JERUSALÉN.— Se han cumplido ya tres años desde el comienzo de lo que originalmente se llamó “la primavera árabe” y probablemente Siria sea el país en el que más claro está que la esperanza de algo mejor se desvaneció rápidamente.

Las manifestaciones exigiendo cambios económicos y algo más de libertad, reprimidas con gran dureza por el régimen de Bashar al-Assad, se convirtieron rápidamente en la antesala de un enfrentamiento sumamente cruento, que hoy es una guerra abierta y un desastre humanitario para su población en general, quizás con cierta excepción de las zonas controladas por los alawitas, la comunidad central del poder.

Al tren de la lucha por algo mejor y contra Al-Assad, protagonizada originalmente por opositores sirios no fundamentalistas, se subieron rápidamente elementos radicales islamistas pro Al-Qaeda llegados en gran medida del exterior. Del otro lado están los extremistas chiítas de Hezbolá y las Guardias Revolucionarias de Irán que, por el contrario, protegen a las autoridades y luchan por su supervivencia. Las aspiraciones sirias de una mejor vida se convirtieron en escenario de una guerra civil cruenta que es, además, el tablero en el que fuerzas externas juegan un peligroso ajedrez.

El Dr. Bruce Maddy Weitzman, experto en el Centro Moshe Dayan de Tel Aviv para el estudio de Medio Oriente y África, estima que mientras Irán y Rusia continúen apoyando al régimen sirio, éste seguirá llevando la delantera, aunque continúa lidiando cada tanto con diversos desafíos. Y el especialista en Siria de la Universidad de Tel Aviv, Profesor Eyal Zisser, aclara que por ahora “todo indica que Al-Assad no se va”.

“Parecería que el estancamiento se afirma y que el régimen será capaz de mantenerse en el poder al menos en parte del país”, estima Maddy –Weitzman. “Siria podría quedar fragmentado, de facto, en diversas regiones, controladas por fuerzas diferentes”. Tal era uno de los escenarios mencionados desde el comienzo del estallido, y uno que no vaticina gran estabilidad para Siria.

Por ahora, la pregunta es si acaso hay probabilidad de que la situación en el terreno sea determinada en forma categórica por una de las partes, de modo que en lugar de continuar desangrándose, haya un lado victorioso y termine la guerra. El apoyo bélico iraní a Al-Assad —al igual que el de Rusia en el plano político— le resulta clave y por ahora lo ha salvado. La gran división que hay en la oposición juega a su favor.

Pero en opinión del profesor Eyal Zisser, un elemento clave en el complejo mosaico es la percepción básica de Bashar al-Assad. “En lo que a la visión de Bashar al-Assad respecta, él permanecerá eternamente en el poder”, dice a EL UNIVERSAL. “Al-Assad no acepta imposiciones de que se debe ir. Desde el punto de vista de Bashar, no hay ningún juego. Su mensaje era y sigue siendo: ‘Aquí estoy’”.

Cuestionado respecto a cómo cabe analizar —más allá de las intenciones del propio Al-Assad— su situación actual en lo referente al control del país, Zisser es categórico. “La situación es para Bashar mejor que la de hace uno o dos años. Hace uno o dos años parecía que se estaba estrellando, que caía de un rascacielos cien pisos hacia abajo. Pero ahora, está estable”, afirma Zisser. “La oposición no acelera sus logros, Bashar logró estabilizar la situación y aunque no puede ganar, la oposición tampoco. Quien tenga más aire para respirar terminará siendo el victorioso. Él lo sabe, lo saben todos, y juega con el tiempo, con la esperanza de que el tiempo juegue en su favor”.

No es tanto, dice, que Al-Assad ha tenido éxito sino que la oposición ha fracasado.