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Paraderos de alto riesgo

Cinthya Sánchez| El Universal
04:25Domingo 18 de noviembre de 2012

La mayoría de los 700 mil usuarios que a diario transitan por el paradero de Indios Verdes caminan con prisa sin importar la hora Ariel Ojeda /EL UNIVERSAL

Un cóctel de aromas acompaña su camino, para los demás sentidos tampoco es satisfactorio. Hay basura, ratas, comida, música a un alto volumen, mugre pegada al piso desde hace años, choferes mal encarados y delincuentes Ariel Ojeda /EL UNIVERSAL

Es de los paraderos más concurridos, según la Secretaría de Transportes y Vialidad del Distrito Federal, además de los más peligrosos y abandonados, según usuarios entrevistados por EL UNIVERSAL Ariel Ojeda /EL UNIVERSAL

Desde el puente peatonal sólo se ve una patrulla de la Policía Bancaria con dos policías, uno de ellos dentro de la unidad y el otro recargado en ella, sin ayudar a los usuarios a atravesar la calle Ariel Ojeda /EL UNIVERSAL

Avanzando hacia el sur el panorama cambia. Raúl Vélez que viaja todos los días del paradero de Indios Verdes al de Zapata encuentra una diferencia abismal Ariel Ojeda /EL UNIVERSAL

Evelyn Rodríguez considera que se siente como en otra ciudad cuando cambia de paradero "uno de primer nivel y otro de tercera, Zapata no tiene nada que ver con el Toreo, Pantitlán e Indios Verdes y se agradece mucho que no huela a comida y a basura", dice Ariel Ojeda /EL UNIVERSAL

Edgar Guzmán vive en Iztapalapa y viaja todos los días por diferentes paraderos "he estado en Indios Verdes y siempre que pasó, pienso, qué feo lugar, además de inseguro, en éste paradero me siento bien, se nota la organización y lo que es una lástima es que no todos estén así, dice Ariel Ojeda /EL UNIVERSAL

Los dos metros de banqueta del paradero del Metro Miguel ngel de Quevedo estn ocupados por puestos

INVASIÓN. Los dos metros de banqueta del paradero del Metro Miguel Ángel de Quevedo están ocupados por puestos ambulantes. (Foto: ARIEL OJEDA Y PERLA MIRANDA )

Indios Verdes es de los paraderos más concurridos, según la Secretaría de Transportes y Vialidad del Distrito Federal, además de los más peligrosos y abandonados, según usuarios entrevistados por EL UNIVERSAL. Los peligros van desde ser atropellado por un chofer irresponsable o ser víctima de robo e incluso violación

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Toca esperar en la calle, porque los dos metros de banqueta están ocupados por puestos ambulantes. Héctor Martínez está parado justo debajo del letrero que marca la parada del trolebús que va a Taxqueña. Lleva unos 10 minutos esperando sobre Miguel Ángel de Quevedo. Ya tuvo que subirse a la orillita de lo que queda de banqueta y agarrarse de la lona de un puesto ambulante para no ser arrollado por un microbús que pasó como si no lo hubiera mirado.

Hay tienditas con refrigerador conectado al alumbrado público, puestos en los que venden moños y maquillaje, tortas y tacos o jugos de naranja con licor que tienen clientes en estado de ebriedad a las 10 de la mañana. No es raro. Las estaciones del Metro son un imán para los vendedores ambulantes y un paso obligado para las rutas de los microbuses.

El paradero de Quevedo está pensado únicamente como parada obligada para las rutas que transitan en la zona y que tienen permiso de detenerse sólo lo que dura en rojo el semáforo, pero eso no siempre ocurre. Sobre avenida Universidad los camiones hacen base en el primer carril, otros descienden pasaje en el segundo carril y se detienen sin la menor precaución cuando está el siga. La zona tiene puestos ambulantes en las banquetas que rodean la entrada de la estación del Metro y quienes padecen el caos todos los días son los usuarios y los automovilistas.

Héctor Martínez es uno de ellos. Todos los días usa el trolebús que va a Taxqueña y le consta el desorden.

“Saliendo del Metro lo primero que ves son puestos ambulantes que se apropian del espacio e invaden las banquetas. Aquí la gente corre peligro porque nos obligan a esperar el transporte público en la calle, arriesgándonos a ser atropellados por uno de estos microbuses que además manejan muy mal”, dice.

Juan Antonio Palma, otro usuario, no sólo se queja de los vendedores ambulantes, sino que además piensa que están coludidos con los delincuentes de la zona. “Ésta es mi ruta diaria y ya me han asaltado dos veces, los rateros se esconden en los puestos ambulantes que terminan siendo sus cómplices”, se queja.

Además, cuenta, los choferes terminan convirtiéndose en grandes amigos de los “puesteros”, porque beben alcohol con ellos, sobre todo en las noches cuando están haciendo base, son choferes muy jóvenes que encargan sus botellas con los ambulantes de la zona.

Daniela tiene el puesto de checador en la esquina de Universidad y Miguel Ángel de Quevedo y dice que su trabajo consta de vigilar tres asuntos: “Que los choferes no vengan con aliento alcohólico, que sólo se detengan el tiempo que dura un semáforo y organizar la fila, que a veces pasa de 50 usuarios”.

El servicio es de 5:30 de la mañana hasta medianoche. Los usuarios deben hacer fila en la calle y esperar 10 minutos entre una unidad y otra. Daniela dice que pocos son los que se quedan más de dos minutos porque la parada es tan concurrida que en ese tiempo se les llena el microbús.

Lo del aliento etílico es clásico, tanto que, confiesa, éste es parte de los puntos que tiene que checar por órdenes de los administradores de la base. “Una vez que cumplen con las reglas, anoto las placas en mi libreta y me la firman los choferes”, dice.

En la zona hay cuatro checadores más. Uno de ellos advierte a un chofer que acelere el paso porque lo están filmando. “Órale, te están filmando y ni cuenta te das, apúrate y vete”, le dice mientras el videorreportero captura imágenes del caos vial.

Compartir los carriles

No sólo los usuarios se enfrentan a peligros e inseguridad vial. También los conductores deben cuidarse cuando cruzan la zona.

Alfredo de Alba transita a diario por Miguel Ángel de Quevedo y se queja de que “los microbuseros invaden segundos carriles, siempre hay que tener cuidado porque se paran sin avisar, avientan los camiones, se meten a la mala a los carriles centrales, bajan a la gente lejos de la banqueta sin ninguna conciencia de que llevan vidas humanas”.

Gabriela, otra conductora, propone que los choferes dejen de ser niños. “Yo circulo diario por la zona y he visto que quienes conducen los microbuses son gente muy joven, la mayoría menores de edad sin una conciencia; deberían tener choferes mayores, casados, con hijos, que por lo menos fueran maduros y responsables y que respetaran su trabajo y a quienes les están brindando un servicio”, dice.

Margarita se queja de los puestos ambulantes que contaminan visualmente la zona y del peligro que es para ella rodear la glorieta cuando los microbuses se detienen sin la menor precaución. Mientras, Leticia ha sido testigo de accidentes de atropellamientos en la avenida.

Más adelante, a dos estaciones, el problema no es distinto. Afuera del Metro Coyoacán los microbuseros han hecho del Centro Comercial de Coyoacán y las entradas del Metro una parada obligatoria. Se detienen en un tercer y cuarto carril —de siete que hay sobre la avenida— para bajar usuarios y subir nuevos.

En esa zona, la banqueta está ocupada por puestos ambulantes, el primer carril por automóviles con gente adentro en espera de alguien; el segundo carril es una base de taxis, y el tercero y cuarto son los que los microbuses ocupan para descender gente; el quinto y el sexto son para los automovilistas. Y en medio de este caos, los transeúntes que esperan cruzar la avenida a veces tardan varios minutos en lograr hacerlo con el menor riesgo posible.

Gabriel trabaja en Centro Coyoacán y pide un puente peatonal. “Los vehículos invaden tres o cuatro carriles y es imposible cruzar la calle porque, aunque se ponga en rojo el semáforo, los autos siguen pasando y en el tiempo que llevo trabajando aquí y cruzando la calle nunca me ha tocado ver que un microbús deje a su pasaje en la banqueta”, dice.

Destacan contrastes

La cabeza de una res se exhibe en pedacitos encima de un comal con rastros de grasa. Es una montaña de carne transparente con blancos de cebo. El olor a orines a veces se cruza con el de aceite reciclado que se usa para preparar tacos. La gente pasa por aquí y acelera el paso, quizá porque el estómago se revuelve con esos perfumes o porque falta la mitad de camino y se hace tarde para empezar la jornada laboral. Tal vez sea porque llevan varios asaltos a plena luz del día y es mejor caminar casi corriendo.

La mayoría de los 700 mil usuarios que a diario transitan por el paradero de Indios Verdes caminan con prisa sin importar la hora. Bajan de los autobuses, microbuses, combis y taxis a toda prisa, sorteando a los choferes que les avientan las unidades y corren entre los puestos ambulantes que se encuentran en todos los pasillos que conducen al Metro.

Un cóctel de aromas acompaña su camino, para los demás sentidos tampoco es satisfactorio. Hay basura, ratas, comida, música a un alto volumen, mugre pegada al piso desde hace años, choferes mal encarados y delincuentes listos para atacar y después correr a esconderse en algún puesto.

Es de los paraderos más concurridos, según la Secretaría de Transportes y Vialidad del Distrito Federal, además de los más peligrosos y abandonados, según usuarios entrevistados por EL UNIVERSAL. Los peligros van desde ser atropellado por un chofer irresponsable o ser víctima de robo e incluso violación.

A Raúl Vélez lo han asaltado dos veces: "La última vez me robaron a las siete de la noche, mi cartera y celular, y corrieron a protegerse en alguno de los puestos, eran muy jóvenes, es un lugar muy inseguro; además de sucio y abandonado, sin vigilancia, no ves patrullas al pendiente de los usuarios, no tienen señalamientos, hay que cuidarse de muchas cosas cuando llegas al paradero".

Desde el puente peatonal sólo se ve una patrulla de la Policía Bancaria con dos policías, uno de ellos dentro de la unidad y el otro recargado en ella, sin ayudar a los usuarios a atravesar la calle, a pesar de que son testigos de que ningún microbusero les da el paso.

Raúl trabaja cerca del Metro Zapata y vive en Pachuca. Todos los días desde hace varios años pasa por este paradero. "En todo este tiempo nunca he visto una mejora, que le den mantenimiento, al contrario, los años pasan y el deterioro aumenta".

Ángel Arturo es un padre adolescente que viaja todos los días con un rebozo donde carga a su bebé.

Viene de Héroes de Tecámac, Estado de México, hacia el Centro de la Ciudad de México. Cada vez que se baja del microbús tiene que fijarse que no lo atropellen: "Aquí no les importa si eres mujer, hombre, joven, viejo, si traes a un bebé cargando, igual te avientan el camión; además, no hay una parada que esté bien acondicionada (...) además asaltan a cada rato".

Lourdes viene del Estado de México al DF a trabajar, es una mujer mayor que camina lo más rápido que puede aunque sus piernas le complican el paso: "Para mí, venir a Indios Verdes es mucho riesgo, hay mucho tráfico, se siente uno inseguro, la comida que venden los puestos está contaminada y huele tan horrible que ni se antoja".

Instalaciones "de primer mundo"

Avanzando hacia el sur, el panorama cambia. Raúl Vélez, que viaja todos los días de Indios Verdes a Zapata, encuentra una diferencia abismal. El Centro de Transferencia Modal (Cetram) es uno de los buenos ejemplos de paraderos, ésos que todavía son contados en la Ciudad de México, pero que no le piden nada al llamado "primer mundo".

"Aquí no hay basura ni camiones que estorben el tráfico de los vehículos, es un paradero techado e independiente de las principales avenidas; además no hay vendedores ambulantes y es muy seguro", dice el usuario.

Antes de subir al paradero y saliendo de la estación del Metro, hay una pequeña plaza comercial, con tiendas de ropa, un café internet repleto de jóvenes, escuelas de inglés y hasta una estética.

Evelyn Rodríguez considera que se siente como en otra ciudad cuando cambia de paradero: "Uno de primer nivel y otro de tercera. Zapata no tiene nada que ver con el Toreo, Pantitlán e Indios Verdes, aquí se ve que están organizados y se agradece mucho que no huela a comida y a basura", dice.

Édgar Guzmán vive en Iztapalapa y se traslada todos los días por diferentes paraderos en la ciudad: "He estado en Indios Verdes y siempre que paso pienso: ‘qué feo lugar'´. Además de inseguro, en éste paradero me siento bien, se nota la organización y lo que es una lástima es que no todos estén así", dice.

Otro buen prototipo ideal de paradero será el Cetram Rosario, que está por estrenarse en este mes y que desde las alturas de la estación se alcanzan a ver los avances. "Parece más una terminal aérea que un paradero de microbuses, aquí hasta me van a dar ganas de tomarme un café con mis amigas, cosa que nunca se me antoja en el de Pantitlán, que es donde vivo", dice Laura, estudiante de la zona.

Este proyecto, a cargo de grupo Carso, pretende reordenar el transporte público en una superficie de 90 mil metros cuadrados, donde los usuarios encuentren ofertas educativas, de recreación y comerciales.

El complejo funcionará mediante un esquema de concesión y recibirá una inversión cercana a 500 millones de pesos.

Los usuarios quisieran que el Rosario fuera el modelo a seguir en sitios como Pantitlán, Indios Verdes, el Toreo y Taxqueña, que son parte de los 45 Cetram de la ciudad y que cubren cerca de mil 217 destinos en el DF.

Por lo pronto, la mayor parte de los 4.5 millones de personas que pisan algún paradero por día, tendrán que acelerar el paso hasta que no llegue el cambio a su ruta y les den ganas de sentarse a tomar un café en el paradero.



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