El éxodo de los niños desesperados
MISIÓN. Bryan, de 14 años, salió de Honduras rumbo a Estados Unidos con dos propósitos: ganar dinero para ayudar a su madre y comprarse lentes para su miopía. (Foto: FOTOS LUIS CORTÉS )
REYNOSA, Tamps.— Hace tres meses, y con sólo 14 años, Bryan dejó su pueblo cafetalero Quebrada María, en Honduras, a sus padres y a cinco de sus hermanos, y con el equivalente a 125 pesos mexicanos partió hacia Estados Unidos.
El niño —menudo en tamaño, de piel color tostado y ojos grandes y claros—, lleva dos misiones: una es ayudar a su familia; la otra, comprarse unos lentes, porque ve todo borroso y la cabeza le duele todo el tiempo.
Si Bryan fracasa en su intento, nutrirá las filas de los 47 mil menores centroamericanos y mexicanos a los que, huyendo de la pobreza o la violencia, se les detuvo al cruzar a Estados Unidos de enero a mayo de 2014, cantidad que duplica a la registrada en todo 2013 y que provocó una crisis institucional sin precedente en ese país.
Un hermano mayor de Bryan, que ya había hecho la travesía, se comprometió a acompañarlo, pero en cuanto arribaron a la ciudad fronteriza de Tonalá, Chiapas, le mostró su rostro pandillero, “marero”.
“Se portó bien mal conmigo, se juntaba con los ‘drogos’”, narra Bryan, “yo pedía dinero y él me lo quitaba a la fuerza para comprar droga y me golpeó todito, así en la calle, con una vara bien gruesa”.
Herido y sin dinero, Bryan huyó de su hermano y decidió proseguir solo su viaje en tren, en La Bestia, como le llaman, pero a pesar de su miopía se dio cuenta del peligro que corría. “Me monté en el tren y vi que había ‘mareros’ tatuados y me dio pesar, quería decirle a la gente: ‘¡Bájense porque les van a hacer daño! ¡Los asaltan y los vuelan del tren!’”
El ferrocarril arrancó. Un sobresalto sacudió a Bryan y se lanzó del transporte en movimiento. Luego deambuló hasta llegar a un parque. Se acercó a un trailero y obtuvo lo imposible: un aventón que duró tres días hasta llegar a la ciudad de Reynosa, Tamaulipas.
Toda esta historia la cuenta Bryan a EL UNIVERSAL en Senda de Vida, el modesto albergue cristiano para migrantes en Reynosa.
El niño quiere salir del lugar para trabajar y juntar “los mil pesos de cuota” que le cobrará el crimen organizado al cruzar el Río Bravo, y también para comprarse sus anteojos, pues dice que los dolores de cabeza le provocan calentura.
Del albergue, el hondureño le habló por teléfono a su mamá, y ella, “muy triste”, le pidió que regresara. El niño se negó a hacerlo. “Ya estoy cerca”, dice, “la misión mía es entrar a Estados Unidos para ayudarla”.
Oleada imparable
Luis es de Catemaco, Veracruz, y tiene 17 años. En tres meses lleva dos intentos de ingreso a Estados Unidos para reunirse con su padre que vive en Los Ángeles, y apoyar a su familia con su trabajo.
En el primer viaje, su padre le pagó 17 mil pesos a un traficante o coyote, que terminó abandonándolo a él y a otras 36 personas en el desierto de Coahuila colindante al Río Bravo, por lo que vagaron 15 días sin agua y con sólo 10 latas de atún. El veracruzano logró salir a carretera y sobrevivió.
En el segundo intento, el muchacho logró cruzar el Río Bravo con apoyo de otro coyote, pero la Patrulla Fronteriza lo detuvo y remitió en Texas a un centro migratorio.
Lo recluyeron en una celda con otros menores. “Había muchísima gente”, dice. “Éramos 135, de esos éramos cinco mexicanos y los demás eran centroamericanos”. Al día siguiente se le deportó a México.
Las cifras de la Patrulla Fronteriza de Estados Unidos revelan que de 2009 a lo que va de 2014 se deportó del país a 159 mil menores sin acompañamiento, de los cuales los mexicanos representaron 53%, es decir, 84 mil 397.
En ese lapso, según el Pew Research Center, los centroamericanos tuvieron dramáticas tasas de crecimiento de niños que viajan solos: Honduras, 1,272%; Guatemala, 930%, y El Salvador, 707%.
Michelle Brané, de la organización Women’s Refugee Commission, basada en Washington y que ha seguido desde hace años el fenómeno, advierte que de 2003 a 2011 se mantuvo un promedio anual de 7 mil menores solos deportados por año, en 2012 llegó a 13 mil, pero en 2013 la cifra oficial saltó a 45 mil.
Advierte que el gobierno de su país ha sido rebasado porque para 2014 estimó que habría 60 mil menores deportados, “pero por el nuevo ingreso calcula que serán más o menos 90 mil (al finalizar el año), y para 2015 esperan más de 100 mil”.
Brané enfatiza que de los 47 mil menores detenidos en 2014 (300 cada día), casi la mitad son niñas: 40%. “Antes, la mayoría eran de 16 o 17 años”, apunta, “pero ahora aumentan las menores de 14 años”.
En el caso mexicano, el año pasado se reportaron 17 mil 240 menores deportados. Este año, hasta el mes de mayo, ya había registrados 11 mil 577, por lo que de seguir la tendencia se podría llegar a 22 mil al cierre de 2014.
Fragilidad centroamericana
Katarine, una niña hondureña de 8 años, delicada y temerosa, está en proceso de deportación en el Centro de Atención a Menores Fronterizos (Camef) del gobierno tamaulipeco, ubicado en Reynosa.
En las manos trae un papelito hecho churro en el que tiene escrito el teléfono de su papá que está en “los Estados” y que la “mandó traer”.
El padre le pagó a una coyota para que le llevara a la niña, pero la mujer la abandonó en Reynosa.
Katarine explica su drama con una vocecita apenas audible: “La mujer se regresó donde se salía y agarró un taxi y se fue”.
En el Camef son canalizados los menores centroamericanos detenidos por oficiales de migración mexicanos y los menores mexicanos deportados de EU.
El Pew Research Center asegura que a 75% de los menores sin compañía se les detuvo en EU en la región conocida como Río Grande, que colinda con la frontera tamaulipeca, especialmente del tramo que va de Reynosa a Matamoros.
Muchos de los niños más grandes cruzan solos el Río Bravo, y los más pequeños en su mayoría lo hacen en compañía de un coyote, que generalmente suele abandonarlos.
El director del Camef, José Guadalupe Villegas, asegura que en un año la cantidad de menores ahí canalizados creció cerca de 250%.
Externa que el año pasado registraron mil 500 menores, de los cuales 10% eran niñas. Del total, 85% eran mexicanos y el resto, centroamericanos.
Pero que en lo que va de 2014 han albergado a mil 300 menores, de ellos, los centromericanos aumentaron de 15% a 25%.
Actualmente el centro alberga a 22 menores que, en 95% de los casos, buscan reunirse con su madre o padre en Estados Unidos, pero “el mes pasado llegamos a tener hasta 100”.
Menciona que si bien los motivos generales pueden ser económicos, un número creciente de infantes huye de la violencia de sus lugares de origen.
Salvar la vida
Levi es un salvadoreño de 16 años, albergado en el Camef, que está en proceso de deportación a su país. El muchacho, que tiene un aire a Justin Bieber, es de trato serio y amable.
Hasta hace un mes estudiaba la preparatoria en San Salvador, pero dice que pandilleros de La Mara Salvatrucha (MS) lo amenazaron. “Me llegaron al pupitre y me dijeron que no me querían ver ahí y que si me volvían a ver no lo iba a contar”, relata.
La mamá de Levi es jefa del hogar y vende zapatos para subsistir.
“Me trajo un dolor profundo haberme despedido de mi madre”, ahonda el salvadoreño.
Dice que su abuela lo acompañó hasta la frontera con Guatemala y puso en sus manos el equivalente a 2 mil pesos mexicanos.
El muchacho atravesó solo Guatemala y México con la esperanza de llegar a Nebraska, donde vive una de sus hermanas. “Le pedí raite a la gente, a veces en camiones, en buses, por seis días”, hasta que arribó a Reynosa a la central camionera, ya sin dinero.
Ahí se sumó a un grupo de migrantes a los que se les detuvo en los alrededores del Río Bravo, el jueves 12 de junio.
El chico ignora qué pasará con él cuando finalmente lo deporten a El Salvador. “Tengo que pensar qué voy a hacer en mi país”, reflexiona. “Quizá me tocará cambiarme de casa u ocultarme un rato”. Lo único que tiene claro es que quiere ser comunicólogo.
Cruzar de nuevo
Otros muchachos en el Camef están en la misma situación que Levi. Uno largo y moreno, de nombre José, tiene 15 años, también es salvadoreño, hace tres meses estudiaba la preparatoria y huyó de su país por amenazas de pandilleros.
Detalla: “Se metieron a la escuela y saliendo me estaban esperando cinco tipos armados, me rodearon y me dijeron que si tenía patas que corriera”.
Su madre es jefa del hogar, vive en Virginia y trabaja en un restaurante. Su familia le pagó a un coyote 3 mil 500 dólares para que lo llevara a Estados Unidos.
En su viaje lo tuvieron tres días en una bodega junto con 25 personas y lo detuvieron en Reynosa. El chico en el Camef lleva el calzado más llamativo, tenis Nike blancos con azul y rojo, dos tallas más grande que la suya, pero que intercambió con Luis, el muchacho mexicano que suma dos intentos de cruzar hacia EU.
Si bien, José quiere estudiar medicina, a diferencia de su compatriota Levi no quiere regresar a su país y dice que intentará por segunda ocasión llegar a su destino.
“Voy a volver a subir”, expresa, “si me miran las pandillas me van a querer matar”. Lo mismo comparte su nuevo amigo, Luis, que está por ser regresado a Catemaco y que ya hace planes de su tercer intento por arribar al país del norte.
Señala: “Estoy sufriendo muchos riesgos, estoy consciente, pero quiero ayudar a mi familia”.
Por lo visto, este río humano pretende derribar fronteras.