En el campo, mayor desigualdad
SAN MIGUEL XOLCO, Méx.? Es día de caza. Los jóvenes rurales, escopeta al hombro y machete en mano, caminan por veredas bordeadas de sembradíos que mató la helada. Entre la milpa destruida, la cebada seca, espigas de trigal pálido, se alzan magueyes de donde sacan aguamiel, su tradicional sustento, y los nopales se desparraman sobre esa tierra gris que se quiebra. Es un pequeño punto de la geografía nacional. Uno de ellos, raído el pantalón de la rodilla, avanza, da trancos largos, mano derecha aferrada a la culata de su arma, la vista hacia arriba, y cruza surcos que sirven como depósito de hojas y restos de lo que no pudieron cosechar. Truena el rastrojo bajo sus pies. Vuela el polvo. ?¿Y qué van a cazar? ?Posssaver qué. ?Conejos... ?enumera un segundo cazador?, tlacuaches, que se roban nuestra aguamiel. ?También zorrillos ?agrega un tercero?, tejones, liebres, patos... ?Y techalotes ?rubrica un cuarto acompañante. ?¿Y esos cómo son? ?se le pregunta. ?Son como las ardillas; se comen el maíz. ?Y nosotros nos los comemos a ellos. ?¿A cuáles? ?Psssatodos. Las ardillas son resabrosas. ¿No ha probado la víbora de cascabel en chilito verde? ?Sí, de verdad, alivian el cáncer y la diabetes. Las ranas también se comen. Continúan por la vereda. Otro más, León Ramírez Hernández, se dispersa y sigue con la mirada el vuelo de un pájaro, mismo que se deja llevar por el aire, hacia abajo, y se desplaza como un águila. El joven se descuelga el arma del hombro y apunta, pero el pájaro parece adivinar y esquiva con aleteos. Se encumbra. ?¿Que a qué hora nos levantamos? ?contesta José Luis. Tres-cuatro de la mañana, ¿verdad? ?¿Por qué tan temprano? ?A raspar el maguey. ?¿Raspar..? ?Sí, para sacar aguamiel. ?También para cuidar que no desmixioten los magueyes. ?¿Cómo está eso? ?Sí. Mire: en la noche, cuando hay luna, los mixioteros vienen a robárselo y echan a perder toda la planta de maguey. ?¿Por qué se echa a perder? ?Haga de cuenta que a usted le quitan el pellejo. Usted se secaría, ¿no? Así los magueyes. Por eso está prohibido sacar la tela de la penca. El aire produce un ruido suave con el roce de tallos y espigas secas. Los nopales, aunque tristes, no pierden el rojo de las tunas. La milpa, amarilla prematura, yace achicharrada, y es ?parecen resumir sobre este panorama grisáceo? como si una maldición les hubiese caído del cielo. ?Estamos perdidos? se lamenta Jesús García. Por ahí van, escopetas al hombro; buscan, escudriñan entre magueyes, husmean alrededor de matorrales, rascan la tierra, alzan la mirada en busca de algún ave, pero es poco lo que encuentran. Continúa el ruido del viento que sacude una inservible capa de hierba. Es una alfombra tostada. ?Esa es nuestra cosecha... Ni para los animales ?se resigna Pedro Blancas, mientras, como para ejemplificar un destino incierto, muestra y deshace entre sus manos un manojo de cebada. Pasan otros comuneros, quienes podan el forraje para abrir brechas y realizar mediciones. La intención es precisar límites, porque aquí, como en muchas regiones del país, aún no terminan con esa añeja cuestión que ha producido matanzas en algunas regiones. Por eso desean deslindar y deslindarse. ?Queremos que salgan todos los títulos de posesionarios de San Miguel Xolco ?informa otro de a caballo. Ese es un problema. Otro es el de la cosecha. ?Todo se perdió. Estamos muertos este año ?insiste Pedro Blancas, refiriéndose a los estragos que dejó la helada. ?Estamos perdidos ?remacha Jesús García, que insiste en apretar entre sus manos lo que la nieve dejó. Y allá van por la vereda, trozos de tierra sobre sus pies, como si trataran de alcanzar el final de un horizonte de magueyes y nopales. Bordean los sembradíos amarillos, miradas puestas en el cielo, acostumbrados a esperar. Esperan. Los campesinos siempre esperan. ?¿Qué esperan? ?Psssuuum...Alguna ardilla, un techalote... ?¿No ha probado las ardillas? ?Estos niveles ?señala el Conapo? son dos veces superiores a los que encontramos en las áreas urbanas?. Algunos se regresan. La tradición dice que, por seguridad, es necesario marcar con una seña particular alguna penca de la planta de maguey. De esa forma, a pesar de que ya se sabe quién es el dueño, estará más segura, además de que en la parte de en medio, llamada piña, debe ponerse una piedra, pues de lo contrario se corre el riesgo de que algún animal se beba el contenido. El papá de Héctor Ramírez Ortega, don Roberto, con el rito en la sangre, raspa magueyes para extraer pulque; su hijo, 21 años, secundaria terminada, aprendió esa labor desde pequeño, aunque ahora se dedica a la engorda de ganado, pero se queja de que apenas le alcanza lo que gana. ?De lo que saca él ?dice refiriéndose a su padre? sale para la papa. ?¿Y la engorda de borregos, chivos y puercos? ?Más o menos para ir sobrellevándola. Hace falta capital para que sea mejor negocio. También hay que andar activos porque los cuatreros amarran a los pastores y se roban el ganado. Es mucho el trabajo, con jornadas de sol a sol, dice Ramírez Ortega, quien hace cuentas: ?Hay que traer el frijol, cortar la cebada y el zacate para los animales; si no trabajas, no comes; está crítico el asunto?. En el grupo va Israel Hernández Badillo, 23 años, que apenas terminó la escuela secundaria. Raspa magueyes desde los cinco años. ?Iba a la escuela y salía a cuidar ?recuerda?, terminaba de cuidar y a raspar el maguey. Él, como otros jóvenes de la región de Otumba, ayuda a sus padres a raspar maguey y seguirá la tradición. Y como otros, también se levanta a las cuatro o cinco de la mañana a realizar esa labor, pero antes algo habrá que echar al estómago: ?Desayunamos lo poco que hay: frijoles; cuando hay habas, habas; los quiotes de maguey, que es la flor, se pelan, se fríen y se capean con aceite y huevo. ?¿Y dónde se divierten? ?En los bailes que hay en los pueblos ?contesta Marcial Ramírez. ?Casi no hay ?ataja José Luis Hernández?; por eso nos divertimos en el campo, con los mismos animales. Los escucha Francisco Hernández, chaparrito, 15 años de edad, quien dice cursar la escuela secundaria. ?¿Cuál es la profesión que te gustaría ejercer? ?Casi no hay recursos para estudiar; al puro campo se dedica uno desde chiquito ?interviene José Luis. ?Campesino... Eso me gustaría ser ?responde Francisco, que cuida caballos, burros y chivos. Francisco tiene cuatro hermanos: Erick, de tres años; Iraís, 10, y Rosa María, 17 años, madre de dos gemelos, que sólo estudió la primaria. ?Imagínese, estamos perdidos ?ríe Marcial?, ya se vio que el pulque es bueno para hacer cuates. Y como una prueba de que saben raspar maguey, labor que incluso realizan en las noches, los jóvenes se ponen de acuerdo para que uno de ellos haga una demostración. Entonces toman el raspador ?metal cóncavo? para raspar la parte de en medio, buscan el acocote ?algo así como un bule alargado, pero de fibra de plástico, en cuya punta le embonan un pedazo de cuerno de res?, sostienen las castañas, que así se le llama al utensilio donde echan el aguamiel, y proceden a succionar el acocote. La piña del maguey se raspa dos veces al día: una en la mañana y otra por la tarde. De cada planta ?que tiene una duración de entre uno y dos meses, dependiendo del tamaño? sacan dos litros por día. Sacan 240 litros de pulque por cada planta de maguey. Después, poco a poco, las pencas van quedando deshidratadas hasta quedar secas. Al final sólo queda un pequeño promontorio negro. ?Quedan como viejitos chupados ?dice José Luis, mientras sus amigos se carcajean. Con la escopeta al hombro, León Ramírez, de 22 años, se trepa a un maguey y permanece en el centro de la planta, desde donde realiza la labor de vigía. Apenas terminó la enseñanza primaria. ?¿Por qué no seguir estudiando? ?Porque me dediqué a cuidar chivos, borregos y a raspar. Ahí andan, con sus escopetas al hombro, cuidando chivos y, como labor extra, a la caza de algo. Recorren tramos largos, pero esta vez no encuentran. De todos modos buscan, levantan trozos de tierra, sacuden matorrales, alzan la mirada, escudriñan. En el camino y entre la maleza saltan infinidad de chapulines. ?¿Y en qué se divierten? ?Tenemos necesidades. Nuestra diversión es salir a cazar. También le hacemos al jaripeo en el campo o vamos a la fiesta del pueblo. Aquí se hacen competencias de jaripeo para ver quién aguanta más un toro bruto ?dice León. ?Aquí vivimos del campo ?comenta otro muchacho. ?Este año ?recuerda León? la helada acabó con todo lo que sembramos: maíz, frijol, haba, garbanzo. No hubo ni elotes. No probamos los elotes. ?Nos da miedo que lleguen las temporadas de helada ?expresa otro más?, porque hay que comprar todo. No tiene uno un trabajo seguro. Sobre el pasto quemado por la helada saltan chapulines cafés y verdes. Chocan contra los pantalones y las manos. Parece que ha llegado una plaga de langostas que se confunde con la hierba. ?¿Y los chapulines? ?También los comemos. Tienen proteínas, ¿no? ?Eso dicen.
El atraso
Son como otros hijos de campesinos de cualquier región del país, aunque con diferentes niveles de pobreza. Sólo basta con deslizar el índice sobre un mapa de la República mexicana, detenerlo en alguna zona rural, encaminarse hacia ella y observar ese sector de la población que los estudiosos llaman ?excluido? o ?invisible?. Y ?a pesar de las mejoras educativas tan notables? en la población rural ?presume la autoridad federal?, las desigualdades entre jóvenes urbanos y rurales ?son todavía dramáticas?, pues un número ?significativo? sólo asistió ?por unos pocos años? a la escuela: Uno de cada seis no llegó a completar la primaria y otros tres de cada 10 no llegaron a la secundaria.
La labor que se hereda
Uno de los cazadores se detiene y ahora sí apunta su escopeta hacia un pájaro negro que vuela no muy lejos de ellos, pero otra vez la presa se le escapa de la puntería. Han pasado varios minutos y ni una ardilla cruza frente a sus ojos. Caminan y caminan.





