Controlan furia de tatuajes

PENDIENTE. En México la cultura del tatuaje va un paso atrás, no es como en Estados Unidos, se quejan sus defensores. (Foto: ESPERANZA OREA EL UNIVERSAL )
La tinta está preparada en el extremo de la mesa, hay toallas absorbentes alrededor por si algo se cae. Víctor Romero ya tiene su brazo limpio y rasurado para ponerse a “una de sus mujeres”, como le llama al molde que utilizarán para dejarle una marca permanente. Es su tercer rayón en el cuerpo, su palmarés de tinta aún está en proceso pues quiere llenarse su extremidad de labios y peinados altos.
“¿Te duele Vic?” No contesta, sonríe y esa es la respuesta a los miles de piquetes que se impregnan para formar una boca carnosa, unos ojos medio adormilados, un escote con el busto asomándose en una blusa incompleta.
Se comenzó a tatuar porque desde niño asumió la inyección de tinta como una expresión de sus gustos. “Está cargado de simbolismo” dice y confía en que se ha desgastado el estigma que cataloga a los tatuados como gente mala. Para él, los dibujos son manifestaciones artísticas que sustituyen la tela por la dermis.
Con ese concepto, afirma no tener miedo a la discriminación, no le pesa. También considera que la tinta se vuelve adictiva, ese dolor que se aguanta cuando ves los resultados. Cada vez son más quienes, como Víctor, ven en el tatuaje la forma de demostrar quiénes son sin tener que hablar. Y esta explosión es clara en la ciudad de México, donde se han concentrado tanto tatuadores como personas que gustan de esta práctica.
Antonio Serrano tiene 24 años como tatuador y es el organizador de una de las expos de tatuajes con mayor convocatoria en la ciudad de México. “Tony Chacal” refiere que a mediados de la década de los ochenta ser un tatuado era sinónimo de rechazo, pues aunque nunca fue prohibido, la policía se encargaba de hacerlo ver como un delito.
La gorra no deja ver su cabello azul, en su brazo derecho hay rayas como de lápiz, un rostro casi difuminado que es sometido a sesiones de rayo láser. “Duele más que cuando te lo haces, son como ligazos una y otra vez”, cuenta. Encima de esos rastros irá un nuevo dragón cuya hechura comienza en su hombro.
Sentado en su local Tatuajes México, recuerda el paso a paso: las agujas, el hilo, la tinta china y las máquinas hechas con un motor de grabadora, además de una pluma y una cuchara.
“Cada etapa que he ido evolucionando con el tatuaje me he enamorado más y lo veo como una profesión, porque de aquí viven mis hijos y mi familia, de aquí viven muchas personas que son empleadas aquí (...). Ahorita se podría decir que estamos haciendo una licenciatura”, dice.
Tatuajes a la mexicana
En México la cultura del tatuaje va un paso atrás. No es como en Estados Unidos, donde los policías tienen los brazos completos de imágenes, o en países europeos con sus exposiciones de tatuadores legendarios. Pero aquí hay algo que hace voltear a los extranjeros, es la mezcla de la tinta con la cultura mexicana al estilo black and gray.
Después de la década de los noventa el boom fue notorio. La escena musical y sus rockeros representaron una auge de esta práctica cuyo territorio fue marcado. La ciudad de México demostró que no era un punto ciego.
Tony Chacal, asegura que en la capital mexicana se concentran los mejores tatuadores del país que vienen de otros estados de la República.
“Los clientes piden cosas grandes, eso a los tatuadores nos emociona porque puedes mostrar un poco más. Sí es padre hacer tatuajes pequeños, porque es lo que alimenta a nuestro estudio, pero no es lo que alimenta a nuestro ser”, cuenta.
Considera que el DF está a la par de ciudades como Londres, Tokio y Frankfurt porque la expotatuaje que aquí se realiza está dentro de los diez lugares más visitados. Gente de diversos países viene impulsada por las calaveras, la figura legendaria de la muerte y los dioses aztecas.
Aumentan peticiones para quitarlos
Hay un puesto de playeras, a unos metros se escucha la máquina y sus vibraciones; es un tianguis de rockeros. Tan fácil planear, escoger de un catálogo lo que será la marca permanente, los clientes esperan. Al fin y el cabo la piel es resistente.
En la ciudad existen lugares sin las medidas requeridas para realizar este tipo de procedimientos. La Secretaría de Salud del DF reporta que los servicios que presta son más por por casos de alergia a la tinta o al método que usaron para tratar de retirarlos, que por las consecuencias de tatuarse en un lugar insalubre.
Julio Enriques Merino, jefe del servicio de cirugía del Centro Dermatológico Ladislao de la Pascua y profesor titular del curso de alta especialidad en Oncología Cutánea, explica que al día se reciben dos o tres personas que quieren retirarse sus tatuajes. La mayoría de ellos tienen entre 20 y 25 años de edad, la etapa productiva laboralmente hablando.
“Hay muchos muchachos que vienen por hacerse un tatuaje que en su momento les causó mucha emoción. El tatuaje no tiene mayor trascendencia (...) principalmente en las fuentes laborales la discriminación es muy marcada”, afirma.
Un tatuaje sencillo que pueda ser incluido en una línea es accesible a ser retirado por un procedimiento de cirugía, es decir, se extirpa la piel y ponen suturas. Cuando el dibujo es muy grande, de cinco centímetros de ancho por cinco de largo o más, los procedimientos para borrarlos son la dermoabrasión, cauterización con radiofrecuencia o el rasurado del tatuaje con algún equipo especial.
Retirar un tatuaje puede implicar el desarrollo de una cicatriz queloide, que tiende a crecer por sí misma provocando deformidades. Además, es costoso en el caso de someterlo a rayos láser. “Son entre mil y 10 mil pesos por sesión y se requieren de dos a tres”, dice Merino.
En las fuentes laborales la discriminación es “muy marcada”, las empresas buscan conservar una imagen determinada, pero si el tatuaje no influye en la presencia ni en la actividad misma no hay razón por que se tenga que eliminar a la persona, opina el especialista.
Rechazan normatividad
La regulación de los establecimientos ha despertado descontento entre el gremio de los tatuadores, debido a que califican de ilógicas algunas de las medidas de la Comisión Federal para la Protección contra Riesgos Sanitarios (Cofepris) .
Una de las principales quejas es la puesta en marcha del tarjetón de control sanitario, ya que aseguran que el costo es elevado. También critican que hay desconocimiento de la Comisión en cuanto a las tintas. Incluso, dicen que la ejecución de un libro foliado vulnera los datos personales de sus clientes.
Antonio Serrano, quien tiene 24 años como tatuador y es el organizador de una de las expos de tatuajes con mayor convocatoria en la ciudad de México, comenta que no se trata de estar en contra de la regulación, sino de atacar las verdaderas problemáticas. En ese sentido, explicó que el decomiso de tintas se ha hecho sin conocimiento sobre sus componentes, pues hay pinturas americanas que cuentan con todas los requerimientos y sin embargo han sido aseguradas por la Cofepris. En vez de eso, dice, las autoridades deben poner atención sobre las tintas “piratas”, de las cuales se sabe poco.
Jesús Roberto Castillo Pérez, director de la campaña por Facebook “Mi capacidad es demostrada, no tatuada”, menciona que hay lagunas en las reformas.
El personal que realiza las revisiones debería estar capacitado y componerse por un organismo de tatuadores y gente especializadas en el tema, cosa que no ocurre, quienes hacen las supervisiones no tienen información acerca de calidad en los productos y no les dicen a los dueños de los establecimientos el destino de los objetos asegurados, afirma.
Rubí Nandapa señala que la bitácora que exigen para llevar el control de los clientes vulnera sus datos personales. Agrega que caso similar ocurre con el proceso de certificación.
“Están exigiendo un documento que te certifique y valide como ‘tatuador’ aquí no hay escuelas de tatuajes, están intentando legislarlo en base a cosas que desconocen”, detalla.
Lo único que perciben los tatuadores entrevistados es que el cobro por el tarjetón sanitario es inútil y lo califican como mero trámite burocrático.





