José Vales Desde el Cono Sur
El chileno Ariel Dorfman y el francés, Armand Mattelart, deberían pensar seriamente en revisar su muy leído ensayo "Para leer al Pato Donald", casi una biblia de las ciencias sociales hasta la caída del Muro de Berlín. Aún hoy podrían exprimir el talento de Walt Disney pero por otros costados, no ya por la carga ideológica e imperialista que portaba consigo el afamado pato, su familia y su pandilla de amigos encabezado por el perro Pluto. Podrían abordar por el lado de aquella leyenda urbana de que rodeo el deceso del creador del cine de animación y de cómo inspiró a los argentinos a solucionar sus crisis.
De Disney se creyó por anos que, al morir en 1966 sus restos fueron congelados para que la ciencia en el futuro pudiera trabajar sobre ellos. La Argentina y sus políticos parecen haberlo creído aquello a rajatabla y en el 2002, decidieron congelar la crisis terminal en la que se encontraba el país, con refinanciaciones, megacanjes y otras recetas surgidas de guionistas poco menos ortodoxos, a la que los Kirchner se aferraron con fuerza, a la hora de montarse en el globo de los comodities que permitió por más de una década el crecimiento de la economía en un país sin remedio.
Pero así como Disney nunca fue congelado la ciencia no puede hacer milagros con la Argentina. El gobierno de Cristina Kirchner tiene por delante 10 días claves para tratar de evitar el "default", si no llega a un acuerdo con los "Holdouts" que poseen los títulos de deuda argentinos y que no se acogieron al pago con quita de deuda en el 2003. Ni Vladimir Putin, ni Xi Jinping, quienes se pasearon por aquí la semana pasada, prometieron nada más que negocios a futuro.
En el caso del líder chino, todo fue más elocuente. China participará del megaproyecto kirchnerista en Santa Cruz, el feudo familiar, para la construcción de dos represas, que demandará una inversión de 7,5 mil millones de dólares. Es una pena que Argentina no mantenga relaciones diplomáticas con Ethiopia, para saber cómo terminan este tipo de inversiones llegadas desde Beijin.
Pero sin ayuda de las dos potencias que rivalizan con Estados Unidos, de quien la presidenta esperaba que el presidente Barack Obama interviniera ante la Justicia de su país (donde se libra la batalla judicial por la deuda argentina), ni un respaldo explicito de los
países del BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), Argentina entraría en "default" (cesación de pagos) por segunda vez en 12 años en los próximos días. Siempre que no llegue a un acuerdo y que el juez newyorquino, Thomas Griessa, ordene a los bancos liberar los pagos de esos bonos, a los que el país no puede hacer frente, como ya lo reconocieron las autoridades.
Una coyuntura que para el resto de la región podría ser un problema ajeno, aunque no para todos. Brasil, pero principalmente Venezuela, mostraría preocupación porque se dejaría una antecedente importante para sus respectivas deudas. Eso mientas Chile pone toda su energía en un pleito de otra índole como el conflicto de límites marítimos con Bolivia que se libra en los tribunales de La Haya. Nada nuevo por delante, salvo tratar de convencer a Dorfman, -hoy dedicado de lleno a la literatura y la opinión-, y a Matellard -retirado de la actividad académica- para que nos ayuden a interpretar semejantes desatinos y asistir, como ocurre, a ese descongelamiento, lento y constante, de la
crisis argentina que en 2001 conmovió al mundo y que su clase dirigente nunca buscó solucionar, sino postergarla, para ver si la ciencia o saber que héroe digno de algún comics (nacional por supuesto) pudiera repararlo.