Clara Wieck, la gran pianista del romanticismo
Mérito. todavía resta bastante para que esta formidable artista sea Treconocida, por el gran público, como una muy original compositora en los tiempos del establecimiento del romanticismo y como una pianista excepcional, posiblemente la más admirable intérprete femenina del siglo XIX.. (Foto: Archivo/AP )
Durante larguísimo tiempo, Clara Wieck fue, apenas, la esposa de Robert Schumann.
Si bien aquella visión tan reducida y equivocada ha cambiado, todavía resta bastante para que esta formidable artista sea reconocida, por el gran público, como una muy original compositora en los tiempos del establecimiento del romanticismo y como una pianista excepcional, posiblemente la más admirable intérprete femenina del siglo XIX.
También habría que valorar aún más esta doble tarea suya a la luz de que debió bregar duramente en un mundo en el cual primaban estereotipos sobradamente instalados y que tenían que ver con cuestiones de género.
Las mujeres estaban destinadas al consumo de la música, pero no a intervenir en su factura.
Hasta cierto punto, la misma Clara había asumido que las mujeres no debían incursionar en la composición. En su diario, en 1839, cuando tenía veinte, escribió: "Antes pensaba que poseía algún talento, pero he cambiado de opinión: una mujer no debe desear componer. Ésta es una tarea de hombres".
Pero sus aptitudes y capacidades con el piano vencían cualquier recelo. Era una pianista maravillosa que paseaba su arte por diferentes regiones europeas siempre concitando admiración.
Además, a ella se la podía promocionar con campañas cuya aplicación a un colega masculino hubieran resultado, cuanto menos, discutibles. En 1838, en Viena, con mucho ingenio, los empresarios difundieron su arribo anunciando que, en diferentes restoranes, ya se podía saborear la novísima "Torte à la Wieck", la cual, aclaraban, era "un postre etéreo y ligero que hacía las delicias de quien lo degustara".
En realidad, marketing aparte, sólo Robert hubiera podido confirmar que aquellos gustos, texturas y sabores tan tentadores eran, efectivamente, los reales.
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