"El asunto me ha llevado a la ruina"
Humberto López Mejía parece un personaje extraído de los antiguos libros de caballería. Acompañado de su fiel escudero, Felipe Fuentes, el hombre de grueso bigote libra una feroz batalla contra los imaginarios molinos de viento, que pueblan su vida. Seis años ya. Y la lucha no termina. Carlos Salinas de Gortari lo calificó como un "oscuro investigador" en su libro México: un paso difícil a la modernidad (p. 1233). Y el ex fiscal especial para el caso Colosio, Luis Raúl González Pérez, no reparó en adjetivos para descalificar el trabajo del "sedicente" López Mejía. De hecho, en el informe final rendido por González Pérez, el 20 de octubre de 2000, el investigador privado es citado, cuestionado y refutado en cada uno de los cuatro tomos de que consta el documento final. Los adjetivos a su trabajo abundan. A López Mejía son atribuibles diversas líneas de investigación, entre ellas la presencia en Lomas Taurinas de varias personas de rasgos físicos similares a los de Mario Aburto; la sustitución del asesino material (Ernesto Rubio Mendoza); las distintas estaturas y señas particulares en rostro, orejas y cuello de Aburto; mensajes encriptados en el diario "La Jornada"; participación en el presunto complot del militar retirado Héctor Eustolio Morán; existencia de radiogramas del Ejército, el 23 de marzo, con el mensaje: "Misión cumplida"; hostigamiento, espionaje y muerte anticipada de la viuda de Colosio. Y varios asuntos más, todos ellos incluidos en el informe final. No obstante la gravedad de sus acusaciones, a lo largo de todos estos años, el investigador nunca ha sido llamado a declarar. La omisión resulta verdaderamente llamativa, toda vez que el Ministerio Público levantó declaraciones a los más inverosímiles personajes, sin importar que su dicho pareciese el más absurdo de los sueños de opio. La lista de individuos que dijeron haber tenido información previa del atentado y otras investigaciones más, es extensa y puede consultarse en el Capítulo 9, Tomo I, del informe final. ¿Quién es, pues, Humberto López Mejía? ¿De dónde salió? ¿Qué hacía antes de dedicarse al caso Colosio? ¿Quién está detrás de él? ¿A qué intereses responde? Cada vez que escucha estas preguntas, por demás reiterativas, el investigador sonríe con pesar. Recuerda una de las novelas más conocidas y leídas del checo Milán Kundera: La insoportable levedad del ser , para referir que las cosas son más sencillas, menos elaboradas de lo que la gente cree. Nadie está detrás, sostiene. ¿Nadie? ¿Seguro? le insiste el reportero. Si quieres precisión reta, en efecto, hay varios: estás tú, está Pepe Reveles, Juan Bautista y varios periodistas que han sido, y son, mis amigos; que me han impulsado a seguir adelante y que me han conminado a no tirar la toalla. No ocurre lo mismo con su familia, reconoce. Su papá y su mamá, octogenarios, están cansados y asustados por la actividad de su hijo en el caso Colosio; su hermano ha padecido hostigamiento laboral; su ex pareja, no obstante tener años de separados, fue despedida de su empleo, cuando se descubrió ese vínculo; y sus hijos, francamente le exigen que deje ya por la paz el asunto. "Varias veces he estado a punto de reventar. Me doblo, pero no me quiebro. Es por amor propio", dice. Hoy, López Mejía es sólo una sombra de lo que fue. Convencido de la autoría intelectual de Salinas, obsesionado por el homicidio del sonorense, se ha convertido en un personaje monotemático: cualquier conversación, por diversa que resulte, invariablemente termina o es relacionada de alguna forma con Colosio. Lo curioso es que no conoció a Luis Donaldo. Tampoco se asume como colosista. Lo que en un principio fue curiosidad, después se transformó en su razón de ser, en su causa, en su vida. Acepta que actuó con ingenuidad: "La fiscalía invitó a la sociedad a participar como coadyuvante del Ministerio Público, aportando todos los elementos, evidencias, indicios e informes que existieran, a fin de esclarecer el crimen. Yo levanté la mano y me apunté. Así de sencillo. Nunca creí que ese acto me llevaría a la ruina". Es contador público de profesión, especialista en auditoría; tuvo diversos reconocimientos, incluido un premio nacional. Paralelamente a su especialidad, López Mejía fue, durante años, apoderado de artistas y boxeadores inició con Rigo Tovar, promotor de peleas en las arenas Coliseo y México, propietario de una gran cuadra de caballos de carreras llegó a tener 42 en el Hipódromo de las Américas, y perito de la Procuraduría de Justicia del Distrito Federal en materia contable. Vivía bien López Mejía. Su casa, en el Condado de Sayavedra, en Atizapán de Zaragoza, estado de México, fue una lujosa cabaña de arquitectura inglesa, equipada con finos muebles. En las paredes se podían apreciar un Frida, un Rivera, un Anguiano y varios cuadros más de autores de renombre; cientos de miles de dólares en obras de arte. Cuando inició con el caso Colosio, tenía un amplio despacho contable, que brindaba sus servicios a varios clientes. Vestía ropa de marca. Usaba perfumes franceses. Comía bien, bebía mejor. Frecuentaba los más lujosos establecimientos. Manejaba un auto último modelo. López Mejía presumía entonces, y ahora, de ser padre de dos genios. Virtuosos ambos del violín y otros instrumentos, uno de ellos fue Premio Nacional de la Juventud: creó un juego de inteligencia, con el cual se mide el IQ de las personas, llamado Línea 26, cuando apenas era un adolescente de 14 años y cursaba la secundaria. El caso Colosio lo absorbió. Sus observaciones iniciales, rápidamente pasaron a ser acusaciones. Y cada vez más temerarias. Empezó a quedarse solo. Conoció lo que es el aislamiento. Muchos de sus amigos prefirieron interponer una "sana distancia", frase pronunciada por el ex presidente Zedillo, respecto a su relación con el partido en el que milita, pero que también aplicó a su ex compañero de estudios en el Politécnico. Sí. Porque el beneficiario de la muerte de Colosio y el investigador paralelo fueron contemporáneos, y llegaron a tener alguna relación amistosa en aquella época estudiantil. La "sana distancia" ocurrió también con Antonio González Curi, gobernador de Campeche, casi hermano de López Mejía, hasta que éste se involucró en las investigaciones del homicidio. El mandatario, según la versión de su antiguo amigo, le ofreció ser tesorero de aquel estado, pero el requisito indispensable era olvidarse del caso Colosio. Nada. Para cuando se presentó tal disyuntiva, López Mejía ya cabalgaba en su flaco corcel, con la armadura puesta y la lanza en ristre, acompañado de su fiel compadre, el ex boxeador Felipe Fuentes, mejor conocido como el "Matador". Eran dos ex boxeadores, inicialmente, los que acompañaban al contador público en sus pesquisas. Sus nombres, en clave, eran "Batman" y "Robin". Ya sólo queda "Batman" (Felipe) y es, además, el representante legal de su compadre, según la denuncia de hechos contra Salinas, Zedillo y otros, presentada el jueves 14. Fuentes no se ha intimidado, a pesar de un par de agresiones físicas que ha padecido. En la primera, hace un par de años, varios sujetos lo secuestraron en un taxi, lo golpearon y lo interrogaron durante varias horas, sobre las actividades de López Mejía. Lo soltaron después de una invitación "pásate de nuestro lado y te irá muy bien, lana es lo que sobra" y una advertencia: "Dile a ese cabrón que se calme o se va a morir". La segunda agresión fue hace un mes, cuando se filtró que había nuevas pruebas. El ex boxeador fue golpeado por tres desconocidos, a unos cuantos metros de su casa en Iztapalapa; uno de ellos le tumbó varios dientes con la barra metálica de seguridad que va en los volantes de los vehículos. Los vecinos evitaron que las cosas fueran peores. López Mejía, aquel hombre exitoso que vivía entre lujos, poco a poco fue perdiendo recursos, propiedades e interés en cualquier otra cosa que no fuera el caso Colosio. Se quedó sin clientes: ya no los atendía; cerró su despacho. Vendió sus caballos y se ahorró el costo de mantenimiento: lo invirtió mejor en viajes a Tijuana, Hermosillo, Washington y otras ciudades, en busca de pistas del crimen. El dinero se le acabó. Tiene seis años sin ingresos. Su residencia, lujosa en otros tiempos, está hoy en ruinas. Todavía quedan vestigios de lo que fue y algún mueble caro por ahí. Pero la falta de mantenimiento genera la impresión de que tiene años abandonada. Todos los servicios: agua, luz, gas, le fueron suspendidos. Si los tiene es porque se los "piratea". A veces, en su alacena, nada hay para comer, vive solo, lo cuida "Newton", un pastor alemán adiestrado, que por poco muere, pero sobrevivió a un envenenamiento el día aquel cuenta el investigador, en que unos desconocidos se introdujeron en su domicilio, mientras él andaba de viaje, y llenaron con gasolina todos los focos, con el propósito de que estallaran cuando levantara el encendido, cosa que no ocurrió de pura casualidad, de puritita suerte. López Mejía anda a pie. Su coche hace mucho que lo vendió para seguirse financiando. El investigador privado es muy conocido en su colonia. Algunos lo ven con simpatía, otros con sorna, algunos más con pena ajena. Su aspecto dista mucho del hombre aquel de buen vestir, gordito, alegre; ahora es nervioso, algo paranoico, está delgado y frecuentemente se le ve con barba crecida de varios días y la ropa ajada, y arrugada: el ni se preocupa. A veces se le puede encontrar en el pequeño súper de la colonia, a mediodía, en bata, alegando con un vecino que no cree en el complot, exaltado y manoteando expresivamente. Seis años ya. Se queja: "Ya quiero terminar con esto, pero el crimen no puede quedar impune. Me urge ponerme a trabajar, a generar recursos. Ni mis padres, que son jubilados y tienen una pensión bajísima, ni mis hijos ni mis amigos me quieren prestar ya. Todos me ven y me sacan la vuelta. Tengo cara de préstamo". "¿Tú crees que si hubiera alguien detrás de mí, estaría en estas condiciones?", pregunta al reportero. Acepta que está obsesionado por el caso Colosio. "Muchos dicen que estoy loco ríe despreocupado y quizás tengan razón. Pero se requiere de este tipo de locura para llegar a la verdad. Y yo tengo los elementos para encarcelar a Salinas, que fue el autor intelectual. Lo voy a probar; a ver si ahora sí me llaman a declarar". Sostiene: "Y es que la hipótesis del complot, a través de mensajes encriptados, ya no es vista como producto de mi imaginación. No se trata de simples inferencias. Está avalada por una serie de pruebas y también por expertos en la materia. Ya es más creíble".





