Crónicas Bolivarianas. Venezuela, una nación polarizada
APOYO. Leales a Hugo Chávez y a su sucesor, Nicolás Maduro, conmemoran el aniversario de la muerte del primero en esta imagen del 5 de marzo. (Foto: ARCHIVO AP )
En la diplomacia suele decirse que al primer mes de haber llegado a un país, un embajador puede escribir un libro sobre su nuevo destino; al año ya sólo puede escribir un artículo y después de eso ya no se atreve a escribir nada. A medida que un observador va adentrándose en la realidad de una nación, empieza a confundirse, a matizar de más y a dejar de ver el bosque.
Con esta salvedad, daré la visión que recogí de Venezuela, durante una breve estancia que tuve en ese país la semana pasada. Visité Caracas y Puerto La Cruz, un balneario en la costa este. Estoy consciente de que las zonas con mayor agitación política se encuentran hacia el otro lado, al oeste. No obstante, fue muy ilustrativo vivir este momento crucial de la República Bolivariana.
La sensación general es que el venezolano de a pie está muy preocupado por las condiciones de su país y por ello se apresuran a presentar su análisis de las cosas, sin siquiera pedirlo. La oposición porque siente que un extranjero puede llevar su visión de Venezuela hacia el mundo, ante el asedio de que han sido objeto los medios de comunicación independientes y por la escasez de papel para imprimir los periódicos (El Universal de Caracas, por ejemplo, apenas llegará a seis páginas en su edición diaria para economizar papel). Quienes apoyan al gobierno también se apresuran a ofrecer su versión de lo que ocurre. Sienten que en otras partes del mundo se le está dando la razón a los opositores y por ende, buscan contrarrestar ese déficit de opinión.
El momento que vive Venezuela es delicado porque las pasiones ya nublan cualquier intercambio de ideas. Por ello, se ve remoto que las partes puedan sentarse a construir algún consenso nacional. Lo más alarmante es que el centro político ha desaparecido: o se está fervientemente a favor del gobierno o con igual fervor en contra. No es tanto un enfrentamiento entre derecha e izquierda como suele presentarse, sino entre quienes apoyan o rechazan al gobierno. La polarización es el signo dominante del país.
Si Nicolás Maduro ganó las elecciones por un margen tan estrecho (1.5% de los votos) quiere decir que prácticamente la mitad de la población está con él y la otra mitad en su contra. ¿Por qué entonces —me decían— no intentó desde el primer día tender la mano a sus contrarios, en vez de refugiarse en los cuadros chavistas que de todos modos tenía de su lado? Nadie sabe por qué. Al contrario, ha hecho una gran división entre buenos y malos ciudadanos, chavistas o fascistas, dependiendo si están con él o en su contra. Hoy día habría manera de atemorizarlos, pero ya no de acercarse a quienes están en su contra.
Los venezolanos de ambos bandos con los que hablé sienten que el gobierno apuesta al cansancio de las fuerzas opositoras. Por fastidio y una dosis de temor, tarde o temprano cederán las movilizaciones en la calle, esa es la tesis. Pero los críticos del gobierno aseveran que eso es imposible ya que basta ir al supermercado o buscar insumos esenciales, ver los precios y la calidad de los productos, para volver a enardecerse y salir a las calles. En los estantes de las tiendas está el recordatorio cotidiano para el descontento. No sólo hay desabasto, sino que la inflación rebasa el 50% en general y el 80% en alimentos, según datos del propio Banco Central de Venezuela. El duty free del aeropuerto de Caracas está vacío, salvo algunos licores y artesanías. Hasta se ve raro, ver los espacios de Bulgari o Montblanc sin otra cosa más que el letrero.
A mi llegada fui a cambiar moneda a una casa de cambio oficial y me dieron 6.30 bolívares por un dólar. La dependienta me preguntó si estaba seguro de lo que iba a hacer. Quise saber por qué lo preguntaba y me dijo que al salir de Venezuela no podría convertir de nuevo mis bolívares en dólares o pesos. Esa es la política.
¿Y si me sobran algunos bolívares? —le pregunté.
—Se los tiene que gastar— fue la respuesta. Tan pronto salí de la casa de cambios me abordó un empleado del aeropuerto y me preguntó muy seco: ¿Para qué cambió sus dólares ahí? Es la casa de cambio, fue mi respuesta automática. Yo le hubiese dado 80 bolívares por dólar —me respondió—. Cuando hay un diferencial de doce veces entre la tasa oficial y la del mercado, algo grave está pasando. Así, por un sándwich y un jugo de fresa me cobraron 98 bolívares. En la tasa oficial me costó 15 dólares, mientras que al cambio del mercado alterno me habría salido en 1.20.
Me marcó la conversación con dos choferes. Mismo empleo, dos visiones completamente diferentes del mismo país. El primero me dijo que tenía seis hijos, era de origen campesino y que ahora cuatro de esos hijos ya tenían una carrera, gracias a la revolución iniciada por el Comandante Chávez. Tenía un pequeño departamento y estaba tranquilo por el futuro de su familia. El segundo me dijo que pronto dejaría de ser chofer porque no podía comprar cauchos (llantas), pues no existen en el mercado y si es necesario conseguirlos se los cobran al triple de su valor. Cuando se le acaben sus cauchos —me dijo— tendré que cambiar de oficio. Me pidió que le acompañara a un supermercado. Fue una visita rápida porque no había gran cosa que ver. Las dos experiencias tienen mérito, vienen de dos venezolanos muy parecidos, pero se entiende que al chofer que estuvo del lado del régimen le fue bien y al que no se alineó con el chavismo le fue mal.
El país está lleno de propaganda política. A cualquier actividad humana le han encontrado un sentido bolivariano. Para fortalecer la imagen de Maduro, su retrato invariablemente aparece junto al de Hugo Chávez. Se trata de mandar el mensaje de que son más o menos lo mismo, que hay continuidad en la revolución, que hay chavismo aunque ya no esté Chávez. Quizá todavía es muy temprano, pero Maduro no ha logrado forjar una imagen propia. En un encuentro con artistas del régimen dedicado a la paz y contra el odio, el mandatario venezolano pasó toda una tarde en un parque escuchando elogios y canciones revolucionarias. En sus discursos, daba la impresión de que los artistas se dirigían a Chávez reencarnado y no a un individuo diferente. Su esposa recibe el nombramiento de “primera combatiente” en vez de primera dama, que suena más pequeñoburgués.
Ya en mi vuelo de regreso, lleno de imágenes de las cruces que siembran los estudiantes por la mañana y que quitan las fuerzas bolivarianas por la tarde y que Chávez de veras intentó que los perdedores de siempre ahora fuesen ganadores y que los privilegiados de siempre aceptaran que ahora les tocaba perder, pensé que los cambios que ha intentado la República Bolivariana podrían ser aceptables mientras que el país funcionara, que la gente no tuviera que padecer tanto para comprar un pollo o conseguir papel de baño.
La lealtad política de muchos chavistas fue recompensada con puestos y tareas que requieren de especialización y conocimientos, no de filiaciones políticas. Producir harina para las arepas requiere de un ingeniero en alimentos. Si tiene o no convicciones chavistas es irrelevante con tal de que la gente pueda seguir consumiendo arepas. Maseca y Cemex, antes de ser intervenidas por el Estado, surtían bien al mercado venezolano de masa y de cemento. Ahora son más bolivarianas, pero hay desabasto de esos dos productos esenciales.
La Venezuela chavista, de izquierda, nació con una partitura que solamente Hugo Chávez sabía interpretar. No siguió al modelo de desarrollo chino de ser más eficiente y competitivo que comunista. La enorme riqueza petrolera se convirtió otra vez, en una especie de seguro de vida con el que podría comprarse cualquier cosa que necesitara el país y hasta subsidiar el consumo de energía de Boston en invierno (recuérdese que Chávez dio combustóleo a precio de descuento a los bostonianos en un invierno con temperaturas récord). Se compraron aviones de guerra rusos, mientras el campo languidecía.
Pero Chávez tenía el magnetismo, el pedigree y la habilidad política necesarios para su proyecto. Con la muerte del Comandante ha aumentado la dependencia hacia la asesoría política de Cuba (que muchos venezolanos me dijeron que era lo que más les molestaba) y por ende la visión de que la única medicina para la oposición, es anularla. Si Maduro no logra buenas negociaciones con la oposición, términos de entendimiento aceptables, sus únicas opciones a la vista serían reanimar la economía en muy corto plazo y de manera visible o gobernar desde el uso de la fuerza.
Más allá de las penurias económicas, la preocupación más grande de las fuerzas opositoras es que el chavismo, con o sin Maduro, se perpetúe en el poder y elimine cualquier posibilidad de alternancia. Sin competencia política real, las manifestaciones seguirán siendo la vía primordial de expresión y el verdadero campo de batalla.