José Vales Desde el Cono Sur
El balón dejó de rodar y todo en Sudamérica vuelve a su entera realidad. No hay Copa que pueda ser usada como herramienta política. Ahora comienza otro campeonato. Más intenso y doloroso. Más crucial y angustiante, para algunos, como el caso de Argentina y la
presidenta, Cristina Kirchner, no cuenta con Javier Mascherano, alguno para cubrir los errores y horrores de todo un equipo, en su enfrentamiento con los "Holdouts" (fondos de Inversión) acreedores de su país.
Ya en el Maracaná como en los frustrados festejos que terminaron en caos y destrucción (otro "deporte" en el que se destacan los argentinos), las banderas estratégicamente ubicadas buscaban comparar la pelea con esos fondos con la final del Mundial. Igual que en 1982 se quiso comparar la participación en ese certamen con la Guerra de Malvinas o en el 78 se ocultaban las desapariciones de personas o se medía la final con Holanda como un desafío a "la campaña antiargentina en el mundo". Pequeñas joyas del pensamiento nacional que le llaman por aquí y que la Presidenta, Cristina Kirchner, acaba de crear una Secretaría para la cuestión.
Así, Argentina debe volver a la realidad de una economía que se viene descomprimiendo y que podría sufrir los problemas de entrar en "default". Pero allí está Vladimir Putin para ayudar de la misma manera que estuvo la Unión Soviética en Malvinas. Eso como toda
solución por el momento.
Pero no sólo la Argentina, Brasil y su presidenta Dilma Rousseff, deberán soportar los efectos de 12 años de gobierno y del desastre futbolístico. Y aquí el fútbol se cuela en la política porque lo que la sociedad cuestiona son los gastos para un Mundial que encima la potencia futbolística no ganó.
A Rousseff se le vienen las elecciones en octubre y el domingo mientras entregaba la Copa, fue abucheada con fuerza por sus compatriotas. Lo que sigue mostrando un descontento social perenne. La estrategia para revertir esa situación ya está siendo testeada en el Partido de los Trabajadores (PT), cuando se anuncie el rol que ostentará el ex presidente Luiz Inácio Lula Da Silva en el eventual próximo gobierno. Un articulador político entre el gobierno y el Congreso, que le permita ahora salir a hacer lo que mejor sabe y más le gusta: campaña por todo el país. Después de todo Lula es el político que mejor mide en el país pero no será candidato.
La economía en Brasil no despunta y los cuestionamientos hacia la clase política están a la orden del día. La reunión de presidentes de los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) será mostrada por Rousseff como un lugar de pertenencia desde donde volver a crecer y mejorar las variables locales. Ese es el club de países emergentes al
que la presidenta Kirchner se entusiasmó con entrar alguna vez pero ya es demasiado tarde. Como pudo comprobar en los últimos días cuando la diplomacia argentina intentó lograr una invitación a la reunión de Fortaleza que no fue aceptada. Ella hoy recibirá a los jugadores de la Selección Nacional en Buenos Aires mientras Rousseff hablará en el nordeste brasileño. Tal vez allí tenga la oportunidad de conversar con Mascherano y convencerlo de que salga a batallar en toda la cancha para cortar las embestidas de los acreedores. Al menos se garantiza entrega, garra y corazón porque soluciones, lo que se dice soluciones, no parece haberlas.