Legorreta, el mejor arquitecto de México
Memoria. Sus amigos los recuerdan como una gran persona, además de un artista prominente. (Foto: Archivo )
Estaba aún en el club Alemán cuando Diana, mi colaboradora xalapeña de visita en su terruño, me habló para comunicarme el deceso de Ricardo Legorreta. Era muy temprano y recién había terminado mi sesión tenística. De inmediato vino a mi mente cómo lo había conocido.
Hace muchos años recién entrado al Junior Club, se había organizado un torneo de dobles y Ricardo me pidió que jugáramos juntos. No ganamos pero me permitió conocerlo y apreciarlo. Su éxito le impidió seguir en el club e ignoro si siguió jugando.
A mi llegada a la Dirección de Arquitectura del INBA le pedí en varias ocasiones su apoyo, bien para exposiciones como para los Cuadernos de Arquitectura, en el numero 3: "1968/1978 Una Década de Arquitectura Mexicana", donde publicamos una de sus obras sobresalientes, el Hotel Camino Real de 1968. Hoy se ve como el primer día.
En los Anuarios de Arquitectura Mexicana publicamos en el No.1, Seguros América Banamex y en el No.3 y último, el Centro Técnico de IBM. Recuerdo que a Rosa María y Susana, nuestras editoras, siempre les sorprendía lo ordenado de sus archivos y la bonhomía de su trato.
De ahí en adelante con poca frecuencia nos veíamos a pesar de incidir e inclusive participar en la misma obra como el Palacio de Iturbide. Algunas veces salió a la conversación en nuestras comidas de los miércoles con Juan José Díaz Infante, que contaba un sueño no superado. En el despertar matutino le preguntaba a su espejo: "Espejito, ¿quién es el mejor arquitecto de México? E invariablemente el espejo le respondía: Legorreta.
Cuando nos encontrábamos siempre se mostraba con gran interés por la conservación de la arquitectura y me preguntaba dónde estaba trabajando porque quería acompañarme. Nunca sucedió. Sin embargo, fortuitamente, nos encontramos en Bilbao y Managua. Ahí fui con él a la Catedral. A pesar de haberme formado en el despacho del Pelón de la Mora, no la entendí. Me dijo de su fuente de inspiración en la antigua catedral de León de ese hermano país, pero seguí sin entenderla.
Recuerdo una visita que nos dio en el antiguo Colegio de Niñas, en el Club de Banqueros; pretendía ser presidente de la Academia Nacional de Arquitectura pero perdió la votación.
Siempre caballeroso, nos cedió el espacio en San Ildefonso, para que antes de su magna exposición, montáramos Gaudi Artista de Siempre, al explicarle que los altos seguros nos harían imposible esperar tres meses para exhibirla.
Deja una carga muy pesada a su hijo que sigue sus huellas. Con frecuencia la pisada les ha quedado grande a los vástagos, que frecuentemente no logran superar el reto familiar. Si acaso un par lo ha logrado.





