La tragedia olvidada
Ese lunes particularmente nublado de 1975, cuando nadie se esperaba que
un boleto del Metro le cambiara la vida, figura entre los registros de
las más grandes tragedias del transporte subterráneo en el mundo, pero
en México ha sido casi olvidado.
“Todo estaba normal hasta que el convoy de adelante comenzó a pare
y pare”, dijo el operador Carlos Fernández Sánchez, de 21 años aquella
mañana del 20 de octubre.
Había salido de Tacuba, línea 2, alrededor de las 9:05 de la mañana.
Ya no era hora pico, pero cada uno de los carros del convoy llevaba aún
entre 120 y 130 personas.
Alrededor de las 9:36, el convoy tripulado por Fernández Sánchez se
detuvo en Chabacano. Una estación adelante, el tren número 08,
conducido por Alfonso Sánchez Martínez, otra vez paraba su corrida,
porque la palanca de emergencia del carro número 06 había sido
accionada, como ya había ocurrido antes en Hidalgo, Bellas Artes,
Allende y Pino Suárez.
“Escuché con toda claridad y perfectamente que el puesto de control
ordenó al tren de atrás que no avanzara, que debía detenerse de
inmediato”, declaró Alfonso Sánchez. El operador amarró su tren, bajó
de la cabina y se dispuso a desactivar la palanca.
Rodolfo Luis Flores Gutiérrez, esa mañana encargado de regular las
corridas de la línea 2 desde el mando central, dijo haber ordenado al
operador del carro número 10 detenerse, “pero no escuché respuesta del
conductor, y se me hizo raro porque era un hombre experimentado, con
tres años de servicio como operario”.
“Como el tren 08 se iba deteniendo, permití que el convoy que iba
atrás se acercara a una estación de distancia, cuando lo normal eran
dos, porque la demanda de pasaje era alta”, dijo Flores Gutiérrez.
Luego se “distrajo con otras cosas”.
Fernández Sánchez comenzó la marcha del tren número 10 y poco a poco
elevó la velocidad. Las luces de seguridad estaban en “vía libre”. Al
subir la lomita del Viaducto Miguel Alemán no vio que había un tren
estacionado en la siguiente estación. Cuando llegó a la cumbre del
promontorio lo notó.
“Yo vi el tren en Viaducto, bajando el puente; el semáforo 1-2 me
indicó rojo, quise frenar y no pude. El tren tendría que haberse
frenado automáticamente, pero tampoco”, dijo. El convoy iba a unos 70
kilómetros por hora; la inercia y el peso le ganaron.
A las 9:40 el primer vagón del tren número 10 se estrelló contra el
último vagón del tren número 08, “telescoparon”, provocando que ambos
carros se elevaran, rompieran el techo del andén y quedaran “mirando
hacia el cielo” con una estela de por lo menos 31 muertos, unos 70
heridos de gravedad, otro centenar de heridos leves y la vida
trastocada para cientos de personas.
Oficialmente la colisión se debió a un error del conductor, un
hombre de extracción humilde quien purgó una pena de entre nueve y 10
años, primero en la Penitenciaría de Lecumberri y luego en el
Reclusorio Norte, y que salió de ahí para borrar su rastro.
Extraoficialmente, la defensa del inculpado y el sindicato del Metro
denunciaron una serie de inconsistencias e irregularidades, pero fueron
apabullados por el México de los años 70: una comisión especial
—conformada por el procurador Horacio Castellanos Coutiño, el director
del Metro, Jorge Espinosa Ulloa, y el secretario general de Gobierno
del Distrito Federal— creada por orden del presidente Luis Echeverría,
encontró un único culpable, en apenas cinco días.
Quien busque los expedientes perdidos de la tragedia del Metro, tras
33 años de olvido, es posible que sólo encuentre silencio. Muchos de
los protagonistas han muerto. Otros se perdieron de la mirada pública.
En el Archivo General de la Nación, que resguarda los archivos
oficiales de la presidencia de Echeverría, no hay documentos
relacionados con el caso. En el Archivo Histórico de la Ciudad de
México, donde debía estar el expediente penal completo del conductor,
sólo hay un oficio de media hoja carta.
Para la oficina de prensa del Metro, el asunto es irrelevante. “Miramos para adelante”, dijeron.
Aquella tragedia, que trastocó la vida de la ciudad de México, ocurrió un lunes particularmente nublado. Olvidado.