El poder de la locura teatral, un reto para el público
TRANSGRESORA. La obra de cuatro horas 30 minutos se compone de una sucesión de cuadros, en apariencia caóticos y sin sentido, aunque cargados de símbolos, violencia, erotismo, ira, desesperación y locura. (Foto: CORTESÍA FIC )
La segunda función de El poder de la locura teatral, del artista visual belga Jan Fabre, llamó la atención del público guanajuatense.
En su primera función, el día viernes, la asistencia fue discreta; en la del sábado se registró una larga fila para ver la pieza estrenada en 1985 y que ha recibido los mejores elogios, pero también ha sido calificada de polémica y transgresora.
La obra es una sucesión de cuadros, en apariencia caótica y sin sentido, cargados de símbolos, de violencia, erotismo, ira, desesperación, locura. En esto radica su belleza y su poder, porque la vida está ahí, las emociones se entremezclan, los pensamientos se confunden, como en una mente que no controla lo que piensa pero todo aquello que lo hace humano gira vertiginosamente.
Los cuerpos de los intérpretes están ahí, en el escenario, realizando movimientos mecánicos, automatizados incluso, se desnudan y se visten una y otra vez, bailan, rompen platos, persiguen sapos que brincan por todo el escenario, se empujan con fuerza, corren, fuman, se cachetean, se besan. Nada parece tener sentido, pero no importa porque lo que provocan son emociones, de esas que surgen de la entraña y no tienen explicación alguna sólo se sienten, avivan la existencia de modo dramático o gozoso.
Hay repetición, desnudez, luz y penumbra, sonidos guturales, canto, textos que se reducen a una enumeración de obras teatrales, año de estreno, país, autor y director, una lista que inicia en 1876 con el estreno de El anillo de los nibelungos de Richard Wagner y acaba en los años 70.
Jan Fabre, su creador, ha dicho que lo que intenta es que el intérprete actúe emociones y sensaciones, pero no desde el raciocinio mental, sino a partir del conocimiento profundo del cuerpo.
Así, lleva al límite el cuerpo de sus ejecutantes en cuadros como el de una mujer que intenta subir al escenario una y otra vez, mientras un hombre se lo impide por todos los medios posibles, a patadas, a empujones, a gritos. La escena se torna estresante, ¿es la representación de la violencia? Si y no, la lectura de la acción está en la mente del espectador, tiene tantas interpretaciones como ojos que lo miran.
No sólo el cuerpo está ahí, también su creación. Fabre coloca al fondo del escenario una pantalla en la que se observan las obras que han construido la historia del arte.
Han pasado dos horas y el público se ha comenzado a marchar. Algunos lo han hecho después de cuadros cargados de una locura exótica como cuerpos desnudos gritando frases que resultan inaudibles, con movimientos circulares sobre todo el escenario, quitándose una y otra vez la ropa, los calzones.
La mayoría continuará las siguientes dos horas y media. Un reto al espectador y a su necesidad de comprender lo que parece incomprensible, como los intérpretes corriendo sin moverse de su lugar durante 25 minutos, con algunas prendas puestas, nombrando obras sin parar hasta que sus cuerpos sudan como si se les hubiera arrojado una cubeta de agua, la respiración se agita, no hay más palabras, solo hombres y mujeres agotados por el ejercicio.
O el cuadro que involucra a una guacamaya, al fondo cuerpos desnudos con las nalgas hacia el público, un hombre de traje sentado en una silla, vestido con traje negro; de pronto una mujer se posa sobre su regazo y recibe nalgadas.
Al final, el aplauso, un aforo que ha llegado hasta el final con muchas sillas vacías. Y muchas preguntas sobre la razón y la locura.
El poder la locura teatral se presentará el 28 y 29 de octubre en el Teatro Julio Castillo.
jlc