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Crimea, la hora decisiva

Eduardo Mora Tavares| El Universal
Domingo 16 de marzo de 2014
Crimea, la hora decisiva

PROPAGANDA. Una mujer camina junto a un gran cartel que llama a la población de Crimea a votar en el referéndum para decidir la anexión a Rusia en la ciudad portuaria de Sebastopol. (Foto: BAZ RATNER REUTERS )

La República Autónoma cedida por Jruschev a Ucrania vota hoy una consulta de anexión a Rusia, condenada por Estados Unidos y la Unión Europea

eduardo.mora@eluniversal.com.mx 

Crimea se ha convertido en el mayor punto de confrontación entre Rusia y Ucrania, y Moscú no está dispuesto a perderla. No sólo es el factor estratégico de la península donde se halla una importante base naval rusa, sino lo que significa para el pueblo ruso en términos de historia y orgullo nacional.

La República Autónoma decide hoy en un referéndum si se incorpora a Rusia o si proclama la independencia. No si permanece como parte de Ucrania. El martes pasado, el Parlamento crimeo de 99 escaños ya aprobó la independencia por 78 votos. Con una mayoría de la población crimea a favor de la anexión a Rusia, el sí en ese sentido se da como un hecho.

La consulta es vista como un mero trámite para legitimar lo que en la práctica se observa ya como la toma de Crimea por Moscú. La anexión de Crimea a Rusia no sólo es rechazada por el nuevo gobierno ucraniano, sino por la Unión Europea (UE) y por Estados Unidos, que amenazan con imponer severas sanciones a Rusia por sus presiones contra Ucrania.

Crimea es un bastión por el que han muerto decenas de miles de rusos en diferentes conflictos bélicos, particularmente en la Guerra de Crimea (1853-1856) que fue vista por Rusia como una victoria moral, aunque en términos militares fue una derrota ante las potencias imperiales occidentales que se aliaron con los turcos.

La Rusia del presidente Vladimir Putin no está dispuesta a sufrir una nueva humillación como la vivida en el siglo XIX. Si la Rusia postsoviética debilitada perdió Crimea en 1991 al independizarse Ucrania, que tenía el control de la región, la Rusia de hoy, que ha recuperado su poderío en el escenario internacional gracias al gas y el petróleo, no cederá sin dar la batalla. Putin ha desplegado el músculo de los herederos del Ejército Rojo para defender lo que considera pertenece a Rusia.

Formado en la disciplina soviética de la KGB, a Putin no le gustan ni la debilidad ni el caos. El máximo líder ruso, quien considera que la caída de la URSS fue un gran desastre, teme “la inestabilidad en el exterior y los trastornos sociales en casa”, dice Michael Stuermer en su libro Putin and the rise of Russia. Putin vio el colapso soviético y no puede permitir que Rusia pierda otra vez.

Por ello, apuntó Stuermer, el líder ruso busca dar “una imagen de sí mismo como un pilar del orden mundial y de Rusia como una potencia conservadora, parte de un nuevo equilibrio mundial, que busca recuperarse de la melancolía postimperial”. Putin emula a los zares y a los jefes comunistas con su ambición de defender el estatus de Rusia y desconfía de las intenciones de Occidente hacia Moscú. Jeffrey Tayler sostiene en Foreign Policy (edición online) que Putin “no está loco”. Cuando reclaman por la presión de Putin a Ucrania, EU y la UE “parecen olvidar las numerosas medidas adoptadas tras el fin de la Guerra Fría para reducir la influencia rusa”, dice Tayler.

La OTAN, por ejempló, creció con la incorporación de repúblicas ex soviéticas o con países que fueron miembros del Pacto de Varsovia, “pese a la promesa” de los vencedores de la Guerra Fría de no hacerlo. “A nadie debería sorprender que Putin concluyera que Estados Unidos estaba detrás de las protestas” que derribaron al aliado de Moscú en Ucrania el mes pasado, precisa.

En este escenario, la estratégica península crimea, donde se asienta la más importante base naval rusa en el Mar Negro, es una región de la que Rusia no puede prescindir. El histórico puerto de Sebastopol, que según algunos tiene una infraestructura arcaica, es la salida de la flota rusa hacia el Mediterráneo, a través del Estrecho del Bósforo que comunica ambos mares. Perder el puerto y trasladar su infraestructura naval a territorio ruso es visto como imposible y costoso.

El peso del pasado

Históricamente, Crimea fue arrebatada por la Rusia zarista al imperio otomano en 1783, que la rusificó, pero la perdió en la Guerra de Crimea. El historiador Orlando Figes recuerda en su libro The Crimean War que la épica de Sebastopol permanece como un ejemplo del coraje y el heroísmo de Rusia para defender su territorio ante una invasión extranjera, y que creó desde entonces un resentimiento ante Occidente (Francia y Gran Bretaña) que se alió con los turcos para quitarles la península. En tres cementerios militares en Sebastopol están sepultados 250 mil soldados, marineros y civiles rusos que murieron luchando por la ciudad portuaria.

Crimea tuvo además un papel crucial durante la Revolución bolchevique, pues fue otro escenario de la guerra civil entre comunistas y “blancos” rusos entre 1917 y 1920. Tras la victoria bolchevique, Crimea fue convertida en 1921 en una república soviética autónoma para los tártaros, descendientes de los mongoles que ocuparon partes de Rusia y Ucrania en el siglo XIII.

Desde la primera ocupación rusa en 1783, “a pesar de la moderada tolerancia rusa a las tradiciones religiosas de los tártaros, éstos comenzaron a emigrar en grandes números hacia Turquía”. En 1783, los tártaros representaban el 83% de la población de la península, pero para 1897 su porcentaje cayó a 34%, mientras que los rusos y ucranianos constituían casi el 45% de la población de la península, según asienta el reporte 2014 Ukraine and Crimea Crisis, de la Escuela Naval de posgraduados del Departanmento de Defensa estadounidense.

Bajo el régimen comunista, los tártaros sufrieron represión y purgas. Cuando los nazis ocuparon Crimea en 1941, la mayoría de los tártaros apoyó a los invasores contra sus amos rusos. El costo de tal actitud fue muy alto. Una vez que las tropas rusas recuperaron Crimea en 1944, Stalin decidió deportar a los “colaboracionistas” tártaros a zonas de Asia Central y Siberia, destino compartido por muchos chechenos. El estatus de la región fue rebajado al de una simple zona administrativa (oblast).

A la muerte de Stalin en 1953 y como resultado del proceso de desestalinización, el máximo dirigente soviético que lo sucedió, Nikita Jruschev, quien había vivido en Ucrania y de hecho se consideraba ruso-ucraniano, resolvió ceder la provincia a Kiev en 1954. Crimea se convirtió en parte de la República Soviética de Ucrania.

Seguramente como Jruschev pensaba que ese statu quo era imposible de modificar, veía a Crimea y a Ucrania como parte de una eterna Unión Soviética que en el largo plazo prevalecería sobre su principal enemigo, Estados Unidos.

El colapso comunista

El colapso del imperio comunista exterior e interior hizo añicos la ilusión comunista de Jruschev y de todos los líderes soviéticos que lo sucedieron. Obligada a transformar su economía planificada de Estado, a competir con una carrera armamentista nuclear con EU, y atrasada en el desarrollo de nuevas tecnologías, como por ejemplo la de la Guerra de las Galaxias que impulsaba la administración de Ronald Reagan, y desangrada por la guerra en Afganistán que había invadido en 1979, Moscú vio caer una a una las piezas del dominó comunista en 1989: Polonia, que llevó a su sindicato independiente Solidaridad al poder; Hungría, Checoslovaquia y la República Democrática Alemana (RDA). Un par de años después, en diciembre de 1991, desapareció la URSS. Meses antes, el 24 de agosto de 1991, Ucrania proclamó su independencia, llevándose consigo Crimea. Rusia, debilitada, debió celebrar acuerdos con Kiev para seguir utilizando la base de Sebastopol, que debía compartir con Ucrania desde ese momento.

Intentos de Rusia por anular la cesión de Crimea a Ucrania resultaron infructuosos y la región se convirtió en la República Autónoma de Crimea como parte de Ucrania en 1992, con un estatuto especial para Sebastopol. Kiev y Moscú firmaron en 1997 un acuerdo para que Rusia pudiera mantener su flota en ese puerto. Tres años después, el ahora depuesto presidente Viktor Yanukovich acordó con Moscú prolongar durante 25 años más el acuerdo para el estacionamiento de la Flota del Mar Negro, que expiraba en 2017.

Con el voto por la anexión, tal pacto parece innecesario, pero el costo, advierte Alexander J. Motyl (Foreign Affairs edición online), puede ser muy alto y a la larga Rusia perderá, pues Crimea —asegura— dejaría de ser un atractivo turístico y encararía desabastos en electricidad, gas y agua que obtiene de Ucrania.



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