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'La Casita' del placer prohibido en la Roma

Allan López Sosa| El Universal
12:41CIUDAD DE MÉXICO | Martes 28 de mayo de 2013
En la recepción hay un letrero que dice que en el establecimiento se prohíbe la discriminación, aunque las mujeres no tienen cabida en este lugar

La puerta del número 228 es tan discreta que cualquiera puede pasar de largo sin siquiera notarla. Es una noche de viernes. En avenida Insurgentes, cientos de peatones recorren una de las arterias más importantes de la Ciudad de México sin darse cuenta que en ese sitio, adentro, un gran número hombres cumplen sus más intensas fantasías. Su nombre, "La Casita"; su apellido, desinhibición, placer, libertad.

El lugar se sitúa casi en la esquina con calle Colima, en la colonia Roma Norte. Un punto estratégicamente ubicado para que los chavos "de ambiente" asistan después del antro a mantener relaciones sexuales con otros hombres.

Es un zaguán negro, angosto, de unos dos metros de largo aproximadamente y el número 228 remarcado con moldes dorados. Hay que tocar el interruptor. Ya en el interior es necesario subir unas escaleras hasta donde un hombre solicita una identificación.

"Si no traes tu IFE no pasas, son las reglas del lugar", exclama el empleado con el visible hartazgo de quien lleva más de seis horas trabajando y que su turno está a punto de terminar.

Bajo de estatura, fortachón, mal encarado, heterosexual. Él es el encargado de revisar a los clientes y asegurarse de que no ingresen armas, droga, ni encendedores. Si pasas el filtro, estás dentro.

Otra portezuela se abre. Vuelve a sonar el interruptor. Ahí, un joven detrás de un cristal recibe a los comensales, les asigna un número y una tarjeta que dice: Club Amigos A.C. Fundación Universal de Protección Privada y Educación Sexual A.C. Es la ficha 98, eso significa que otras 977 personas esperan en su interior. La noche es joven.

El costo por entrar es de 90 pesos,  "si deseas guardar algo en los lockers debes pagar 20 más", dice el también mal encarado trabajador. Es la oportunidad perfecta para deshacerse de lo que estorba. Chamarras, mochilas, bultos. Los condones no, son parte de la diversión.

Un paso a la derecha, una vitrina llena de preservativos se exhibe con todas las variedades de "gorritos". De sabores, texturizados, extra delgados. "Me da unos sencillos, por favor", solicita un joven, que en la lista de asistentes colocó el nombre de Jonathan. Al sentirse observado, entra rápidamente, como todos los demás, uno tras otro. A paso lento, pero firme. Una vez más suena el interruptor.

La luz disminuye su intensidad y una música se empieza a escuchar; sin letra, sólo música. Punchis, puchis, punchis... Y aunque en la recepción hay un letrero que dice que en este establecimiento se prohíbe la discriminación, es evidente que las mujeres tienen impedido entrar. Al igual que transexuales, transgénero y travestis. Sólo hay hombres. Al menos todos aparentan uno.

Inicia el laberinto. Unos dominan el lugar. Suben, bajan escaleras. Entran y salen de las habitaciones. Otros, preguntan por cada sitio. Un piso de madera hace que se escuche cada paso. Las reglas son sencillas: transitar el inmueble, de arriba abajo, de un lado a otro. Si en un cuarto dos chicos se atraen y se corresponden, ahí se quedan, si no, continúan. Inicia el recorrido.

Un recibidor con por lo menos cuatro señores como de unos 30 años aguardan en los sillones que vinil. Esa pieza da paso a otras tres o cuatro, además de dos escaleras. Unas llevan al segundo piso y las otras al sótano.

Una vez abajo, se abre un nuevo mundo. Todo está oscuro, la luz de arriba impide a la vista acostumbrarse demasiado rápido a la penumbra. No se distingue mucho, pero los sonidos son claros: gemidos, respiraciones profundas, golpeteos. Y es que a ese sitio la mayoría acude para llevar a cabo sus más grandes fantasías.

El cuarto es pequeño, pero con los aditamentos necesarios para ponerle imaginación al encuentro. Jaulas, bancos, cadenas, un columpio de cuero, agarraderas por todos lados, "como en las películas porno", dicen los visitantes. Ahí, dos, tres o hasta cuatro parejas mantienen relaciones al mismo tiempo ¿pena? ¿qué es eso? Siguiente nivel.

El lugar es confuso. Escalones por todos lados, puertas, pasillos, camas, literas, bancos, sillas, sillones. Más oscuridad. En medio de todo eso una barra con un joven ofertando cerveza. Excelente para el calor.

En el piso de en medio -de tres en total- hay por lo menos cinco habitaciones. Una está dividida como en cubículos. Son pequeños cuartos oscuros de lámina que en su interior albergan parejas que encontraron su otra mitad. La mitad que los complementará lo poco que dure el encuentro.

Enfrente hay otra pieza. Ésta se encuentra acondicionada con cuatro literas. Entre ellas, un pasillo estrecho que bien permite el roce de los cuerpos. De ese modo, la proximidad de los participantes hace más sencilla la tarea de elegir pareja, o grupo.

En ese sitio la intensidad ya subió de tono. Entre otras cosas, tres parejas intercambian sus fluidos genitales con los bucales. No hace falta explicar más. Los sonidos y el olor lo dicen todo.

Del otro lado, un puente. Ahí, dos jóvenes comienzan los juegos pre sexuales que quizá los harán dirigirse a una de las habitaciones. Por lo pronto las manos califican todo. El tamaño quizá, o la firmeza. La música no para.

Al cruzar el puente, en una sala se encuentra una pantalla que proyecta películas porno gay. En esa alcoba aguardan, en su mayoría, señores de más de 50 años. Aquellos cuya edad tal vez no les permitió pescar algo "fresco". Para ellos, la alternativa es la autosatisfacción. A su lado un joven atlético y completamente desnudo practica el mismo juego, la regla para su público: ver, no tocar. Las palabras sobran. Siguiente.

Por último, la terraza. El ambiente se torna más tenue. Además, las rejas que hay en su parte superior permiten que entre el fresco de la noche. Al ser un sitio abierto los hombres comprenden que ahí sí se puede fumar. No así en el resto del inmueble.

La parte alta del edificio se presta más al diálogo. Ahí, decenas de jóvenes, principalmente, se reúnen para platicar o intercambiar perspectivas del lugar. Ése es el hobby de un cuarentón originario de Veracruz que asegura que en la misma visita logró tener cinco encuentros.

Se le cree por supuesto, sin embargo, en más de media hora sólo se observan jóvenes que se alejan de él. Su familia llegó al DF hace más de cinco años para poner un negocio de café, el cual cosechan en su estado natal. Es casado y con hijos. Dice que sólo asiste a "La Casita" para conocer gente nueva. A socializar.

El edificio es un laberinto, en ese lugar es muy fácil perderse. Quienes ya lo dominan ayudan a los otros a ubicarse. Hombres suben y bajan, entran y salen. Buscan. La mayoría encuentra, pero no todos corren con la misma suerte.

Aquello que no se puede practicar afuera, en la ciudad, en "La Casita" se vive en su máximo esplendor. Pero ¿qué es "La Casita"? Un lugar de encuentro, desinhibición, libertad. Hombres de todas las edades acuden a tener sexo con otros hombres. ¿Es legal? Nadie lo sabe. A quién le importa.

 



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