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José Vales Desde el Cono Sur

José Vales| El Universal
05:30Lunes 06 de octubre de 2014


Con los números puestos, la elección en Brasil se deja ver en su real tamaño un examen para todo Sudamérica donde se juega la continuidad de las políticas que primaron en los últimos 12 anos ante la voluntad de aquellos que piden a gritos un cambio. Sin despreciar la inclusión social que permitieron las políticas de los gobiernos del Partido de los Trabajadores, por lo menos un 80 % de brasilenos apoyan mejores instituciones, mejores esquemas de salud y educación y un combate franco y abierto contra la corrupción. Por eso mucho de ellos habían explorado, junto a banqueros y empresarios, a Marina Silva como un estilete electoral para perforar la maquinaria del poder petista. En el final del camino se arrepintieron. La observaron, demasiada cargada de contradicciones y muy aferrada a sus convicciones religiosas, la que la dejó mal parada en posiciones como el aborto o el matrimonio igualitario. Si bien el poder económico quiere menos intervención estatal se convenció de que no es época de monsergas que sobreviven del medioevo.

Por eso, todo volvió a Aecio Neves, un hombre que se preparó para este momento desde la adolescencia, junto a su abuelo Tancredo Neves, el presidente que no fue. Había surgido del consenso legislativo, en un colegio electoral que la dictadura habilitó para elegir al mandatario de la transición después de una larga negociación de los militares con la dinastía de políticos del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB) que lideraban el abuelo del hoy candidato y Ulises Guimaraes. Ambos mineiros, ambos muertos en singulares circunstancias. La dictadura había logrado colocar como vice a José Sarney, el mismo que en los últimos anos se alió al PT, pero Tancredo falleció un día antes de asumir el poder. Guimaraes perecería en un accidente aéreo en 1990, a los pocos días de la caída de Fernando Collor de Mello.

Desde aquellos días Aecio mama el poder. Es el vocero de la necesidad de abrir la economía de par en par y de provocar una devaluación de la moneda para acabar con los problemas de competitividad y de rediseñar el Mercosur y a las alianzas internacionales. Propone acercarse más a la Alianza del Pacífico, para tratar de conservar un liderazgo regional que México, como en su momento, vuelve a amenazar y poner en caja a países como Argentina o Venezuela, que al gobierno de Dilma y los exportadores brasileños le trajeron más de un dolor de cabeza.

La sorpresiva votación de Aecio, un fiel representante de lo que fue el Brasil de Fernando Henrique Cardoso con privatizaciones endeudamiento y crisis económica, obligó ya a Dilma Rousseff a afinar su discurso en la noche misma del domingo, Habló de cambio, reconoció errores y ahora va a buscar una alianza con las huestes de Silva, que muchos ven más abierta a un acuerdo con Neves que con el PT como ocurrió hace ocho anos.

Así, la elección brasileña gana en incógnita y emoción. Aún cuando lo que se presenta como nuevo es más de lo viejo que nunca terminó de morir. Muchas de esas políticas que se cuestionan en los discursos fueron mantenidas con un pulmotor por el PT en el poder. No obstante, lo que pase en la elección brasilena dentro de tres semanas, tendrá un efecto inmediato en la región, principalmente, para la alicaída economía argentina. Una economía que no necesita de factores externos para empeorar. De eso se ocupan su iconoclasta ministro de Economía, Axel Kicillof y su presidenta, Cristina Kirchner, quien en la última semana protagonizó una serie de disparatados discursos, para prender fuego en público al presidente del Banco Central, Juan Carlos Fábrega y declararle la guerra desde Barack Obama hasta los molinos de viento.

Nada hace prever que esta semana la cosa con la presidenta argentina vaya a ser distinta. Se siguen esperando otros cambios en el gabinete, aunque la agenda electoral de la región se detendrá en Bolivia, el domingo, para ratificar el liderazgo de Evo Morales y el Movimiento al Socialismo (MAS). Con los números económicos que pueden mostrar en estos ocho anos del gobierno -en las antípodas de sus vecinos argentinos y de sus socios venezolanos-, y la complicidad de una oposición que no sabe, no quiere o no puede articular una alternativa, Evo parece cada vez más invencible.

Una condición que ya quisiera para ella en estas horas, Dilma Rousseff y algunos de sus colegas, que para renovar credenciales o para gobernar, deberán esforzarse un poco más, sino pretenden que este huracán que pide cambios, sin saber con quién ni cómo, termine por
arrastrarlos irreversiblemente.



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