El Nobel le da la espalda a las mujeres
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Hacia los años 30 del siglo pasado las mujeres no podían entrar al observatorio de Monte Wilson, en California (EU). Por eso, la astrónoma Vera Rubin tenía que buscar una forma ingeniosa para acceder a las mismas instalaciones donde Edwin Hubble detectó la expansión del universo.
Rubin, enfocada a estudiar el movimiento de las galaxias, solicitaba horas de uso del telescopio a nombre de su marido Robert. Y como el edificio no tenía sanitarios para mujeres —razón alegada para negarles el paso— ella simplemente recortaba un papel con la silueta femenina y lo colocaba en la entrada.
Vera Rubin estaba convencida de que —según lo cuenta el divulgador Pere Estupinyá en su libro El ladrón de cerebros, de Editorial Debate— “cuando se jubilaran los científicos machistas de la época, la nueva generación de jóvenes ya acostumbrados a trabajar con mujeres sería muy diferente”.
El panorama no ha cambiado mucho: pese a los indudables avances sociales de las mujeres en décadas recientes y a que representan aproximadamente la mitad de la población, su participación aún es escasa en numerosas actividades, incluida la ciencia. Esto puede apreciarse en diversos indicadores, como los premios Nobel.
Hasta 2012, un total de 862 personas u organizaciones habían sido laureados con el premio; de ellos, 44 se otorgaron a mujeres. En los campos de la ciencia el número es aún menor: sólo diez galardonadas en Medicina; cuatro en Química y dos en Física. Marie Curie es una notable excepción, pues lo recibió dos veces.
Si se considera también el Premio en Ciencias Económicas —instituido por el Banco Nacional de Suecia en 1969, que técnicamente no se considera un Nobel— la cuenta no cambia mucho: sólo una mujer ha recibido esta distinción, la estadunidense Elinor Ostrom, en 2009.
Reflejo de la realidad
“No creo que haya una discriminación como tal en la selección de los Premios Nobel. Eso sólo refleja los números totales de mujeres y hombres que hay en la ciencia en todo el mundo”, comenta la investigadora Susana López Charretón, del Instituto de Biotecnología de la UNAM, en Cuernavaca.
La viróloga, quien recibió el Premio L’Oréal-UNESCO “La mujer en la ciencia 2012” por sus estudios sobre rotavirus, recuerda que hay muchas menos líderes de grupos de investigación (frente a los varones) y en consecuencia, los premios sólo son un reflejo de tal situación. “Esperemos que eso cambie”.
En efecto: la inequidad y la discriminación han obligado a muchas investigadoras a buscar formas ingeniosas para superar reglas o situaciones limitantes, como lo documenta Sharon Bertsch McGrayne en su libro Mujeres galardonas con el Nobel en ciencia: sus vidas, luchas y hallazgos impetuosos.
Un ejemplo citado por McGrayne es la batalla que libró la bioquímica Gerty Cori en Estados Unidos, que en 1947 se convirtió en la primera mujer en obtener el galardón en el área de Fisiología o Medicina, mismo que compartió con su esposo, el médico y bioquímico Carl Ferdinand Cori y con el fisiólogo argentino Bernardo Houssay.
En contraste con su marido, Gerty enfrentó grandes dificultades para conseguir puestos de investigación y los pocos que obtenía eran mal remunerados. Al final, sin embargo, su trabajo en el hallazgo del proceso por el cual el glucógeno se convierte en ácido láctico en los músculos fue reconocido.
Muchas otras mujeres científicas, advierte McGrayne, permanecieron solteras, pero se les asignó una carga tan pesada con las labores de docencia que no pudieron realizar estudios originales. La situación no era muy diferente en Europa, al menos en la primera mitad del siglo XX, según narra el historiador Robert Marc Friedman.
En su libro La política de excelencia: detrás del Premio Nobel en Ciencia, Friedman recuerda que las mujeres han enfrentado grandes barreras para acceder a la educación superior, sobre todo a las instituciones con la infraestructura necesaria para desarrollar ciencia de vanguardia.
Franklin: omisión histórica
En otros casos menos afortunados las mujeres han sido borradas de la lista de colaboradores dentro de grandes proyectos de investigación. Así sucedió con la biofísica británica Rosalind Franklin, quien con la técnica de difracción de rayos X logró visualizar la estructura molecular del ADN, el código de todos los seres vivos.
La imagen de una fibra vegetal que tomó Franklin (conocida como la fotografía 51) tras revelar la placa sometida a rayos X, fue un elemento decisivo para fundamentar la hipótesis de la estructura en forma de doble hélice del ADN, que luego sustentaron James Watson y Francis Crick en un artículo difundido en la revista Nature, en 1953.
Maurice Wilkins, un físico que también participó en el descubrimiento del ADN, había trabajado con Franklin en la descripción de esta molécula con apoyo en imágenes obtenidas mediante difracción de rayos X. Sin el permiso de ella, el científico mostró ese material a Watson y Crick, quienes pudieron fundamentar su hipótesis.
Wilkins, Watson y Crick fueron distinguidos con el Premio Nobel de Fisiología y Medicina en 1962, mientras Rosalind Franklin —quien había fallecido cuatro años antes, aquejada por cáncer, tras su regreso a Inglaterra para trabajar como investigadora asociada en el King’s College— quedó relegada de las páginas de gloria de la ciencia.