Menores explotados

SUEÑOS TRUNCADOS De acuerdo con especialistas, la crisis económica incrementará la participación de mano infantil en el campo laboral. (Foto: ARCHIVO EL UNIVERSAL )
De Tapachula a Mexicali, la Unidad de Investigación de EL UNIVERSAL
documentó escenarios urbanos o rurales donde la explotación infantil se
normalizó plenamente. Miles de niños migrantes, jornaleros, vendedores,
pepenadores o mil usos, obligados a abandonar la escuela, padecen
formas de esclavitud encubiertas con eufemismos como “canguritos”,
“zorras”, “boleritos”, “canasteros”, o “cerillitos”. Atrapados en la
mendicidad a lo largo del país, viven expuestos a violencia, abandono,
enfermedad, accidentes, drogadicción y abuso de los adultos, entre los
que algunas veces se cuentan sus mismos familiares. Los gobiernos
están, en el mejor de los casos, ausentes.
Tapachula: 10 horas diarias y más
Varias decenas de niños y niñas, la mayoría indígenas guatemaltecos,
invaden los cruceros viales de esta ciudad, a 30 kilómetros de la
frontera sur. En jornadas de más de 10 horas la hacen de
limpiaparabrisas, malabaristas, boleros, vendedores o mendigan. Muchos
consumen solventes. No hay un censo, justifican representantes de la
Casa de Atención a Menores y Adolescentes en Situación de y en la Calle
(CAMASC) —organismo municipal—, porque en el caso de los guatemaltecos,
son una población flotante.
Estos últimos están aquí, denuncia CAMASC, porque fueron enganchados
en sus comunidades fronterizas con México por explotadores, entre los
que se cuentan familiares. Esas redes están identificadas por las
autoridades federales. En febrero pasado, el consulado general de
Guatemala denunció ante la Fiscalía Especial para los Delitos de
Violencia contra las Mujeres y Trata de Personas, que 19 niños
indígenas eran explotados por Calixto Celestino, quien además los
insultaba y golpeaba.
Durante el cateo a una vivienda en el centro, agentes federales y
municipales encontraron ocho menores guatemaltecos que eran obligados a
vender cigarros y dulces —les llaman “canguritos”—, de lunes a domingo,
de ocho de la mañana a 10 de la noche. Al terminar, les daban agua y
galletas. Dormían hacinados en un cuarto, sobre una lona.
Voceros de CAMASC explicaron que los niños y adolescentes que
trabajan en las calles no pueden ser trasladados por la fuerza a un
albergue, pues se violarían sus derechos.
Guerrero: niños indígenas
Asediados por las pobreza extrema, miles de niños y niñas indígenas
abandonan la escuela para vender chicles y frutas, limpiar parabrisas,
ofrecerse de “canasteros” en los mercados, jornaleros agrícolas o
boleritos. De acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística y
Geografía (INEGI), hoy unos 202 mil menores de Guerrero trabajan para
contribuir al ingreso familiar y de ellos, 58 mil desertaron de la
escuela.
Abel Barrera Hernández, del Tlachinollan Centro de Derechos Humanos
de La Montaña, precisa que en lo que va de 2009, más de 5 mil niños y
niñas indígenas guerrerenses abandonaron los estudios para irse a los
campos de Sinaloa a cambio de 60 pesos por una jornada de 12 horas.
Muchos otros son llevados a Acapulco, Iguala o Chilpancingo para vender
dulces, frutas, paletas o fritangas. Se trata de nahuas, mixtecos,
amuzgos y tlapanecos, cuyos padres no encuentran otra forma de
sobrevivir. Las consecuencias de esta expulsión son devastadoras para
la educación: en La Montaña, municipios como Cochoapa el Grande y
Metlatónoc tienen índices de analfabetismo de 78%.
Francisco Rogelio Bello, de 14 años y con gesto triste, forma parte
de esa multitud de menores explotados. Originario de Cacahuatla,
municipio de José Joaquín Herrera y Ricardos, cursó hasta quinto de
primaria y apenas sabe leer y escribir, “porque mi papá no tiene
trabajo y somos pobres”. Bonifacio Rogelio, su padre, emigró con la
familia a Chilpancingo, donde sigue desempleado.
Por la desnutrición, Francisco parece más joven de lo que es. Con la
venta de granadillas obtiene 100 pesos diarios, dice, de los cuales, la
mitad son utilidades, con las que “comemos tortilla con chile,
frijoles, arroz”. En la temporada de lluvias planea volver a su pueblo
para ayudar en la parcela familiar.
Sinaloa: mayores de ocho, ingreso extra
Desde hace cuatro décadas, anualmente, miles de niños mixtecos,
zapotecos, tlapanecos, triques y purépechas son enganchados para ir con
sus familias a trabajar en los fértiles valles sinaloenses. Tienen
entre ocho a 14 años y se les contrata ilegalmente de “muleros” y
“zorras” —realizan el desbrote, deshierbe y regado de surcos—, o como
acarreadores de agua. Además, dice Óscar Loza Ochoa, ex presidente de
la Comisión Estatal de Derechos Humanos, por su agilidad sirven en la
recolecta. En todo caso, admite, por tradición y por la precariedad,
entre los jornaleros agrícolas es legítimo obtener del trabajo de sus
hijos mayores de 8 años un ingreso extra.
La Ley Federal del Trabajo sólo permite, mediante autorización de
los padres, contratar a mayores de 14, siempre que el trabajo no
interfiera en su educación. Manuel Tarriba Urtusuástegui, presidente de
la Confederación de Asociaciones Agrícolas del estado, estima que de
los 14 mil menores que eran incorporados a diversas tareas agrícolas en
el pasado, 80% han sido desligados a través de programas
gubernamentales, aunque no ha sido fácil convencer a sus padres
—jornaleros de Oaxaca, Guerrero, Michoacán y Jalisco—. Sin embargo,
añade, empresas agrícolas no afiliadas a su organización han sido
sancionadas por las autoridades laborales, al seguir disponiendo de
mano de obra infantil.
No es sencillo supervisar los 150 campos agrícolas situados en los
municipios de Ahome, Culiacán, Guasave, Elota y Navolato, donde se
concentran 150 mil asalariados, explica Hilario Gastélum Galván,
director del Trabajo y Previsión Social estatal. Así, agrega, aunque
hace más de una década se implementaron programas federales para
desincorporar la mano de obra infantil, el fenómeno persiste.
Tijuana: la “visa” de Salvador
En su marcha hacia Estados Unidos, los menores migrantes son los más
vulnerables. A la vera de sus padres o de desconocidos, atraviesan
desiertos y montañas. Sus edades fluctúan entre los días de nacidos y
los 17 años. Los hay que se aventuran solos, afrontando hambre, sed y
agotamiento que los pone al borde de morir.
Un caso es el de Salvador, de 11 años, quien se atrevió a cruzar a
San Ysidro (California) con visa falsa. Iba a unirse con sus padres y
sus tres hermanos en Santa Ana, donde éstos viven hace siete años. El
miércoles pasado fue deportado por segunda ocasión en menos de 15 días.
Este chico de Guerrero espera ahora la decisión de sus familiares para
saber si reintenta o se regresa a su pueblo.
Félix, guerrerense de 17 años, estuvo a punto de morir de inanición
en la montaña de Tecate, por donde intentó tres veces entrar en aquel
país. Ahora dice que no insistirá en llegar adonde viven seis de sus
hermanos. En una de las tres ocasiones caminó cuatro días sin beber ni
comer, hasta que se dejó atrapar por la Patrulla Fronteriza.
María Guadalupe Ríos Fraijo, coordinadora de Protección a la
Infancia de los Albergues Temporales del DIF estatal, refiere que 28
mil menores deportados “no acompañados” han sido atendidos desde 2004 y
que no obstante los riesgos, sus padres siguen obligándolos a emigrar
para reunirse con ellos. En lo que va de 2009, mil 250 niños de cero a
17 años fueron deportados por Estados Unidos. Es habitual que pretendan
cruzar con visa falsa, ocultos en vehículos o andando por el desierto o
las montañas, donde hay enorme riesgo de morir.
Mexicali: ronda la muerte
“La crisis económica incrementará la participación de menores en el
campo laboral, porque serán obligados a apoyar económicamente a sus
familias”, además de que su trabajo “es pagado a un costo menor que si
fueran adultos”, alerta Gema López Limón, del Instituto de
Investigaciones Sociales de la Universidad Autónoma de Baja California.
“Algunos alteran sus actas de nacimiento para ponerse 17 o 18 años”,
añade la académica, y de esta forma “poder trabajar; es evidente que
son falsas, pero a los empleadores eso no les impide darles trabajo”.
Esta es una violación a los derechos de los niños y niñas que repercute
no sólo en el destino de la niñez trabajadora, al disminuir o anular
sus posibilidades de desarrollo, sino en el destino de México. “Su casi
inexorable expulsión de la escuela, es la continua descalificación de
la fuerza de trabajo de las nuevas generaciones”.
Hoy, multitudes de menores acuden con sus padres a trabajar en los
dos depósitos de basura municipal, en labores no registradas ni
supervisadas por gobierno alguno. Otros son empacadores de mandado,
vendedores de periódicos y dulces, y limpiavidrios, informa Renato
Sandoval Franco, secretario de Trabajo y Previsión Social en Baja
California.
En el caso de los niños jornaleros, el procurador de los Derechos
Humanos y Protección Ciudadana en Baja California, Francisco Javier
Sánchez, afirma que la nula vigilancia o la complicidad de las
autoridades ha permitido que los productores hagan uso de pesticidas y
agroquímicos que provocan serias enfermedades de la piel y en vías
respiratorias e, incluso, la muerte de los jornaleros. Asimismo, “la
falta de controles higiénicos en el agua que consumen y utilizan en la
preparación de alimentos provoca daños irreversibles en la salud”.
Por lo anterior, considera urgentes programas sociales que, a partir
de diagnósticos, permitan mejorar la situación de los niños jornaleros
y evitar toda circunstancia de riesgo, desprotección y vulnerabilidad.
(María de Jesús Peters, Juan Cervantes, Javier Cabrera, Julieta
Martínez y Rosa María Méndez)





