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Crónica. Sólo les interesaba el celular...

Redacción| El Universal
Lunes 10 de marzo de 2014

Video. Víctimas y policías denuncian que una red de trata de personas tal como hace siete meses, cuando este diario reveló su existencia en la delgación Cuaúhtemoc

<b>Crnica.</b> Slo les interesaba el celular...

EVIDENCIA. En el número 36 de Arista casi esquina con Violeta, colonia Buenavista, se ubica uno de los edificios a donde son llevadas las jovencitas víctimas de trata; algunas han tenido la suerte de escapar de sus captores. (Foto: ARCHIVO EL UNIVERSAL )


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Dos cámaras de seguridad dan la bienvenida a los inquilinos y captan los pasos de los aspirantes a huéspedes. Las ventanas espejo (porque sus vidrios han sido polarizados) y el zaguán reforzado con barras metálicas dan al inmueble verde un toque de misterio.

A una cuadra de la delegación Cuauhtémoc se localizan estas “casas verdes” que, más bien, son edificios donde se pueden rentar cuartos amueblados a precios económicos, tal como lo describe la leyenda que rotularon sobre la fachada del edificio.

EL UNIVERSAL estuvo en las entrañas de estos herméticos edificios que, de acuerdo con versiones de mujeres que fueron víctimas de trata, estuvieron aquí recluidas por sus “padrotes”.

Marcado con el número 36 de la calle Arista, en la colonia Buenavista, casi esquina con Violeta, se ubica uno de los edificios donde algunas víctimas han tenido la suerte de burlar la seguridad de sus captores y escapar.

Un reportero de esta casa editorial realizó el ejercicio de alquilar una de estas habitaciones para registrar la vida cotidiana de lo que muchas describen como “un infierno”. Ésta es la historia desde los pasillos laberínticos que conectan a las entrañas de este edificio que ha sido denunciado ante la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal (PGJDF).

Al tocar el timbre del edificio, una voz masculina responde por el interfón. Las videocámaras observan cada detalle de la persona que llama a la puerta. Luego de informar los precios de los cuartos por el altavoz, comenta que sólo le queda una habitación en la planta baja del edificio.

Entre condones, zacates y jabón

Se pide el acceso para conocer el cuarto. Se percibe hermetismo, abren la puerta. La mirada del observador denota desconfianza. “Sígueme”, dice el hombre de mediana edad que camina por un pasillo laberíntico.

Llegamos por fin a la habitación, luego de recorrer tres pasillos, donde sólo observas en el trayecto paredes y puertas. “Pásele, este es el cuarto, tiene un costo semanal de 600 pesos, más un depósito de 120 pesos por el costo de las llaves”, me explica.

Una habitación de dos metros de largo por uno de ancho es lo que me ofrece, sólo hay medio metro para desplazarse al interior de la habitación, el olor a humedad es penetrante; aquí lo único que alumbra es la luz eléctrica, fuera de ello todo es oscuridad.

Una cama y un buró de cemento engalanan el cuarto; sobre este último reposan un condón, un zacate y un jabón. “Los sanitarios son colectivos”, me dice el hombre que da el recorrido.

“¿Tendrá otra habitación más amplia?”, le pregunto. Me mira de reojo. “Venga, lo llevo a la planta alta; allá tengo una habitación con baño independiente, sólo que tiene un costo de 1,200 pesos”, dice mientras recorremos de nueva cuenta los pasillos para dirigirnos a la escalera. Un par de hombres salen de entre los estrechos pasillos para observar quién se pasea por ahí.

Durante el trayecto, llaman mi atención los letreros: “Aquí no se permite la trata, si la ve, denúnciela”. Otro cartel recomienda el uso del condón.

Conforme el hombre que da el recorrido toma confianza, da más detalles de las habitaciones disponibles y el trato se vuelve más cordial. Luego de recorrer más cuartos, el reportero elige de ellos uno para rentar.

La huella digital

Para rentar una habitación en estos edificios verdes se requiere una credencial de elector y firmar el contrato semanal. También piden plasmar tu huella digital sobre cada una de las hojas, “por cuestiones de seguridad”, explica el arrendador.

El edificio tiene una recepción donde se realizan todos los trámites; aquí una cámara de seguridad es parte de la vigilancia en el inmueble, otras más están repartidas en los pisos siguientes y un par más en la salida.

El inmueble se compone de tres plantas más la azotea, ahí se encuentra el área de lavado y varias jaulas para tender la ropa. En cada piso, al menos una veintena de cuartos se distribuyen entre este laberinto de pasillos. Una escalera es la división para conectar a las dos alas del edificio.

Algunas de las habitaciones que están al final de los pasillos tienen rejas metálicas que resguardan la puerta principal de los cuartos; las ventanas que se encuentran en la fachada principal y que dan a la calle, están prácticamente selladas por mallas metálicas que sólo permiten el ingreso de los rayos solares.

Los inquilinos

El movimiento de personas es muy constante en el edificio, dice el arrendador, quien con su esposa y sus hijos viven en la planta alta del inmueble; es el punto estratégico para ver quién se interna en los cuartos.

Me comenta: “Sólo tienes acceso a la visita de una persona, que previamente tienes que registrar, de lo contrario no se le permite la entrada a otras persona que venga a visitarte”, me lee la cartilla.

El universo de huéspedes es diverso, desde hombres jóvenes y de mediana edad hasta parejas de adultos mayores y homosexuales. Cada que se aparecía una mujer en los pasillos, el sonido de los tacones rompe el silencio; detrás de ellas, invariablemente camina un hombre que las acompaña a sus cuartos.

Cuando te encuentras frente a ellos, las mujeres bajan la vista y los hombres miran fijamente con mucha desconfianza, en actitud retadora. Después de eso vienen segundos de tensión, el silencio regresa a los pasillos.

Termino de firmar los papeles, imprimo mis huellas en el contrato, pago mil 200 pesos. Y abracadabra: tengo un par de llaves (podré entrar al edificio y a mi cuarto con vista a la calle).

La cámara del celular de este reportero registró cada uno de los detalles que acabo de relatar.

Tras concluir el levantamiento de fotografías y videos, me dispongo a regresar al periódico para resguardar el material.

Metros más adelante, sobre la calle Zaragoza, dos hombres me abordan.

—No te hagas pendejo, danos el celular.

—¿Cuál celular? —pregunto y, al tiempo, advierto que uno de ellos trae pistola.

—Órale güey, o te quebramos aquí.

Entrego el celular, me empujan y se marchan sobre sus pasos. No se llevaron mi cartera ni ninguna otra pertenencia, sólo el celular.



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