'La Casita' del placer prohibido en la Roma
La puerta del número 228 es tan discreta que cualquiera
puede pasar de largo sin siquiera notarla. Es una noche de viernes. En avenida
Insurgentes, cientos de peatones recorren una de las arterias más importantes de
la Ciudad de México sin darse cuenta que en ese sitio, adentro, un gran número
hombres cumplen sus más intensas fantasías. Su nombre, "La Casita";
su apellido, desinhibición, placer, libertad.
El lugar se sitúa casi en la esquina con calle Colima, en la
colonia Roma Norte. Un punto estratégicamente ubicado para que los chavos "de
ambiente" asistan después del antro a mantener relaciones sexuales con otros
hombres.
Es un zaguán negro, angosto, de unos dos metros de largo
aproximadamente y el número 228 remarcado con moldes dorados. Hay que tocar el
interruptor. Ya en el interior es necesario subir unas escaleras hasta donde un
hombre solicita una identificación.
"Si no traes tu IFE no pasas, son las reglas del lugar",
exclama el empleado con el visible hartazgo de quien lleva más de seis horas
trabajando y que su turno está a punto de terminar.
Bajo de estatura, fortachón, mal encarado, heterosexual. Él
es el encargado de revisar a los clientes y asegurarse de que no ingresen
armas, droga, ni encendedores. Si pasas el filtro, estás dentro.
Otra portezuela se abre. Vuelve a sonar el interruptor. Ahí,
un joven detrás de un cristal recibe a los comensales, les asigna un número y
una tarjeta que dice: Club Amigos A.C. Fundación Universal de Protección
Privada y Educación Sexual A.C. Es la ficha 98, eso significa que otras 977
personas esperan en su interior. La noche es joven.
El costo por entrar es de 90 pesos, "si deseas guardar algo en los lockers debes
pagar 20 más", dice el también mal encarado trabajador. Es la oportunidad
perfecta para deshacerse de lo que estorba. Chamarras, mochilas, bultos. Los
condones no, son parte de la diversión.
Un paso a la derecha, una vitrina llena de preservativos se
exhibe con todas las variedades de "gorritos". De sabores, texturizados, extra
delgados. "Me da unos sencillos, por favor", solicita un joven, que en la lista
de asistentes colocó el nombre de Jonathan. Al sentirse observado, entra
rápidamente, como todos los demás, uno tras otro. A paso lento, pero firme. Una
vez más suena el interruptor.
La luz disminuye su intensidad y una música se empieza a
escuchar; sin letra, sólo música. Punchis, puchis, punchis... Y aunque en la recepción hay un letrero
que dice que en este establecimiento se prohíbe la discriminación, es evidente
que las mujeres tienen impedido entrar. Al igual que transexuales, transgénero
y travestis. Sólo hay hombres. Al menos todos aparentan uno.
Inicia el laberinto. Unos dominan el lugar. Suben, bajan
escaleras. Entran y salen de las habitaciones. Otros, preguntan por cada sitio.
Un piso de madera hace que se escuche cada paso. Las reglas son sencillas:
transitar el inmueble, de arriba abajo, de un lado a otro. Si en un cuarto dos
chicos se atraen y se corresponden, ahí se quedan, si no, continúan. Inicia el
recorrido.
Un recibidor con por lo menos cuatro señores como de unos 30
años aguardan en los sillones que vinil. Esa pieza da paso a otras tres o
cuatro, además de dos escaleras. Unas llevan al segundo piso y las otras al
sótano.
Una vez abajo, se abre un nuevo mundo. Todo está oscuro, la
luz de arriba impide a la vista acostumbrarse demasiado rápido a la penumbra.
No se distingue mucho, pero los sonidos son claros: gemidos, respiraciones
profundas, golpeteos. Y es que a ese sitio la mayoría acude para llevar a cabo
sus más grandes fantasías.
El cuarto es pequeño, pero con los aditamentos necesarios
para ponerle imaginación al encuentro. Jaulas, bancos, cadenas, un columpio de
cuero, agarraderas por todos lados, "como en las películas porno", dicen los
visitantes. Ahí, dos, tres o hasta cuatro parejas mantienen relaciones al mismo
tiempo ¿pena? ¿qué es eso? Siguiente nivel.
El lugar es confuso. Escalones por todos lados, puertas,
pasillos, camas, literas, bancos, sillas, sillones. Más oscuridad. En medio de
todo eso una barra con un joven ofertando cerveza. Excelente para el calor.
En el piso de en medio -de tres en total- hay por lo menos
cinco habitaciones. Una está dividida como en cubículos. Son pequeños cuartos
oscuros de lámina que en su interior albergan parejas que encontraron su otra
mitad. La mitad que los complementará lo poco que dure el encuentro.
Enfrente hay otra pieza. Ésta se encuentra acondicionada con
cuatro literas. Entre ellas, un pasillo estrecho que bien permite el roce de
los cuerpos. De ese modo, la proximidad de los participantes hace más sencilla
la tarea de elegir pareja, o grupo.
En ese sitio la intensidad ya subió de tono. Entre otras
cosas, tres parejas intercambian sus fluidos genitales con los bucales. No hace
falta explicar más. Los sonidos y el olor lo dicen todo.
Del otro lado, un puente. Ahí, dos jóvenes comienzan los
juegos pre sexuales que quizá los harán dirigirse a una de las habitaciones.
Por lo pronto las manos califican todo. El tamaño quizá, o la firmeza. La
música no para.
Al cruzar el puente, en una sala se encuentra una pantalla
que proyecta películas porno gay. En esa alcoba aguardan, en su mayoría,
señores de más de 50 años. Aquellos cuya edad tal vez no les permitió pescar
algo "fresco". Para ellos, la alternativa es la autosatisfacción. A su lado un
joven atlético y completamente desnudo practica el mismo juego, la regla para
su público: ver, no tocar. Las palabras sobran. Siguiente.
Por último, la terraza. El ambiente se torna más tenue.
Además, las rejas que hay en su parte superior permiten que entre el fresco de
la noche. Al ser un sitio abierto los hombres comprenden que ahí sí se puede
fumar. No así en el resto del inmueble.
La parte alta del edificio se presta más al diálogo. Ahí,
decenas de jóvenes, principalmente, se reúnen para platicar o intercambiar
perspectivas del lugar. Ése es el hobby de un cuarentón originario de Veracruz
que asegura que en la misma visita logró tener cinco encuentros.
Se le cree por supuesto, sin embargo, en más de media hora
sólo se observan jóvenes que se alejan de él. Su familia llegó al DF hace más
de cinco años para poner un negocio de café, el cual cosechan en su estado
natal. Es casado y con hijos. Dice que sólo asiste a "La Casita" para conocer
gente nueva. A socializar.
El edificio es un laberinto, en ese lugar es muy fácil
perderse. Quienes ya lo dominan ayudan a los otros a ubicarse. Hombres suben y
bajan, entran y salen. Buscan. La mayoría encuentra, pero no todos corren con
la misma suerte.
Aquello que no se puede practicar afuera, en la ciudad, en
"La Casita" se vive en su máximo esplendor. Pero ¿qué es "La Casita"? Un lugar de
encuentro, desinhibición, libertad. Hombres de todas las edades acuden a tener
sexo con otros hombres. ¿Es legal? Nadie lo sabe. A quién le importa.





