Charoleo con identidad falsa

AL GUSTO. Con una buena "negociación" entre el cliente y el taller de imprenta se puede obtener cualquier tipo de identificaciones con el nombre y cargo elegido . (Foto: ESPECIAL )
Del diputado local Óscar Manuel Romero Franco se dicen muchas cosas, pero una es recurrente, que es el mejor legislador que tiene actualmente el Distrito Federal: un joven educado en las mejores universidades extranjeras, sin faltas en las sesiones de la Asamblea Legislativa, votado abrumadoramente por su comunidad y eficiente con sus vecinos.
En su colonia aseguran que le llaman "el político perfecto" por querido e influyente, aunque el integrante de la VI Legislatura sí tenga un defecto: Óscar Manuel es, en realidad, un fantasma.
Un invento hecho de 50 centímetros cuadrados de latón dorado y grabado con el escudo nacional, que cobra vida cuando alguien lo saca de la cartera para evadir el castigo por conducir ebrio, no pagar una multa, acelerar un trámite oficial y muere cuando vuelve a la billetera de alguien.
El diputado ideal no es más que una"charola" hecha en Santo Domingo, Centro Histórico, producida para corromper autoridades. Y para cualquier capitalino, eso cuesta 200 pesos.
EL UNIVERSAL realizó un ejercicio para verificar el grado de complejidad requerido para obtener una.
Sin más requisito que el pago de una suma mayor a la originalmente acordada, el rostro del asambleísta ficticio pudo grabarse en otra charola, esta vez con el nombre del diputado Manlio Fabio Beltrones. Ese mismo rostro apareció en una tercera charola con el nombre de Jorge Emilio González Martínez, actual senador por el PVEM, quien con la magia del grabado en Santo Domingo se convirtió en parte de la Policía de Investigación.
"Agradecemos a todas las autoridades públicas, privadas y militares las facilidades que otorguen para las actividades de este servidor público, portador de la presente credencial", indican las tres charolas maquiladas.
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El verbo "charolear" no forma parte del Diccionario de la Real Academia Española, pero es de uso común en México. Así se denomina el acto de usar una placa con logotipos oficiales -legal o falsa- para ostentarse como servidor público y obtener beneficios o protección.
Las primeras "charolas" nacieron en la Cámara de Diputados en los años 60, cuando los legisladores comenzaron a pedir identificadores para quienes colaboraban con ellos. A partir de ahí, las placas se convirtieron en sinónimo de personas "con conectes".
Incluso, medios de comunicación, tribunales e instancias policiacas comenzaron a expedirlas -de forma legal- como un medio para garantizar apoyo en las labores de su personal.
Historias sobre su uso abundan: desde los policías de la extinta Dirección Federal de Seguridad que empleaban sus identificaciones para cerrar Periférico, donde organizaban carreras ilegales hasta el caso de un falsificador de billetes en Tijuana, Baja California, que entregaba su mercancía en 2004 con una "charola" de diputado local.
Por ello, las instituciones de gobierno aseguran ya no usar "charolas" y cuando requieren alguna identificación emplacada para un servidor público, deben enviar su petición a establecimientos auditados por la Secretaría de Gobernación con un oficio membretado y firmado.
Sin embargo, aún se dan casos como el del 11 de febrero, cuando el Mercedes Benz del diputado federal priísta José Rangel Espinosa fue fotografiado por su homólogo panista Juan Pablo Adame con una "charola" de la Cámara de Diputados en lugar de las placas de circulación.
Una charola que, de acuerdo con fuentes consultadas por EL UNIVERSAL, cuesta entre 100 y 600 pesos en el mercado negro... ubicado en el mismo sótano de la Cámara de Diputados o en las vecindades del Centro Histórico.
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Crear la identidad del falso diputado Óscar Manuel Romero Franco tardó una hora de pedido y 30 de espera.
Bastó un recorrido de 10 minutos por Santo Domingo para ubicar un local en Belisario Domínguez 61, donde por 200 pesos aceptaron crear una "charola" con el escudo nacional, aunque la Ley sobre el Escudo, la Bandera y el Himno Nacionales señale en su artículo sexto que éste sólo podrá imprimirse en papelería oficial y la violación a esa disposición se castiga hasta con mil salarios mínimos.
El único requisito fue entregar el texto deseado, una foto y una carta responsiva del cliente. "Puede no ser de gobierno, haga un oficio cualquiera, fírmelo y ya", aclaró la trabajadora del local que hace invitaciones para eventos sociales.
En varios locales de la zona, esa es práctica común: con la emisión de un oficio de una empresa fantasma, a cualquiera se le abre una carpeta con diseños ordenados por demanda: primero de legisladores, luego de policías, seguido de militares y, al final, empresas privadas.
"Es buena calidad, se ve muy real. El chavo que las hace es muy bueno y el taller lo tenemos aquí por (la calle) Allende, así que entregamos rápido", dijo la despachadora, quien entregó una nota de remisión donde escribió la descripción del trabajo: "placa fotograbada" con la palabra "charola" entre paréntesis.
Luego de ajustar el diseño un sábado por la tarde, la entrega se pactó: el lunes a las 14:00 horas, la placa estaba lista con todo y emblemas de la Asamblea Legislativa que acreditan al inexistente Óscar Manuel como diputado.
"Ahora sí ¿quedó bonita, no? Muy de diputado", dijo la empleada con una sonrisa satisfecha.
Dos días después, EL UNIVERSAL consiguió dos "charolas" más con la misma fotografía, pero usando los nombres reales de un poderoso diputado federal y un polémico senador.
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En la Cámara de Diputados es un secreto a voces que en las zonas de fotocopiadoras o en los sótanos, cada día de sesión hay cerca de 20 personas que dentro del recinto ofrecen "charolas" ilegalmente.
Acceder a sus servicios no es fácil: sólo se llega por recomendación o como asesor o colaborador cercano de algún diputado; si los vendedores no reconocen esa condición, no ofertan su servicio.
"Adentro, hay bastantes personas que se dedican a eso, pero un ámbito más informal (...) Como la Cámara no le niega el acceso a nadie, porque es ‘la casa del pueblo', mucha gente llega a ofrecer sus servicios y hay de todo, como todas las instituciones en México: así como encuentras vendedores en una secretaría, de esto (charolas) más, porque es una necesidad, un distintivo", contó Francisco Velázquez Menchaca, quien se dedica a hacer grabados legales para San Lázaro.
Él tiene más de 10 años en este negocio con un local en la calle Miguel Allende, a 400 metros de la Cámara Baja; en su local tiene fotos de sus mejores clientes, atendidos directamente en sus curules: Beatriz Paredes, Omar Fayad, Ricardo Monreal, César Nava, entre otros.
Conoce bien el manejo de las "charolas", tanto que fue productor de ellas en 2008 y abandonó ese producto para concentrarse en pines, agendas o medallas.
"Ya no es negocio, como hay tanta gente que está haciéndolas ahorita, las dan tan a bajo precio que a mí por 40, 50 pesos que me vaya a ganar, no me representa nada. Es lo que ganan por una credencial: 100 pesos.
"Las pueden vender en 120, 100, 50... hay diferentes. Si yo me gano eso en una agenda, una USB, sin problemas, sin ensuciarme, sin un taller, sin un negocio muy sucio como el de las ‘charolas', pues no lo hago (...) Es difícil competirle a esos cuates", dijo el empresario y agregó que cada vez ese negocio informal ha perdido impulso bajo la supervisión de teniente Carlos Gómez Arrieta, director de Resguardo y Seguridad de San Lázaro.
Narró que cuando alguien acude a su negocio para pedir una "charola", les niega el servicio, pero si insisten, a veces los direcciona con quienes sí las elaboran: personas que caminan por los pasillos legislativos con maletas repletas de credenciales. "Las reparten como tortillas ‘toma una', ‘toma dos', ‘ahí van 10'. La verdad sí, sigue siendo común", admitió Francisco, quien omitió dar detalles sobre ese mercado negro.
¿Quiénes las usan? Asesores parlamentarios, secretarios particulares, encargados de módulos de atención ciudadana y todo aquel que requiera una extensión del fuero de su jefe.
Para el especialista en gobierno y corrupción, Eduardo Rodríguez-Oreggia, las charolas parecían asunto del pasado, pero se han reeditado a partir de la percepción de que cada día es más complicado enfrentar a la burocracia gubernamental sin ayuda extra.
"Uno pensaría que esas prácticas quedaron atrás, hace varias decenas de años, pero lo que hemos observado es que esos viejos mecanismos siguen vivos, en parte porque la ciudadanía ve a los servidores públicos como corruptos y así justifica que ellos también tengan que entrarle al juego de la simulación", consideró el director del Doctorado en Política Pública de EGAP, Tecnológico de Monterrey, campus Estado de México.
Un asunto pasado que, para algunos policías, aún es vigente. El policía segundo Apolinar Gómez, del sector Morelos, reconoció que aún hay compañeros suyos que tiemblan ante una charola.
"Yo no, joven, pero la verdad... sí conozco unos oficiales que ven una cosa de esas y hasta les dicen ‘usted disculpe, siga su camino' y son civiles, no son nada, no tienen fuero. Digo, la mera verdad joven, ¿para qué le dice uno mentiras?".
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Luego de conseguir la "charola" del falso diputado, el mismo negocio se encargó de hacer dos placas más, pero debido a la maniobra ilegal aumentaron el precio al doble. Con el pago hecho, y sin oficio de por medio, el local no tuvo empacho en crear una "charola" de diputado federal con el nombre y firma del priista Manlio Fabio Beltrones, pero con el rostro de un joven de 25 años que claramente no corresponde a la imagen del sonorense.
Tampoco hubo problema en que el mismo joven de la fotografía tuviera otra "charola" pero a nombre de Jorge Emilio González Martínez, "El Niño Verde".
Las placas -en poder del diario- se ofrecieron con una portacredenciales hechas a la medida y con imitación de piel a un costo de 35 pesos cada una y 200 si se quería grabar el escudo nacional.
La entrega se realizó con más cautela que la vez anterior: la encargada fue al taller y volvió con las placas en su mano, cuidando que los emblemas nacionales no fueran vistos por el resto de clientes.
Quiso envolverlas en una bolsa negra, pero al no encontrar una las entregó con el mismo ademán de quien soborna a un policía de tránsito.
Un apretón de manos y la ruta más rápida hacia la estación del Metro más cercana terminaron el encuentro. Ella volvió a rotular invitaciones de XV años en papel arroz, hasta que levantó la voz en el último momento. "¡Oye... cuando quieras también hacemos de Presidencia!", dijo y guiñó el ojo.
CONJUNTO DE IRREGULARIDADES





