquez, y ahora es digno dedicarse al oficio de la escritura”.
Lo que dio García Márquez a Colombia, Ospina lo hace extensivo a América Latina: “No es que haya cambiado la realidad, es que le dio nombre; en esa medida la hizo más perceptible y visible. Es un benefactor de América Latina porque tuvo la magia, el embrujo y el don, ese don misterioso de convertir el lenguaje en un instrumento para fundar un mundo en el relato, para establecer unas verdades de ese mundo que otros no veían. Nos dejó un mundo más reconocible, del que todos nos sentimos hoy más orgullosos; en esa medida fue nuestro inventor”.