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Periodismo de Investigación. Cuartos verdes: el "infierno" sigue abierto

Equipo de Investigación| El Universal
Lunes 10 de marzo de 2014
<b>Periodismo de Investigacin.</b> Cuartos verdes: el

ACTIVIDAD.El modus operandi de los padrotes es el mismo en todos los casos: enamoran y embarazan con engaños a sus víctimas y luego las obligan a ejercer la prostitución en calles de La Merced, Sullivan, Buenavista y Tlalpan, entre otras zonas de la ciudad; para impedir que huyan se llevan a sus hijos con la amenaza de dañarlos si piden ayuda. (Foto: Equipo de investigación EL UNIVERSAL )

Víctimas y policías denuncian que una red de trata de personas opera tal como hace siete meses, cuando este diario reveló su existencia en la delegación Cuauhtémoc

politica@eluniversal.com.mx

Lo primero que debes saber al entrar a uno de estos departamentos es que aquí se torturan niñas y mujeres por dinero y por placer; que el letrero afuera de la puerta dice “se rentan cuartos amueblados”, pero bien podría decir “aquí se destrozan vidas”; que esto ocurre en el centro de la capital y que una sobreviviente de este lugar dará un recorrido por una estación del infierno en la Tierra.

Dirá que detrás de esa puerta protegida por una reja en la calle Arista, en la colonia Buenavista, decenas de mujeres han sido obligadas a registrarse como inquilinas cuando, en realidad, eran secuestradas por tratantes que las trajeron a la capital desde varios municipios; que las enamoraron y ellas llegaron caminando o las “levantaron” y las traían amordazadas; que los vidrios de las ventanas fueron polarizados para que los clientes de la óptica que está cruzando la calle no sepan lo que sucede ahí; que para amedrentarlas les dijeron que las jardineras que dan a la calle tienen micrófonos.

Que a los padrotes les cuesta menos de 200 pesos diarios tener en el mismo espacio y cautivas hasta ocho jóvenes, quienes sólo abandonan este lugar para ser explotadas sexualmente en La Merced, Sullivan, Buenavista y Tlalpan; que para impedir que huyeran sus captores las violaron hasta que quedaron embarazadas y se llevaron a sus hijos con la amenaza de dañarlos si pedían ayuda.

Que al abrir la puerta verás una caseta de registro para inquilinos, donde golpearon a una niña poblana de 14 años que se negaba a ser registrada, luego de ser “levantada”; que a la derecha encontrarás una escalera, donde aventaron a una veracruzana que no entregó la cuota a su tratante; que en el pasillo que conduce a las habitaciones patearon a varias jóvenes que se “atrevieron” a pedir comida.

Que adentro de las diminutas habitaciones hay una cama fría y dura, un buró, una silla e historias apiladas de terror: la violación tumultuaria a una chica de secundaria que se enamoró de un falso fotógrafo que resultó padrote y la trajo al Distrito Federal, el llanto de la mujer que tenía el cuerpo amoratado por tantas relaciones sexuales consecutivas y una voz que pedía volver con su mamá.

“Acá pasé cinco meses… no tienes idea de lo que vi, no quieres saber lo que pasa en una casa donde hay mujeres secuestradas para dar placer”, dirá Diana, una jovencita mexiquense de 20 años, mientras peina su largo cabello negro frente a la pared verde.

Se quejará de que todo esto lo saben las autoridades y que, incluso, si quieres hospedarte esta noche, puedes intentarlo. El lugar anuncia que hay cuartos disponibles.

¿Y la investigación?

El lugar del que habla Diana forma parte de una red de seis inmuebles en el DF que víctimas de trata llaman “los cuartos verdes”: departamentos o recámaras con fachadas de ese color usados por los padrotes como jaulas para mujeres en las colonias Buenavista, Guerrero, Tabacalera y Centro, entre otras.

Testimonios de sobrevivientes que dijeron estar secuestradas en esos cuartos publicitados como recámaras amuebladas lograron que el 19 de agosto de 2013 la Fiscalía Central de Investigación para la Atención del Delito de Trata de Personas de la Procuraduría capitalina abriera la averiguación FDTP/TP-1/T2/0060/1308 para saber qué pasaba ahí.

“Son edificios tipo casas de huéspedes donde se hospedaban hombres solos, mujeres, inclusive familias (…) Los tratantes ven que es más económico [alojarse en ‘cuartos amueblados’] y que se puede estar un tiempo más prolongado donde se hospeda la víctima”, comenta Juana Camila Bautista, fiscal contra la trata de personas en la capital, quien encabezó la investigación.

Durante 23 días, agentes de la Policía de Investigación de la Procuraduría del DF hicieron pesquisas en el campo. Trabajaron horas investigando los pasos de padrotes, madrotas y víctimas obligadas a colaborar con sus plagiarios.

Hasta que el 11 de septiembre, la Procuraduría General de la República atrajo la investigación mediante el oficio UEITMPO/13104/2013.

La Subprocuraduría Especializada en Investigación de Delincuencia Organizada pidió a la PI terminar sus labor y entregar un reporte a la oficina de Adriana Lizárraga, titular de la Unidad Especializada en Investigación de Tráfico de Menores, porque la indagatoria sería atraída por la dependencia.

Este diario buscó una entrevista con Adriana Lizárraga para conocer los detalles actuales de la investigación, pero no hubo respuesta.

El equipo de investigación de EL UNIVERSAL ingresó a uno de los inmuebles —el de Arista 36— y constató que pese a que a mediados de febrero fue arrestada Alejandra Gil, la llamada La Madame de Sullivan, la red de trata sigue operando tal como lo hacía hace siete meses, cuando este diario denunció la existencia de “los cuartos verdes”.

Su captor, tras las rejas

Su peor noche olía a incienso. Encima de su cabeza empujada con fuerza contra la almohada, Karim recuerda que flotaba un aroma dulce que salía de una ofrenda a la Santa Muerte instalada en esa casa de seguridad. Ese olor le dejaba saber que aquello era real, que ya no estaba en la casa de sus papás, sino en un “cuarto verde” cerca del Museo del Chopo, donde vivía a merced de El Negro, su secuestrador.

Cada embate de ese hombre sobre su cuerpo dolía tanto que le acalambraban las piernas. Trataba de resistirse, pero era imposible. Sabía de la fuerza de su captor, quien la enganchó en alguna ciudad fronteriza del país. El tipo la había enamorado y pedido que lo acompañara a la capital para juntar dinero y afrontar una supuesta demanda millonaria.

Ella aceptó y al llegar a la ciudad de México El Negro la hospedó en el ahora clausurado Hotel Ampudia, en La Merced. Apenas se acomodó en la habitación con olor a humedad, el hombre le preguntó: “¿Traes condones y lubricante?”. Karim sintió como si le hubieran dado un latigazo en la espalda.

Empezó a trabajar obligadamente en La Merced y Sullivan.

Su horario era de ocho de la noche a nueve de la mañana y desde el mediodía hasta el anochecer. Cobraba entre 200 y mil 200 pesos el servicio y entregaba hasta 20 mil pesos diarios a su plagiario. Ella no podía quedarse con dinero, ni siquiera para comprar ropa; él, para minimizar costos, la trasladó a un “cuarto verde”, a la habitación 2B de la calle Arista.

“Son unos cuartitos chiquititos, nada más cabe la cama individual y un miniclóset. Ahí caben dos personas. Tiene vigilancia en la entrada, exterior e interior del edificio. Ahí se ve quién entra y quién sale. Hay muchas chicas que también se dedican a lo mismo y son vigiladas por los que rentan esos cuartos”, dice.

Vio a niñas de hasta 15 años someterse a los golpes de los padrotes, amenazas, torturas y violaciones como la que sufrió aquella noche que olía a incienso. “Apenas había llegado de trabajar, me aventó a la cama, me empezó a golpear… me obligó a tener relaciones con él… no vaginal, sino analmente… y duré como dos o tres días para poder pararme”.

Karim ahora tiene 19 años y el día en que la conocimos había viajado dos horas en avión hasta el Distrito Federal.

Horas más tarde de nuestro encuentro, fue al Reclusorio Oriente a carearse con El Negro. Quería enseñarle que pese a su infierno en los “cuartos verdes”, ella seguía libre de pie y él esperando sentencia de hasta 20 años de prisión.

El infierno en la Tierra

Sentados en un restaurante en la colonia Condesa, el policía federal Juan “N”, quien pidió omitir su nombre, excava en su memoria lo que recogió durante los años de 2010 a 2013, cuando investigó los “cuartos verdes” y las distintas bandas que los utilizan.

Acomoda su cuerpo robusto en la silla, bebe agua a sorbos y trae al presente los sonidos de aquellas tardes. “Cuando están teniendo relaciones, se escucha. Se escucha cuando están golpeando a las mujeres, cuando están hablando los padrotes con otros padrotes y se están poniendo de acuerdo”, dice el hombre que ahora se dedica a investigar narcos.

Mueve la cabeza de izquierda a derecha cuando le digo que según la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal hay seis de estos departamentos. Imposible, dice. Su investigación de campo arroja que son, al menos, 16 inmuebles que en total concentran unos 500 cuartos. No pertenecen a una banda específica, son ocupados por distintos grupos, afirma.

“El nombre correcto son ‘casas de seguridad’ porque permiten la vista del interior hacia afuera y no viceversa; como autoridad, si quiero hacer un cateo encuentro puertas reforzadas, sólo hay un acceso, hay cámaras de seguridad en todos los pasillos y el acceso es restringido”, dice.

A cada pregunta, el policía responde con una oración que empata con los dichos de las víctimas.

“Aparte de las violaciones, las dejan sin comer o les dan comida cruda. Si se les pide hacer alguna actividad y no la desempeñan, se les amarra en una silla, en medio del cuarto, y se les golpea hasta que se desmayan o hasta que se les relajan los esfínteres. Por habérseles relajado los esfínteres, se les obliga a que ingieran todo. Así poco a poco… las demás aprenden de eso”, cuenta el policía federal.

Al preguntarle a Diana sobre esa sanción, agacha la cabeza y cruza los brazos. Su cuerpo responde que sí, aunque ella se mantenga callada. Dirá que desde octubre de 2013, cuando enfermó de neumonía y su padrote la liberó, se ha obligado a olvidar algunas cosas o ya se hubiera colgado en algún ropero. Dirá que si el infierno tiene un símil en la Tierra, debe estar en el Distrito Federal. Y no es rojo ni negro, sino verde.



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