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La autopsia de Jesús

Joel Arturo Salazar A.| El Universal
Sábado 10 de abril de 2004
Esto es parte del detallado recuento de los daños que sufrió el cuerpo del Salvador durante su pasión, efectuado en 1986, en la Clínica Mayo de Rochester en Minnesota, Estados Unidos, por el patólogo y especialista William Edwardss.

El 21 de marzo de 1986, la revista The Journal of American Medical Association , editada en Minnesota, publicó un estudio científico sobre los daños físicos que recibió Jesús durante su pasión, patrocinado por la Clínica Mayo de Rochester, en Estados Unidos.

El trabajo estuvo a cargo del patólogo William Edwardss y del doctor F.E. Hosmer.

Aprovechando que nuestra compañera de labores, la periodista argentina Mabel Pereda, acaba de estar en Rochester y obtuvo una copia del estremecedor estudio, hacemos un extracto de éste. Es importante señalar que esa especie de autopsia que teóricamente se realizó al cuerpo de Jesús, a casi 2 mil años después de su muerte, se basó en los datos que aportan los cuatro Evangelios y en varios modelos de origen forense.

Según Mabel Pereda, ella ha corroborado el estudio de la Clínica Mayo con lo asentado por el más grande historiador judío, Flavio Josefo (37 aC-95 dC), quien después de la desaparición de Cristo detalló los métodos de muerte por crucifixión.

Los ayudantes del doctor Edwardss comentaron a Mabel que Mel Gibson se basó en el estudio encabezado por el doctor Edwards, para realizar La pasión de Cristo .



DOLOROSA RECONSTRUCCIÓN

En el amplio estudio del doctor Edwars, se señala: "Jesús de Nazareth fue sentenciado a muerte por crucifixión, fue flagelado, fue sometido a juicio judío-romano. Los 39 latigazos que se le impartieron al reo Jesús produjeron laceraciones profundas, pues los látigos romanos tenían cinco colas de cuero con puntas de plomo y de hueso. Al golpear al reo, los latigazos se clavaban en la piel cortando así el tejido subcutáneo y quedando los músculos expuestos, en contacto con polvo y sangre que producían infecciones directas en la piel y en el músculo. Esto, médicamente, se le conoce con el nombre de hematohidrosis.

"La pérdida de sangre preparó el terreno para que probablemente Jesús sufriera un choque hipobolémico.

Hipobolemia significa disminución del volumen sanguíneo en un estado de shock. Se puede observar la disminución de la presión de la sangre que regresa al corazón. A esto se le llama neutralización sanguínea".

Otra parte del informe forense se refiere al hecho de que "el reo sudó sangre". A la luz de la ciencia moderna, al sudor de sangre se le conoce como hematierosis o sudor sanguinolento.

Puede ocurrir cuando la hemorragia de las glándulas sudoríparas ocasiona que la piel quede excesivamente expuesta y frágil.

En cuanto al sudor de sangre de Jesús en el Huerto de Getsemaní, el estudio señala que cuando se trata de una pérdida mínima, como en ese caso, puede ocurrir cuando la persona se encuentra en un grado alto de presión moral, con latidos del corazón que sobrepasan el porcentaje natural en el cuerpo humano.

Sin embargo, en el momento de la flagelación sí se observa mucha pérdida de sangre. Cada herida por los latigazos dejaba la carne abierta, debilitaba a Jesús y le causaba congestión hipostática (acumulación de sangre en los pulmones).

Cuando el látigo romano golpeaba su espalda y su dorso, hubo desgarramiento de la piel. Se calcula que la profundidad de las heridas fue de unos siete centímetros (se considera pecho, espalda, brazos y piernas).

La Biblia relata que le pusieron un manto de color púrpura sobre las heridas, lo cual ocasionó, al contacto con la sangre coagulada, desprendimiento de los tejidos.

Del pretorio romano, en donde lo azotaron, al lugar del Monte Gólgota en donde fue crucificado, hay 800 metros de distancia, casi ocho cuadras, por las que Jesús debía caminar con la cruz a cuestas.

"Se deduce que debido al castigo y al debilitamiento, prácticamente estamos en presencia de un cuerpo desgarrado, al que se debe sumar el peso (que no se precisa) de la cruz de madera. Aunado al deterioro físico, se considera que Jesús perdió sangre en cantidad excesiva por la boca.

"Ya en el Monte Gólgota, le quitaron el manto, apreciándose que con ello le arrancaron gran parte de la piel.

Al recostar el cuerpo en la cruz, se aprecian heridas infectadas".

Agrega el patólogo William Edwardss que al ponerle los clavos en manos y pies, según la costumbre de aquella época de muerte por crucifixión, los brazos no estaban totalmente estirados. Los clavos fueron colocados en el radio y los huesos del tarso; el dolor que ello produce es muy fuerte. Al clavar en los huesos del tarso, probablemente lesionaron los nervios.

Cuando levantaron la cruz para colocarla sobre el agujero abierto para tal fin, todo el peso de Jesús se acumuló en los huesos de los pies y en los nervios.



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