MORELIA

En Michoacán todo mundo tiene una historia de terror que contar. Casi no hay vecino, pariente o amigo que no haya sido víctima de alguna forma de la delincuencia organizada y del terror que crece como una sombra, sin rostro, ni nombre.

“Un día pensé en que nada podría ser peor que el secuestro de mi esposa y luego vinieron los granadazos del 15 de septiembre de 2008”, dice José Villalobos, quien cerró su negocio cuando intentaron extorsionarlo.

Los michoacanos han visto trastocada su vida desde hace por lo menos 12 años. Ahora van de sobresalto en sobresalto, pensando en que nada puede ser peor de lo que pasa, pero para su sorpresa cada nuevo episodio supera sus expectativas.

Hoy es Apatzingán, pero anteriormente fue Uruapan y antes Zitácuaro, Huetamo, Carácuaro, Vista Hermosa, Buenavista, Chinicuila o Morelia donde no se puede caminar más allá de las nueve de la noche.

También de a poco, y paradójicamente, se ha roto el silencio. Ahora ya se habla abiertamente en reuniones familiares y sobremesas de la situación que vive el estado, y a veces se convierte en el único tema de conversación.

A más altos niveles también la incertidumbre y el miedo ganan terreno. Hoy es fácil y cotidiano enterarse de cómo mataron al periodista fulano, al diputado zutano y al político perengano en una semana cualquiera. Eso ha democratizado el terror.

Entre los legisladores y funcionarios de todos los niveles el nervio ha hecho de las suyas y a unos se les nota más que otros.

Algunos se atreven todavía a hablar retando a su propio destino y desafiando a la muerte, como la diputada autodeclarada independiente, Selene Vázquez, quien ha decido tomar como bandera la causa de las guardias comunitarias y ha retado en su cara al gobernador en turno a que vaya a conocer la realidad de sitios como Tepalcatepec, Chinicuila o Coalcomán, donde la muerte ronda a todos, incluyendo al alcalde.

Los michoacanos y quienes no lo son de origen, pero que se han avecindado aquí por creer en el sueño tranquilo de la vida provincial, han conocido de cerca que la vida tiene otras reglas y han tenido que comenzar a vivir con carros en llamas y bloqueos de gente con ninguna autoridad.

Hoy Michoacán se ha acostumbrado a vivir en el filo de la navaja, pero sobre todo se ha acostumbrado a la desilusión de suplir con sus propios recursos los vacíos de la gobernabilidad.