Alexei Volodin llega al Cervantino
Alexei Volodin, uno de los mayores pianistas de la actualidad, vino a México para interpretar una de las partituras más exigentes y poderosas de la literatura pianística, el "Concierto para piano no. 3" (1909) , de Serguéi Rajmáninov (1873-1943) .
Lo acompañó la Orquesta Sinfónica de Yucatán (OSY) , bajo la dirección de Juan Carlos Lomónaco.
Algo de la música más hermosa del mundo, de todos los tiempos, se escuchó la noche de este sábado en el centenario Teatro Juárez de esta capital, en el marco del 42 Festival Internacional Cervantino que se lleva a cabo hasta el próximo día 26. Música, de esa que lleva al escucha al pasado para traer al aquí y ahora recuerdos que se cree olvidados, sin distingos de temas o fechas.
De esa que tal vez permite a cada quien proyectarse al futuro para visualizarse desde allá, y en ese punto colocado, ver hacia atrás y tratar de enmendar lo enmendable. Puede ser, también, música que remite a una introspección filosófica, lo mismo que a la más franca extroversión. Tan hermosa, que hasta parece que perfumó el ambiente del teatro, emblemática sede del FIC.
A Volodin no le gusta hablar de escuelas pianísticas (rusa, alemana, o francesa) y suele poner en duda los rasgos que definirían a una nueva generación de intérpretes.
Nacido en 1977 en San Petersburgo, el joven maestro aborda el fenómeno musical como un diálogo privilegiado con grandes personalidades de todo tiempo y lugar. El parece dialogar con los ilustres clásicos.
La diversidad de su repertorio lo demuestra: Va de Bach a Gershwin, de Mozart a Ravel, de Beethoven y Chopin, a Stravinsky, Prokófiev ... ¿Predilección por los autores rusos? Aires de familia, impronta cultural.
Aunque la inclinación se explique menos por criterios nacionalistas que por el desafío artístico que suponen sus obras para todo genio o virtuoso del siglo XXI.
Inevitablemente, el concierto cervantino despertó la imaginación y la fantasía. Sería, quizá, que el optimismo de los espíritus sanos abandonó por un instante el cuerpo de cada uno de los presentes. Una gama de sentimientos, la más extensa jamás imaginada, brotó de entre la gente que fue al teatro Juárez. Afuera, la lluvia insistente puso un eco a este concierto.
Unos, sonreían con discreción; otros, permanecieron inexpresivos porque los pensamientos y la imaginación era lo único que trabajaba en ese momento. Y no faltó quien llorara, por un dolor propio o por el dolor de un ser amado. Fue un concierto inolvidable, que seguramente habrá de permanecer por siempre en cada asistente. El repertorio y la interpretación así lo garantizan.
Porque el repertorio interpretado, sobre todo en la primera parte del recital, hizo la magia. No obstante, si bien Alexei Volodin es indiscutiblemente un virtuoso, la OSY no lo es menos. Cada familia instrumental que la integra es por sí misma un prodigio sonoro. Y qué decir de la batuta de Lomónaco, otro joven valor que ha madurado a pasos agigantados para ser lo que es ahora.
Tras el intermedio y la desaparición de Volodin y su piano, la orquesta se apoderó dignamente del escenario para brillar con su propia y suficiente luz, con el maestro Lomónaco al frene.
El ensueño continuó impetuoso, sin freno, elevándose a cada nota de la espléndida interpretación de la "Sinfonía n. º 2 en mi menor" , fechada entre 1906 y 1907 por el mismo Sergéi Rajmáninov.
Al final, tras una prolongada ovación y la entrega de sendos ramos de flores al director y al concertador de la orquesta, una de las mejores que se pueden hallar a lo largo y ancho de toda la geografía nacional, cada espíritu volvió dócilmente para anidarse nuevamente en el cuerpo que esta vida le dio, y ambos, mente y materia, volvieron a la realidad. La magia de la música fue.
cvtp