El único hijo de Hipólito que nunca huyó
FUNERAL. Viridiana, la viuda de Manolo Mora Moreno, llora ante el féretro de su esposo y asegura que se irá con hijas a Estados Unidos, donde pedirá asilo. (Foto: RAÚL TINOCO / EL UNIVERSAL )
La Ruana
Manolo Mora Moreno “tenía el carácter decidido de su padre y la nobleza de su madre”, así lo define su esposa Viridiana, su segunda mujer con quien procreó tres niñas.
De estatura mediana, piel blanca, abdomen abultado y ojos redondos y claros, Manolo Moreno se levantaba con el sol para ir a la parcela de su padre a trabajar el limón, hasta el mediodía.
En los días más difíciles de 2013, cuando Los Caballeros Templarios cerraron todos los accesos del pueblo, Viridiana le planteó a Manolo irse para el “otro lado”, con su suegra, donde Hipólito la mandó para resguardarla, pero su esposo se negó y dijo que no dejaría solo a su padre, con quien ha compartido el sentido de justicia desde que empezó el movimiento.
Al principio, Manolo no tomaba las armas, sólo apoyaba con rondines y llevando y trayendo provisiones, haciendo mandados, pero con el paso del tiempo tuvo que agarrar el rifle.
Viridiana recuerda que hubo un tiempo en el que ella y sus hijas dormían a diario en casas diferentes. A veces con su mamá, otras veces en casa de su suegro y otras con los amigos.
En casa no era seguro estar desde que Hipólito Mora le declaró la guerra al 'Chayo' y decidió “agarrar el toro por los cuernos”.
Manolo era el mayor de los 10 hijos de Hipólito Mora; “el único que no huyó cuando se armaron los madrazos”.
Era buen hijo, buen padre y un hombre atento que amaba a sus tres hijas, y a su hijo llamado como él y engendrado con su primera mujer.
De ahora en adelante, Viridiana vivirá del recuerdo de cuando se conocieron y se enamoraron a la salida de la escuela preparatoria de La Ruana, cuando Manolo le pidió a la joven que se vieran en la plaza del pueblo el domingo siguiente.
Después de esa ocasión le seguirían muchas otras, hasta que un día se pelearon y duraron un año sin hablarse, en ese tiempo Manolo conoció a otra mujer y decidió casarse con ella.
De esa relación resultaría un hijo varón, quien hoy tiene 13 años de edad y que lleva su nombre.
Pero Viridiana y Manolo estaban destinados a estar juntos, y luego de cuatro años de su primer matrimonio, se divorció y se reencontraron. Durante todo ese tiempo no se separaron, hasta el pasado lunes cuando se despidió de ella y sus hijas más amoroso que de costumbre.
“Ahorita vengo mi’ja. No se me acobarde. Todo esto es para mejorar y que todos podamos estar bien. Sonríame, chula”, le dijo a su mujer antes de salir con su rifle en mano rumbo a la barricada que está frente Los Palmares, donde la tarde del martes pasado se desató una balacera que dejó como saldo 11 muertos, entre ellos dos civiles.
Este jueves Viridiana esta lívida, tumbada en la cama matrimonial de la casa de su suegro, llorosa. Desde el lunes pasado apenas si prueba bocado. Su cabeza está llena de dudas y miedo.
Un familiar se acerca con un plato desechable repleto de morisqueta, un guiso que se come a diario en la región y que consiste en arroz blanco al vapor, bañando en una salsa roja y, a veces, un pedazo de carne de cerdo.
Rechaza la comida, pero le recuerdan que tiene que ser fuerte por sus hijas, para sacarlas adelante.
Viridiana piensa en voz alta y externa que ahora sí, se irá lejos con sus niñas, quizás al vecino país.
—¿Tienes papeles?, se le pregunta.
—“No, pediré asilo. Me tienen que sacar de aquí”, concluye con la mirada perdida en el retrato de su esposo.