Antes y después del 11-S chileno
EN LA MEMORIA. Soldados y bomberos sacan el cadáver de Allende del destruido palacio presidencial, tras el golpe de 1973. (Foto: AP )
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Dos Chiles, como las dos caras de una misma moneda: el de antes del 11 de septiembre de 1973 y el que en los últimos años trascendió como un modelo a seguir por el Fondo Monetario Internacional (FMI) y los distintos organismos de crédito, el paradigma de la OCDE para Sudamérica y el país de la región comercialmente más abierto de todos.
Por estas fechas abundan las referencias al Chile pregolpista, el de la Unidad Popular (UP) que en 1970 llevó a Salvador Allende a la presidencia para intentar la experiencia del socialismo en democracia. Aquel Chile se identificaba por una economía basada en el salitre y el cobre sin mucho éxito, con programas de sustitución de importaciones; pero gozaba de un sistema educativo más integrado que el actual.
“La propuesta de la UP era una transformación socialista respetando las instituciones. Allende mostraba a cada paso que era un hombre de palabra. La presión de los gremios, la animadversión del gobierno de (el presidente de EU Richard) Nixon y la crisis económica surgida del intento de transformación, lo habían llevado a último momento a intentar un acuerdo con la oposición para evitar el descalabro”, asegura el politólogo Carlos Piedrabuena en diálogo con EL UNIVERSAL.
Por aquellos días, la crisis en la minería se juntó con la escasez de alimentos, surgida del intento de avanzar en la nacionalización de la producción, que provocaba largas colas para conseguir un kilo de pan o una botella de aceite, y la inflación que llegó a trepar hasta 500%. Asuntos estos que fueron mellando la popularidad de Allende en un sector de la clase media, que era la que volcaba la balanza en un país que ya venía ostentando la polarización desde la llegada misma del “compañero presidente” al Palacio de La Moneda.
Un Chile de carencias y en el que la UP buscaba poner fin a años de desigualdad social, comenzó a hacer agua en marzo de 1973, cuando la oposición logró vencer en las elecciones legislativas de ese año. A partir de entonces se fueron sucediendo los cambios de gabinete, el intento golpista del 29 de junio conocido como “el tanquetazo” y el desembarco en el gabinete y posterior renuncia del general Carlos Prats, que posibilitó al ascenso de Pinochet.
Lo demás, la oposición de Washington y el rol de la CIA en el golpe, la férrea postura de la Iglesia y la complicidad de la Democracia Cristiana, las reservas monetarias que cayeron del 41% del PIB al 9% y el déficit fiscal que creció del 6 al 30% y los errores en la figura de su secretario General, Carlos Altamirano, fueron llevando al gobierno hasta el sumidero golpista.
Como contracara, el Chile que surgió de la dictadura en 1990, después de una dura política de adoctrinamiento social y la feroz apertura económica que hasta 1989 tenía al 45% de la población económicamente activa en situación de pobreza. Un modelo que el sociólogo Manuel Castell llegó a definir en su momento como “liberal en lo económico, autoritario en lo político y excluyente en lo social”.
La privatización, la apertura de mercados y la reforma financiera que caracterizó a la dictadura fueron los cimientos con lo que contó la Concertación Democrática (CD) desde 1990 para llevar adelante políticas productivas, la ampliación del crédito y un crecimiento económico que en promedio fue del 2.9% hasta el 2002.
De allí que la pobreza se redujera a 17%, el desempleo se estancara en un dígito y Chile se convirtiera en el país latinoamericano mejor ubicado en el Índice de Desarrollo Humano de 2013, donde ocupó el puesto 40 a nivel mundial.
“De una economía cuyo principal motor era el Estado, pasamos a una abierta y de mercado. El ‘modelo chileno’ ha mantenido las últimas cuatro décadas fundamentos constantes pero con diferentes modalidades”, resalta el economista Ricardo French Davis.
En la actualidad, los problemas del país parecen tener la misma raíz que en los 70, pero atraviesan otros canales. La desigualdad sigue golpeando y la herencia del sistema educativo diseñado durante la dictadura aparece como el principal desafío a desmontar por el próximo gobierno a partir del 11 de marzo de 2014. No obstante, las dos caras de Chile siempre suelen encontrarse puntualmente una vez al año, en vísperas del 11-S.