Lo + del 2013. Brasil: del carnaval al estallido social

DESCONTENTO. En junio hubo una ola de protestas en diversas ciudades de Brasil, muchas de las cuales derivaron en choques violentos con la policía. (Foto: ARCVHIVO EL UNIVERSAL )
De pronto el país del carnaval se convirtió en el país de la bronca. Decenas de millones de brasileños decidieron romper la tradición del “tudo bem” para hacerse oír y gritar a la clase política que estaba “todo mal”.
El estallido social sorprendió a propios y extraños en la que fue la semana más larga del año, la primera de las protestas, las concentraciones y reclamos de todo tipo, que paralizaron al poder y dejaron sin palabras a la presidenta Dilma Rousseff, quien tardó en reaccionar, aunque luego demostró por qué esta donde está: en el Planalto (sede del Ejecutivo).
Fue en el mes de junio, justo en el momento que se iniciaba la Copa de las Naciones, cuando el aumento de la tarifa al servicio de autobuses llevó a decenas de miles de personas a las calles de Sao Paulo para reclamar por la medida.
Las manifestaciones fueron convocadas por grupos anarquistas a través de las redes sociales. Después se plegaron los gays y lesbianas para pelear contra el diputado Antonio Feliciano y su proyecto de ley de la “cura gay”, en el que proponía un tratamiento médico para los homosexuales, lo más parecido a una contradicción histórica en el primer país en la región en el que el Estado brindaba en forma gratuita el coctel de drogas contra el SIDA en los años 90.
También se unieron quienes protestaban por los excesivos gastos para el Mundial de futbol y los Juegos Olímpicos (de los que se sospecha que existe una abultada sobrefacturación) y los que pedían justicia para los acusados del “mensalao” (el escándalo de corrupción que llevó a la cárcel a los capitostes del Partido de los Trabajadores y las carencias de escuelas y centros de salud. Y así, en un efecto dominó que se fue esparciendo primero en Río de Janeiro, luego por Belo Horizonte y Porto Alegre y después por todo el país, durante más de un mes la clase política estuvo contra las cuerdas.
Rousseff logró reaccionar ocho días después de la primera protesta en Sao Paulo y ya cuando las calles de Río clamaban con fuerza el “Fora Cabral” en reclamo de la renuncia del gobernador, Sergio Cabral, quien debió soportar por varios meses un campamento de manifestantes frente a su casa de Tijuca. Se aproximaba la visita del papa Francisco y las protestas no cesaban. Las primeras fueron duramente reprimidas por la policía, pero nada alcanzaba. La bronca crecía a diario.
A pesar de la ira y las escenas de vandalismo, miles de manifestantes nunca perdieron el humor. Lo manifestaban en pancartas del tipo “Feliciano, vete a curar a tu mujer, que yo me la comí ayer”, en manos de una militante por los derechos sexuales. “Lula, el amor se acabó. Quiero mis bienes”, levantado por una joven mujer en Ipanema, que graficaba el divorcio entre la sociedad y la clase política, o el que llevó un señor en el Teatro Municipal de Río: “En el 2014 (elecciones) yo voto por Alí Babá, el sólo tiene 40 ladrones”, decía el cartel.
Pero en el ranking de ocurrencias ninguna como la que se vio en la protesta que se mezcló con los jóvenes de todo el mundo el día que el Papa llegó por primera vez a Copacabana: “Si dios es brasileño, el diablo es carioca. Fuera Cabral…”.
La presidenta demoró en reaccionar, pero lo hizo a la altura de las circunstancias. Reconoció la legitimidad de las protestas y las razones del descontento, para luego proponer un paquete de reformas, en materia de salud y educación, una reforma constitucional para asegurar la transparencia y un plebiscito para que sea la sociedad la que apoye o desapruebe las protestas, y las envió al Congreso. Era una forma elegante de pasarle la pelota al poder más cuestionado del país, el parlamento.
Los analistas coincidieron en que después de que a lo largo de 10 años millones de personas escalaran socialmente gracias a las políticas del gobierno, ahora las demandas eran otras y más exigentes. De ahí el fenómeno de las protestas, que en el país no se veían desde el final de la dictadura militar, con el reclamo de las “direitas ja” (elecciones “directas ya”). Si existió una diferencia con aquellas gestas sociales es que en aquel momento los partidos políticos encabezaban las mismas, y ahora eran el blanco de toda la bronca.
Hasta el momento, sólo la reforma de salud y la cárcel para los autores del “mensalao” lograron frenar las protestas.
Las obras para el Mundial siguen atrasadas y generando malas noticias, pero Rousseff, tras una caída temporal en las encuestas, volvió a liderarlas de cara a los comicios presidenciales de octubre próximo. Nadie descarta que la ira social se haya disipado. Está parada desde hace unos meses, pero el Mundial comienza en junio, justo cuando se cumplirá un año de la rebelión brasileña, y siempre es posible que sus protagonistas lo celebren en las calles con los reclamos por delante.





