Ayotzinapa: padres viven endeudados
NO PIERDE LA ESPERANZA. "Nosotros le decimos (a su hijo) que está vivo, pero que lo tienen unos malos, que se va a tardar otro poco, pero lo va a ver. No nos quedó de otra más que decirle eso" Delfina de la Cruz, madre de Adán Abrajan. (Foto: ARCHIVO. EL UNIVERSAL )
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Tixtla, Gro.— La luz cae sobre los rostros pegados en las butacas anaranjadas, ilumina las miradas de Israel Caballero Sánchez, Abelardo Vázquez Peniten, Miguel Ángel Mendoza Zacarías, Felipe Arnulfo Rosas... Se observan los moños negros en los nombres de Julio César Ramírez Nava y Daniel Solís Gallardo. Es la primera hilera del homenaje en forma de aula de 46 integrantes: 43 desaparecidos más tres asesinados de Ayotzinapa el 26 de septiembre, cuyo entorno está lleno de afiches y exigencias de justicia representadas de varias formas en ese lugar.
Reunidas a veces con familias de otros estudiantes, platican las mamás, hermanas, esposas o amigas de los jóvenes de Ayotzinapa. Es la cancha de la Normal Rural de Ayotzinapa, también es una morada.
Todas coinciden en que sus seres queridos están vivos, pero algo quiere el gobierno que no se los han entregado. Dicen que están enojadas por todo lo que ven en los medios de comunicación y les duele que los llamen delincuentes, vándalos, porque ellos sólo querían ser mejores personas. Las señoras coinciden que ha valido la pena que durante estos cuatro meses de búsqueda y lucha constantes, hayan perdido sus cosechas, sus trabajos, sus animales; se hayan quedado con casi nada, se hayan enfermado, incluso hasta parado en el hospital.
Delfina de la Cruz Felipe, una mujer de cabellos plateados, morena y fuerte, carga a su nieta, la sienta en sus piernas y afirma: ¡Los tiene el gobierno, los tiene el Ejército! Delfina está triste porque extraña mucho a su hijo Adán Abrajan de la Cruz. La mujer cuenta que es de Tixtla, donde está la Normal Rural, pero que desde que está buscando a su hijo no ha ido a su casa. Ayotzi es su único hogar, su familia la va a ver allí. Dice que perdió su cosecha de frijol, calabaza y maíz y que deben mucho dinero, no tenía ni para comer.
Su esposo Bernabé Abrajan dejó de trabajar por integrarse al movimiento por los 43, además de cuidar a sus dos nietos. Han pedido préstamos para seguir apoyando a su hija que estudia el bachillerato y tienen que pagarlos. Los Abrajan de la Cruz no se han enfermado durante estos meses, pero don Bernabé fue descalabrado en la protesta contra el 27 cuartel militar de Iguala. Aún con todo siguen, porque mantienen la esperanza de que estén vivos, que estén bien. “Mi hijo tiene 24 años y lo extrañamos mucho”, relata.
“Apenas el 2 de enero fue su cumpleaños (de Adán), le hicimos una misa de acción de gracias porque sabemos que dónde quiera que esté, él está bien y pronto lo vamos a ver. Pero también con esa misa pedimos porque todos, no nada más él, para que estén igual de bien, que nos los regresen pronto”.
Ya no quieren la misma versión de la televisión, la que siempre que se reúnen con el procurador Jesús Murillo Karam y el secretario de Gobernación federal, Miguel Ángel Osorio Chong, les dicen. “Los queremos vivos porque ellos están vivos. No queremos dinero, no queremos nada de eso, queremos que nos ayuden a la búsqueda de nuestros hijos, pero bien, o que nos digan dónde están, ellos saben”.
Joaquina Patolzin de la Cruz, es otra mujer tixtleca. Sus ojos ya no quieren llorar, confiesa. Tiene las manos labradas por flores; su oficio es ése, vender coloridas rosas, geranios, gardenias, pero durante la mayor temporada del año vendía frutas, que su esposo Rafa sembraba y cosechaba. Su vida era tranquila, comían de lo que sembraban, lo vendían, y además en el negocio participaba toda la familia... Recuerda que eran días buenos, pero ahora eso quedó atrás, todo lo perdió.
Dejó de vender el 27 de septiembre, pero desde ese día, uno después de la masacre, no ha trabajado. Algunas veces la apoyan sus hermanas, su hija la apoya con lo poco que vende de verduras en el mercado. “Pero en estos cuatro meses no he pensado más que en mi hijo, que esté bien, que regresen todos con bien”.
Julio César López Patolzin es su hijo, lo extraña y también asegura que no importa que se haya enfermado del riñón. Le ha dando temperatura, fríos, reumas, lo mismo que a su esposo que además de todo es diabético.
Los muchachos nos duelen a todos menciona doña Joaquina, “son una herida que no se puede cerrar, porque todos queremos, sabemos que están bien”, confía la mujer.
Anallely Guerrero es hermana de Yosivani Guerrero, quien al otro día de la masacre del 26 fue dado por muerto por sus compañeros por error, pero luego se supo que estaba desaparecido. Su mamá Martina admite que extraña hacer su quehacer, guisar en su cocina, pero no descansará hasta ver a su hijo bien. Su familia perdió sus cosechas, lo equivalente a 30 mil pesos, pues sembraban frijol, calabaza y maíz; sus animales, los pollos se los roban sus vecinos, los puercos los tuvieron que vender, las vacas comen muy poco y están a punto de venderlas.
Por crisis nerviosas y depresivas, además de una complicación en las vías respiratorias, Martina estuvo hospitalizada más de 15 días, su esposo también se ha enfermado de gripe, de tos y de afecciones respiratorias, porque no están acostumbrados a los cambios bruscos de temperatura.
Don Mario sabe qué sintió su hijo César González cuando lo persiguieron los militares, porque a él en dos ocasiones lo han golpeado fuertemente las fuerzas del orden. En la primera ocasión policías federales, la segunda ocasión, policías militares. Mario aún tiene un golpe en la nariz, provocado por el puñetazo y la pedrada que le dieron en la nariz, policías militares en Iguala.
El señor es de Tlaxcala, se dedicaba a la herrería y era dicharachero, le gustaba de vez en cuando tomarse unas cervezas, pero trabajaba todo el día, su esposa cuidaba de su casa en Huamantla. No eran ricos, pero vivían tranquilos, cuenta, ahora ni él ni su esposa trabajan; si han ido a su municipio son tres veces durante lo que lleva el movimiento, pero no más, se sienten con fuerzas para seguir y seguirán por César. El número 43 está por todas las paredes en la Normal Rural, se siente un viento frío, los papás se preparan para salir a marchar.
jram