Ana Anabitarte Desde Europa
Hoy se reúnen en Bruselas los ministros de Asuntos Exteriores de la Unión Europea (UE) para analizar entre otros temas aprobar nuevas sanciones contra la Rusia de Vladimir Putin. Pero seguramente el tema principal que se abordará en los corrillos será la repentina salida que el presidente ruso hizo el sábado en la cumbre del G 20 en Brisbane (Australia) dejando tirados a los dirigentes de los 19 países más poderosos del mundo (y que representan el 85 por ciento de la riqueza mundial).
A Putin no le sentó nada bien el tener que escuchar en directo las críticas de varios líderes mundiales, en especial de los presidentes de Estados Unidos, Canadá y Australia y del presidente del Consejo Europeo, Herman van Rompuy, por la ofensiva que está llevando a cabo desde hace muchos meses en Ucrania donde el ejército ruso acampa a sus anchas en algunos lugares del sur del país. Así que tras varias amenazas, no esperó a que se hiciera pública la declaración oficial ni se quedó al almuerzo final y alegando que tenía que viajar muchas horas para llegar a Moscú -las mismas o incluso menos que otros líderes mundiales-, abandonó la cumbre después de la última sesión de trabajo. Para que no hubiera especulaciones sobre su marcha dijo que había dejado a su ministro de Finanzas, Anton Siluanov al frente. Pero lo cierto es que su huída fue muy mal recibida por todos. Pero no sólo su huída, también su llegada. Y es que el mandatario ruso arribó a la reunión en su avión privado pero acompañado de cuatro barcos de guerra que se situaron en aguas internacionales para garantizar su seguridad. Un claro gesto amenazante que irritó al primer ministro australiano, Tony Abbot, anfitrión de la cumbre, que respondió con cuatro buques de guerra para interceptar la flotilla y con un submarino estadounidense de apoyo.
Así que ahora la tensión es máxima. Pese a las amenazas, Putin sigue haciendo oídos sordos a las peticiones de que retire sus tropas y armamento de Ucrania y de que respete la legalidad internacional como le han pedido desde la UE. En el fondo sabe que las amenazas son eso, amenazas que luego quedan en nada o en casi nada. Una prueba de que la comunidad internacional no da más pasos firmes en su contra es que en la reunión del G-20 sólo hubo una tímida alusión al conflicto en Ucrania en el documento final, que se limitó a advertir "de los riesgos que persisten en los mercados financieros y en las tensiones geopolíticas". Pero nada más.
Hoy los ministros de Exteriores de la UE decidirán si aprueban o no nuevas sanciones contra Rusia tras la última escalada militar de los prorrusos en Ucrania y en concreto en las repúblicas separatistas de Donetsk y Lugansk. Hasta el viernes estaba previsto ampliar nuevos nombres a la lista de sancionados. Pero tras lo ocurrido este fin de semana son varios los países que quieren ir más allá. En Bruselas saben que la resolución de la crisis en Ucrania es clave no sólo para el crecimiento mundial sino para el crecimiento europeo ya que está generando mucha incertidumbres. Pero también saben que las sanciones a Rusia están perjudicando a la Unión Europea. Por eso hasta el momento estas sanciones han sido más bien tímidas: económicas y diplomáticas prohibiendo la entrada en sus territorios respectivos y congelando los bienes y activos financieros de un centenar de personalidades cercanas a Putin o involucradas en la crisis ucraniana. Rusia es el mayor vendedor de gas a Europa, y muchos de estos países importan la mayor parte del gas que consumen de Rusia, como es el caso de la todopoderosa Alemania de Angela Merkel que importa casi el 40 por ciento del gas que consume, Italia que importa el 20 por ciento y Francia que importa el 10 por ciento. Por eso si Rusia decidiera cortar el suministro como hizo hace algunos años, el problema de abastecimiento a la población para muchos de ellos sería enorme.