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José Vales Desde el Cono Sur

José Vales / Corresponsal| El Universal
07:10Buenos Aires | Lunes 01 de septiembre de 2014
La corrosiva acción del poder

Doce anos en el poder es demasiado. Lo fue para algunos talentos políticos como Francois Mitterrand o Felipe González y lo es para cualquier presidente sudamericano hoy, que se aferran a él, tal vez por costumbre o por la seducción que genera el mismo, en algunos casos, o bien, porque sólo poseen la perpetuación como toda máscara ideológica.

En la región abundan los casos. El más cercano es el del kirchnerismo, desde el 2003 en el gobierno y con 15 meses aún en la chequera para seguir reventando la vapuleada economía argentina. Evo Morales ya tiene el pasaporte listo para que se lo marquen en octubre y así emprender otro viaje de cuatro anos para seguir ofreciendo todo el potencial minero que posee su país a los grandes inversores. Cuando Rafael Correa se anime a abandonar la presidencia, tal vez ya no queden ni rastros de la prensa independiente en un país, que no supo, no quiso o no pudo generar un liderazgo superador al del socialcristiano, León Febres Cordero (1984-1988). Tal vez en Uruguay, donde hasta hace semanas nada más el ex presidente Tabaré Vázquez (2005-2010) vivía confiado en su regreso a la presidencia, la cosa pueda ser distinta, con el crecimiento del siempre sonriente Luis Lacalle Pou, hijo del ex presidente Luis Lacalle (1990-1995). Aún cuando no tenga mucho para ofrecer de nuevo más que su sonrisa.

Pero el caso  testigo para demostrar que el poder apelmaza y corre es el del Partido de los Trabajadores (PT) en Brasil, que viene pagando el costo de sus propias alianzas y sus manifiestas contradicciones con su rica historia de luchas, en la última etapa de la dictadura y los primeros de la democracia recuperada.

Un partido que pasó de defender los derechos individuales en la oposición a reprimir las manifestaciones sociales previas al mundial, una organización política que movilizó a un país entero en 1991 para acabar con la corrupción en la gestión de Fernando Collor de Mello y que una vez en el Palacio del Planalto, protagonizó sonados escándalos y, lo que es peor, termina ahora aliado con Collor en su candidatura a Senador por Alagoas a cambio del apoyo a Dilma Rousseff.

Todo esto sin contar el manejo de la economía, que no distó mucho de lo que aconteció en la década neoliberal de Fernando Henrique Cardoso.

Dentro de estos contornos puede explicarse el fenómeno de la ambientalista evangélica Marina Silva, quien con sólo aceptar la candidatura a la presidencia que quedó vacante tras el accidente que le costó la vida a Eduardo Campos, se disparó en las encuestas.

Ex referente del PT y ministra de Medio Ambiente de Lula, Silva fue una de las primeras, junta a otra candidata a la presidencia, Luciana Genro, en cuestionar el viraje que el partido venía dando en el poder todavía con Lula como presidente. La alianza con el ex presidente José Sarney (1984-1989) y los escándalos la llevaron a hacer lo que jamás había pensado hacer, romper con el PT.

Con una pequeña agrupación, fue candidata en el 2010 y conquistó 20 millones de votos y se posicionó como una estrella política, con una historia de vida que nada tenía que envidiarle a la del propio, Lula.

Ahora, cuando el destino le volvió a marcar el camino hacia la presidencia, captó la inmediata atención de quienes el ano pasado salieron a las calles a decir "Chega"("basta") y de los que pretenden que la política sea mucho más que acuerdos permanentes entre sectores.

Con la última encuesta que la muestra ganando en una potencial segunda vuelta, la semana pasada Salió victoriosa del primer debate presidencial, por coherente y por haber demostrado sentido común. Fue ese momento que registraron los medios y las encuestadoras el que llevó a Lula a decir en privado: "conozco más a Marina, incluso que a Dilma, y te aseguro que no será presidenta de Brasil..."

El argumento del ex líder es que está llena de contradicciones y que no sabe pactar, algo que en la política brasileña puede equivaler a un pecado mortal. Pero está arropada por empresarios y ex ministros y en los próximos días por otros prominentes nombres que hicieron historia también en el PT.

Dicen que no hay peor astilla que la del mismo palo, y Silva es una astilla cada vez más punzante de ese corroído tronco que es hoy el PT y a la que, más allá de si triunfa o pierde, la sociedad ve en ella que no es de las políticas a las que todo da lo mismo. No es igual Chico Mendes, el asesinado ambientalista al lado de quien creció Silva, que Collor de Mello y que el poder es bien público y no casilleros a ocupar, como el que en estos días ocupa el ex presidente colombiano, Ernesto Samper (1994-1998) en la Unasur, ese coto con el que la región paga el pragmatismo de Juan Manuel Santos y su "paz: con una Venezuela que no se endereza no ni clon los captahuellas para frijoles que impulsa su presidente, Nicolás Maduro.

Lo de Brasil y lo de Silva en esta campana, es la prueba más fidedigna de que hay un vasto sector social a la que todo no le da lo mismo y que, por sobre todas las cosas, el poder cuando se lo construye dentro de la ortodoxia del género, corroe sin remedio.

 



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