Lo + de 2013 Un Papa distinto, para un mundo distinto
DIFERENTE. Su mensaje es simple, comprensible, directo, sin vueltas, esencial, optimista, alegre. (Foto: ARCHIVO EFE )
ROMA.— Seis y media de la mañana del 4 de diciembre. Todavía es de noche en Roma, el frío húmedo cala en los huesos, pero hay movimiento en el Vaticano. Es miércoles y la via della Conciliazione ya se encuentra cerrada al tránsito, totalmente vallada. Comienzan a aparecer grupos de peregrinos de diversas partes del mundo, que van tomando posición en la Plaza de San Pedro.
En invierno, las audiencias solían ser en el Aula Pablo VI, que ahora no da abasto: el flujo de gente se ha multiplicado y por eso la cita es a la intemperie. Lo único que importa es verlo y escucharlo a él: Francisco. Ese Papa “que es uno de nosotros”, que desde que fue electo el 13 de marzo provocó un milagro: revitalizó a una Iglesia católica en crisis. Y, al poner en marcha una revolución moral, de humildad y austeridad en el Vaticano, inspiró al mundo.
El ex arzobispo de Buenos Aires, Jorge Bergoglio, había comenzado el 2013 pensando que iba a jubilarse y a retirarse a vivir a la habitación número 13 del Hogar Sacerdotal de la calle Condarco, en Flores. Pero cierra este 2013 —marcado por la valiente renuncia de Benedicto XVI al trono de Pedro, el 11 de febrero—, no sólo como el personaje del año de la prestigiosa revista Time, sino con multitudes fascinadas que invaden la Plaza de San Pedro para oír su catequesis todos los miércoles, y su Angelus, todos los domingos. Y con jefes de Estado y de gobierno que hacen cola para ser recibidos en audiencia.
La multitud que quiere ver y oír al Papa está ahí porque sabe que las catequesis de Francisco son distintas. Su mensaje es simple, comprensible, directo, sin vueltas, esencial, optimista, alegre. Porque su mensaje —que es el del Evangelio, un Evangelio que llama a acompañar a los heridos de este mundo, no a condenarlos—, le llega a la gente. Toca a diario la realidad de hoy, con su desempleo, sus injusticias, las guerras, la exclusión de millones de personas, jóvenes y ancianas, en la que el “escándalo” del hambre, el drama de migrantes en busca de un presente mejor, sigue siendo moneda corriente, al igual que la corrupción, la trata de personas, el tráfico de droga y demás flagelos.
Porque el mensaje de Francisco, un hombre que predica con el ejemplo, llega. La popularidad del primer Papa argentino, el primer Papa latinoamericano, el primer Papa jesuita, es arrasadora.
Ya desde la noche del habemus papam, cuando eligió llamarse “Francisco”, inspirándose en el poverello de Asís que se despojó de toda su riqueza para abrazar a los leprosos, el cardenal jesuita de Buenos Aires hizo entender que nada sería como antes en el Vaticano.
“Bergoglio es un hombre libre, que nunca estudió en Roma y que no tiene una mentalidad ‘romana’, que ha traído una nueva visión del sur del mundo, basada en su experiencia como jesuita y como sacerdote callejero”, subraya el vaticanista Gerard O’Connell. El semanario Time destacó que Francisco, “sin cambiar la letra, logró cambiar la música” en el Vaticano.
Desde el mismo comienzo de su pontificado borró de un plumazo antiguas tradiciones y, fiel a su estilo sencillo, prefirió presentarse al mundo sin esa pompa y esplendor característico de un papado parecido a una corte imperial.
Se mostró con su cruz de plata de siempre, su anillo de siempre, sin zapatos rojos, sino con los suyos negros y gastados, sin la muceta roja. Se quedó a vivir en la domus Santa Marta, rechazando la soledad del departamento pontificio del Palacio Apostólico.
Inaugurando una nueva forma de ejercer el papado —ya no quiere gobernar como una monarca absoluto—, en otro cambio crucial, que habla de colegialidad, sinodalidad, creó un consejo de cardenales —el denominado G8 del Papa— que lo está ayudando a reformar a esa Curia romana marcada por intrigas y escándalos durante el fin del pontificado de Benedicto XVI, y en el gobierno universal de la Iglesia.
Consciente de que la credibilidad de la Iglesia se vio minada también por el escándalo alrededor del IOR, el banco del Vaticano bajo sospecha de lavado de dinero, el Papa creó una comisión que está analizando qué hacer: ¿Cerrarlo, transformarlo, convertirlo en un fondo de ayuda? En todo caso, quiere una entidad transparente.
También puso en marcha una comisión que está revisando todas las finanzas del Vaticano y otra para aumentar sus controles. Y dado que el escándalo por abusos sexuales contra niños por parte de sacerdotes, que estalló durante el pontificado de su antecesor —que puso en marcha una política de tolerancia cero—, manchó como nunca la imagen de la Iglesia católica, Francisco acaba de crear una novedosa comisión para la protección de niños.
Una revolución moral
Consciente de que en los últimos años muchos se alejaron de la Iglesia católica porque no supo acompañar a quienes estaban en sus periferias —los pobres, los heridos, los divorciados vueltos a casar, la mujer que se vio obligada a cometer un aborto—, Francisco llamó a una suerte de revolución moral. “¿Cómo estamos tratando al pueblo de Dios? Yo sueño con una Iglesia Madre y Pastora. Los ministros de la Iglesia tienen que ser misericordiosos, hacerse cargo de las personas, acompañándolas como el buen samaritano que lava, limpia y consuela a su prójimo.
“Esto es Evangelio puro. Dios es más grande que el pecado. Las reformas organizativas y estructurales son secundarias; es decir, vienen después. La primera reforma debe ser la de las actitudes”, dijo el Papa en su entrevista a la revista jesuita La Civiltá Cattolica. Esa entrevista fue el anticipo de su primer gran documento, la exhortación apostólica Evangelii Gaudium (La alegría de la Evangelio). Francisco habló allí de conversión del papado, de descentralización, de la Iglesia en estado de misión permanente.
Por todo esto, si bien pasaron poco más de nueve meses, la sensación en el Vaticano es que pasaron años. Los cambios se reflejan en los medios de todo el mundo, que nunca le dieron tanto espacio a un Papa. Francisco también fue nota de portada de The New Yorker y Vanity Fair, porque su protagonismo va más allá de su papel como líder de la Iglesia católica.
Si Juan Pablo II jugó un rol esencial en la caída del comunismo, Francisco, un Papa del fin del mundo, lucha ahora por derrumbar la brecha Norte-Sur. El muro de la “globalización de la indiferencia”, de la “cultura del descarte”, que dominan un mundo agobiado por el desempleo, las guerras y las secuelas de una crisis financiera que sigue haciendo estragos.