Gustoso del pan y la repostería
El chef Eduardo Da Silva . (Foto: Jorge Sánchez )
Antes de conocer su amor por el pan y la repostería, el chef Eduardo Da Silva era comerciante de zapatos; llevaba 15 años en el negocio y quería expandir sus sucursales dentro de los nuevos centros comerciales de Insurgentes y Santa Fe. Junto con su esposa Paulina, pidió un préstamo al banco, pero sucedió el llamado “error de diciembre”, en 1994, y quebraron. A sus casi 40 años de edad, había perdido todo y tenía que empezar de cero.
Sin embargo, eso no lo detuvo, pues encontró el anuncio de un diplomado de gastronomía en la Universidad Anahuac del Sur y quiso “averiguar si la cocina podía dejar de ser un hobby y convertirse en una profesión para generar un ingreso. A los meses estaba enamorado de la cocina. Convertí la de mi casa en mi taller de experimentos y al poco tiempo en el restaurante de mi hermana necesitaron a alguien que les hiciera pasteles. Así comenzó a ser redituable”, platica el chef.
Tomó otro diplomado, esta vez de repostería francesa, y buscó un local para empezar a vender sus creaciones. Se estableció en la calle de Oscar Wilde, donde durante 30 años había sido una joyería. En el año 2000, él y Paulina inauguraron una pequeña pastelería estilo europeo.
Un amigo le sugirió que vendiera croissants y baguettes, por lo que contrató personas para que los hicieran; pero un año después, cansado de que no quedaran como él quería, decidió hacerlos él mismo. “Sucedió algo extraño, como si el pan y yo nos conociéramos de toda la vida, se me dio de manera simple, como simbiosis, como si ya lo supiera. Me puse a entender la fermentación, como funciona un pan y literalmente se me destapó el cerebro; empecé a hacer productos de panadería”, expresa.
Nicho dormido
El negocio comenzó a crecer a través de la panadería, pues debido a la aparición de las tiendas departamentales, se había perdido la costumbre de comprar pan en el barrio. “Abrimos camino, empezamos a crecer por el pan porque la repostería era difícil de entender, era muy europea. Y las tiendas hacían el producto por miles y eso deteriora la calidad”, agrega Da Silva.
Su tienda se llenó de vecinos y extranjeros, “todo mundo quería un pan que le recordara de alguna forma a su lugar de origen. Eso fue muy gratificante. Además, yo me encontraba siempre con las manos en la masa porque la gente me veía por la ventana que tiene el local”, puntualiza.
Actualmente, Eduardo cuenta con cuatro tiendas, dos propias y dos franquicias, y una bodega de 400 metros cuadrados donde tienen cuatro zonas: repostería, chocolatería, panadería dulce y salada. Su plan es crecer a 15 tiendas. No obstante, él sigue encontrando el momento para crear, inspirarse y disfrutar la repostería..