Infancia perdida entre surcos

ESFUERZO. Muchos de los menores son llevados por sus padres a los campos para cortar la suficiente caña para obtener el pago. (Foto: HORACIO ZAMORA I EL UNIVERSAL )
Son alrededor de las 12 del día y la temperatura en los campos cañeros de Veracruz rebasa los 35 grados centígrados. "Ever" y "Matanga", de 13 y 11 años, respectivamente, descansan con otros adolescentes un momento después de haber empezado a cortar la caña.
Sentados en la tierra y debajo de un árbol, sacan garrafas de agua para beber, y el más pequeño abre una bolsa de frituras. Apenas empieza el día y lucen cansados. Ambos son parte de una cuadrilla de trabajo en El Salmoral. Su misión: terminar de cortar las varas de caña en un predio de dos hectáreas, propiedad del mismo ingenio.
En las zonas cañeras de Veracruz cientos de niños trabajan como cortadores de la planta. Laboran en jornadas de más de ocho horas y en ocasiones sin recibir ni un peso. A ellos, como dice el dicho, la "Revolución no les ha hecho justicia".
La mayoría no sabe leer ni escribir y laboran sin prestaciones. Pero siguen en los campos porque muchos de ellos ayudan a sus padres.
Por ejemplo, "Ever" y "Matanga" no reciben salario alguno por su labor. Su padre, un sujeto a quien le apodan La Yegua, los llevó a ese sitio para que fueran conociendo el trabajo rudo que les espera cuando sean adultos.
Al padre le pagan 47 pesos por tonelada de caña que corte; él no podría con más de dos en una jornada de seis de la mañana a seis de la tarde, por eso llevó a sus hijos.
"Yo soy de Zongolica", alcanza a explicar el papá cuando lo calla un capataz, quien dice que los padres firman cartas responsabilizándose por tener menores trabajando en el campo.
El padre se rasca la cabeza pensativo cuando el coordinador le dice que ya tiene que volver al trabajo.
"El niño trabaja en la caña porque en la comunidad donde vive [en Tequila] no hay ni escuelas para él", dice el capataz.
Las autoridades reconocen el problema y aseguran que se trata de una actividad arraigada; incluso el gobierno veracruzano ha afirmado que ha sostenido reuniones con la Organización Internacional del Trabajo para atender el problema. Pero, mientras, miles de "Ever" y "Matanga" siguen en los campos, cortando y cargando, sin pensar en volver a la escuela.
Su anhelo es ser estrella de futbol
A sus nueve años, Sergio, hijo de una familia de jornaleros agrícolas originarios de Oaxaca, sueña en convertirse en una estrella del futbol, por lo que desea festejar el Día del Niño con un balón, "para comenzar a entrenar".
Su anhelo es convertirse en una estrella del balompié para imitar las hazañas de su ídolo, el delantero Javier El Chicharito Hernández.
Es el más pequeño de tres hijos del matrimonio formado por Isidro Arianes Pérez y Bernanda Álvarez, originarios de Ejutla.
Su vida a transcurrido entre su tierra natal y los continuos viajes a los valles agrícolas de Sonora y Baja California, en donde sus familiares se desempeñan como jornaleros.
Sus padres y sus dos hermanos mayores de 14 años abandonan desde muy temprano la humilde vivienda, enclavada en el municipio de Navolato, para trabajar en la recolección del tomate rojo y chiles.
Esta es la primera vez que sus padres se contratan en los campos hortícolas de Sinaloa, en labores de preparación de cultivos de tomate, chile, pepino o calabacitas, por lo que para él es novedad conocer parte del valle de Culiacán, uno de los más ricos en siembras bajo riego.
Pese a la precaria vida que lleva su familia y lo estrecho de la vivienda en la que radica en forma temporal desde hace cuatro meses, no le desagrada la idea de ganar dinero en los surcos, sobre todo si se puede adquirir con éste algunos juguetes con los que sueña.
El Programa Nacional de Jornaleros establece que un promedio de 24 mil niños y adolescentes acompañan a sus padres en sus migraciones laborales. Sergio forma parte de una nueva generación de hijos de asalariados del campo que reciben atención escolar desde preescolar en los campos agrícolas.
En este lugar, en el que comparten con 80 familias un estrecho y largo patio que se forma en una doble fila de pequeños cuartos, los festejos escolares del Día del Niño serán el próximo viernes 27; pero Sergio no gozará de ellos: el contrato de trabajo de sus padres y hermanos termina un poco antes.
Llegó al campo agrícola "Acapulco", a fines de septiembre de 2011, lo que dificultó su inscripción en el tercer grado de la primaria de la zona; no fue incluido en la dotación del uniforme gratuito. Desde que tiene uso de razón, nunca ha festejado el Día del Niño. Este año, espera que alguien le regale un balón.
"Tuve que dejar la escuela para trabajar"
Bryant Alonso tuvo que hacer a un lado los carritos, el trompo y otros juegos para tomar las herramientas de trabajo del campo y así poder ayudar a que su familia no careciera de lo más elemental. Tiene 13 años de edad, y desde hace tres dejó la escuela, obligado a colaborar para cubrir las necesidades de él, tres niños más, además del padre y la madre.
Habita en la comisaría Miguel Alemán, poblado considerado uno de los más pobres de Sonora, formado en gran medida por indígenas triquis, provenientes de Oaxaca, que migraron atraídos por la oferta de trabajo en el campo.
Este poblado alberga importantes campos agrícolas, donde familias completas trabajan a destajo en la pizca o diferentes procesos de producción de frutas, granos y hortalizas. Las jornadas son pesadas.
Y aunque las autoridades laborales son estrictas para evitar que los menores trabajen, Bryant se las ingenia para entrar a las granjas.
"A veces no teníamos dinero ni para comer, no alcanzaba con lo que ganaba mi papá. Y pues, como soy el mayor, tuve que dejar la escuela para trabajar", responde Bryant Alonso cuando le preguntan por qué dejó la primaria.
Su padre, Alonso Félix, es jornalero y por lo regular no gana lo suficiente. "Ahorita sí está ganando muy bien, porque tiene mucho trabajo en un viñedo. A la semana gana hasta mil 500 pesos. Pero la mayor parte del año le va mal, gana como 400 pesos a la semana".
Bryant Alonso ahora habla con soltura de los procesos que se siguen en los diferentes cultivos. "Me encargo del cepillado del garbanzo, que después pasa a un cargador que es el que lo acomoda en el burro y lo hace llegar al área de empacado".
Su hora de entrada es a las seis de la mañana y la salida es a las cinco de la tarde. Dice que su salario es de 160 pesos diarios, por lo que en una semana llega a ganar mil pesos, que rara vez obtiene debido a que le descuentan 200 pesos por lo que consume en una tienda de raya.
No pierde la esperanza de volver a la escuela. Bryant Alonso está consciente de que para tener una mejor calidad de vida los estudios son indispensables.
"A los niños y jóvenes les aconsejo que no dejen los estudios. Oportunidades no hay dos en la vida".
LA ANTIGUA
Javier Cabrera Corresponsal
CULIACÁN
Marcelo Beyliss Corresponsal
HERMOSILLO





