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1983: abuso en el Instituto Cumbres

Alejandro Almazán| El Universal
Sábado 20 de abril de 2002
Al menos 13 alumnos de un colegio dirigido por la congregación de los Legionarios de Cristo fueron víctimas de violación por parte del prefecto en los años 80. Éste implicó también a dos clérigos

El 7 de junio de 1985, Eduardo Villafuerte Casas Alatriste fue sentenciado a 18 años de prisión por haber violado y abusado sexualmente de al menos 13 alumnos de primaria del Instituto Cumbres, dirigido por la congregación religiosa de los Legionarios de Cristo; era el prefecto del colegio.

Junto con él, fue sentenciado el padre Eduardo Lucatero Álvarez, quien había sido director de esa primaria cuando Villafuerte violó a los niños, y que ya en ese momento fungía como secretario general de la Universidad Anáhuac del Sur. El titular del Juzgado 14, con sede en el Reclusorio Norte, lo culpó de un cargo menor: encubrimiento.

"Al principio pensé que (las violaciones) eran un accidente, pero luego descubrí tres casos. Yo sugerí que no se practicara ninguna investigación para evitar que resultaran afectados algunos otros menores. No di aviso a las autoridades porque lo vi desde otro punto de vista: tranquilizar a los padres (...) Yo no quería darle publicidad al caso, para que no se perjudicara al colegio", reconoció Lucatero, según su testimonio ante el juez, del cual EL UNIVERSAL tiene una copia.

Eso le valió al sacerdote de los Legionarios una condena de sólo ocho meses de prisión y pagar una multa de 150 pesos. Eso, pese a que el violador confeso, un laico, declaró también ante el juez que en el Instituto Cumbres él no era el único que cometió los abusos sexuales.

Y señaló directamente a dos sacerdotes: Eduardo Lucatero y Guillermo Romo Atilano.

De Lucatero declaró: "Que también sabe y vio en ocasiones al director, de nombre Eduardo Lucatero, confesando a menores, los acariciaba soezmente. También se llevaba a las niñas, hermanas de los alumnos, y les acariciaba sus partes nobles obscenamente, incluso a algunas las besaba en la boca. Sí, niñas, van al colegio cuando hay preparativos para una primera comunión o cursos de vacaciones."

De Romo Atilano dijo: "Que a finales de 1981, Romo, los niños y el declarante (Villafuerte) fueron a una hacienda en Hidalgo. Estuvieron de viernes a domingo. Que se repartieron en habitaciones a los niños y que recuerda que Romo Atilano se llevó a uno de ellos. Que fue a esa habitación para recoger el botiquín médico y se dio cuenta que en el cuarto se encontraba Romo Atilano con un menor, quien lloraba y gritaba: `¡No, padre, no, ya no, por favor!`. Que quiso abrir la puerta, pero estaba cerrada por dentro."

En la calle de Rosedal 50, Lomas de Chapultepec, "pasaban más cosas", declaraba Villafuerte Casas Alatriste. Sólo él iría a parar a la cárcel. "Villafuerte Casas Alatriste fue el chivo expiatorio. Sí, él abusó de los niños, hablaba que de unos 200 en 10 años, pero también los otros, Lucatero y Romo. Sólo que como eran sacerdotes no les hicieron nada", dice ahora Elsa H., madre de uno de los únicos dos niños del Instituto Cumbres que decidieron llevar el caso ante un juez. "Los encubrieron".



* * *

Cuando los dos niños tenían siete años, El Güicho , como apodaban a Villafuerte Casas Alatriste, los violó. Ese tipo delgaducho y de cabello lacio se valía de una simple tarjeta roja de cartón, que en el Cumbres significa la expulsión del alumno. Les pegó, los amenazó con echarlos de la primaria si hablaban de lo sucedido. Por eso, de 1981 a 1983, los chicos prefirieron mentirle a sus padres: que esos golpes en la cara eran por riñas infantiles, o que no se explicaban ese sangrado en la orina.

Pero un día Villafuerte se fue del Instituto. En su declaración, él mismo diría por qué: "(Lucatero) me aconsejó que abandonara el país porque iba a tener problemas". Y Lucatero agregaría: "Me enteré de tres violaciones y le pedí que se fuera".

Así que ya afuera El Güicho , los dos niños decidieron contarle a la madre de uno ellos. Doña Elsa, sería avisada por teléfono.

"Y tontamente lo primero que hice fue ir al Cumbres, quería una respuesta", dice doña Elsa. "Ahí me topé con el que era director, Patrick Donald Keefe, un irlandés. ¿Sabe qué me dijo cuando le conté?: "Ay, señora, no le veo ningún problema. No es la primera vez que sucede".

Ese mismo día, el 10 de junio de 1983, doña Elsa interpuso la denuncia en la mesa 4 de Averiguaciones Previas. Los niños tenían ya 10 años de edad.

Uno de los dos psiquiatras que trataron a los niños, los doctores Marcia Morales y Fausto Trejo, declararía: "No hay fantasía en lo que dice su hijo. En ninguna película pornográfica podríamos encontrar escenas como las que describe".

Los propios peritos de la Procuraduría capitalina dictaminaron que los dos niños tenían desgarres antiguos en el recto.

Las autoridades detuvieron a El Güicho cuando salía de su casa, en la calle de Monte Everest en las Lomas de Chapultepec. Un mecánico que había sido chofer del Cumbres y a sus 26 años de edad ya era prefecto. Admitió las violaciones. Y no sólo de dos niños, al menos en la demanda penal dio nombres de 13. Pero el juicio tardaría dos años. Dos años en los que doña Elsa vendió su condominio en Tecamachalco para pagar abogados y psiquiatras "yo era una chica fresa de las Lomas, y vea ahora, vivo de los 600 pesos que da Andrés Manuel López Obrador a la gente de la tercera edad", perdió su trabajo de un día para otro; su ex marido la creyó loca, su nueva pareja la abandonó, sus amigas la dejaron sola, sufrió un problema de estrés que desde entonces le ha hecho subir de peso.

"Y también me amenazaron comenta: `Un día me mandaron llamar, que fuera al Cumbres; fui. Había cuatro sacerdotes, comandados por uno, Fernández Amenávar. Durante ocho horas platiqué con ellos. Me dijeron que desistiera, que a mi hijo lo becarían, que estudiaría su carrera en Irlanda. Los mandé al diablo. Cuando me despedí, uno de ellos me dijo: «Váyase con cuidado, no la vayan a atropellar». Y desde entonces me siguió un Mustang`."

Romo Atilano tuvo que ir a declarar; el juez "no encontró elementos" para su aprehensión y jamás se le volvió a molestar.

¿Y usted qué pidió en ese tiempo? ¿Qué pide?

Nada, nada. Esto se trata sólo de una disculpa pública. Que vengan y digan: "Sí, nos portamos mal, perdón". Destrozaron mi vida y la de mi hijo. Y, sin embargo, yo sólo pido una disculpa pública. Nada más.



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