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LA TIGRESA ENTREVISTA
Irma Serrano, solitaria y dominante

Humberto Ríos Navarrete| El Universal
Sábado 13 de mayo de 2000
<font size=1 color=red>LA TIGRESA </font> <font size=1>ENTREVISTA<font><br>Irma Serrano, solitaria y dominante

. (Foto: JORGE SOTO/El Universal )


La senadora Serrano, recostada en un diván desgastado, se maquilla frente a un gran espejo redondo. Está enfundada en indumentaria deportiva y trae tobilleras de algodón. Atenaza un palillo con las yemas de su índice y su pulgar, cuya punta desliza, embadurnada ésta de un líquido blanco, a lo largo de esa membrana roja que bordea el párpado izquierdo, donde nacen las pestañas. Pronto, con igual pulso de relojero, empalma otras más grandes. Sobre las piernas se mece una charola. En ella se amontonan objetos pequeños que servirán para adornar su rostro.

?¡Por favor, quítame este perro! ¡Enciérramelo ahí!?, ordena a un sirviente, que obedece presuroso y saca al cachorro.

A su derecha, un pequeño baúl; a su izquierda, otro estuche. No muy lejos, una caja de pañuelos desechables. ?La Tigresa? está en su residencia, segundo piso, próxima a la ventana que da a Paseo de la Reforma, frente al domicilio de Patrocinio González Blanco Garrido, a quien llama ?ese?.

La rodean muebles antiguos, muñecas de porcelana, sentadas aquí y allá; cristalería cortada, mesitas y sillas de madera. Sobresalen tonos dorados y objetos de plata, salpicados éstos de pringas negras. La acosa una manada de perros que parecen gremlins. Está acostumbrada.

En el fondo, las sombras.

Huele a humedad.

Permea el moho en ciertas partes.

Ella habla de todo. De su próximo libro, que versará sobre la vida de políticos y banqueros, a partir de Luis Echeverría; de su admiración a Cuauhtémoc Cárdenas, de su apoyo a Vicente Fox; de su organización de mujeres, cuyos votos ofrece a la oposición, sin recibir respuesta.

Habla del día que sintió aquel terror cuando pensó que se quedaría ciega, después de ser rociada con gas lacrimógeno. Es impulsiva, acepta, y ?es raro que piense las cosas?.

Cuando saluda, la legisladora extiende su mano larga, lánguida, coronados sus dedos de anillos salpicados de brillantes con picos, de modo que su interlocutor sufrirá algunas punzadas en la diestra, pues tales decoraciones amenazan con herir yemas y coyunturas. Podría ser un mecanismo de defensa.

Invita agua de limón recién hecha. Ya está de pie. Va a cambiarse de ropa. Pide que no se le pregunte por lo que se unta en los ojos. Llegan momentos, pocos, en que se exalta. Usted pregunte, dice con voz rasposa, la espada ya desenvainada.

?¿No ofende usted con sus joyas a los pobres...?

?¡Me importa un pito! ¡Yo me las gané! ¡Nadie me las regaló! ¡Ni me he robado tampoco la cama de Chapultepec! Con los enemigos que tengo ya hubieran venido a quitármela y meterme a chirola, ja, ja, ja, ja, ja, ja. ¡Yo no me he robado nada! ?¿Quién tiene mejores joyas, usted o María Félix?

?Pues yo creo que los padrotes ya acabaron las joyas de ella. A mí ya no me importan... Todo tiene su época y su momento. Ni me interesan los padrotes para que me las quiten. Todo lo que ve aquí es de los indígenas de Chiapas, que no tienen ni un sanatorito.

?¿Ya les heredó todo?

?Todo, todo. Ya se hizo el papeleo... ¿Cómo se llama el notario? Sí, Zermeño. Todo está notariado. Vamos a formar una fundación.

?¿Pero tiene otras propiedades, no? ?se le pregunta, tomando en cuenta que ha vivido en su penthouse de Polanco.

?Ah, claro; pero no, por favorcito, no empieces a preguntar de eso.

En su casa manda.

Y obedecen.

?¿Cuánto tiempo tarda en maquillarse?

?Si me preguntas eso ?advierte? te voy a contestar una grosería.

Luego pretende dar una cátedra de periodismo y presume que sus padres fueron dueños de diarios en el sureste del país. Rememora, sin venir a cuento, su parentesco con la poeta y escritora Rosario Castellanos, ya fallecida, y se muestra seria.

Baja la voz cuando recuerda el momento que la cambiaron de oficina en el Senado. Se aguantó el coraje. ?Lo pensé?, acepta. ?Es raro que yo piense las cosas, porque yo soy totalmente impulsiva... Dije: no, quédense con su oficina?.

Siempre ha sido impulsiva, asegura, y ?creo que hasta ahorita no he encontrado a nadie que, siquiera mentalmente, me pueda dominar... Yo escucho razones. No crea que soy una salvaje. Lo que no soporto es el silencio, como el de Cárdenas?.

?¿Cuándo usted ruge, todos reculan?

?No todos. Los inteligentes, no. Yo hablo fuerte. Las senadoras priístas me dicen: ?Estuvo muy bien, pero no se enoje?. Yo les digo: ?No me enojo; lo que pasa, mamacitas, es que ustedes hablan y no las escuchan esta bola de majaderos?.

Es la legisladora independiente Irma Serrano Castro, quien es vista de reojo y entre cuchicheos, a veces, por sus compañeros. Hace poco hizo saltar de los asientos a sus colegas, una vez más, cuando en una sesión pronunció desde la tribuna una palabra que cayó como mazo en el salón de sesiones.

?Mire ?le dijo al presidente de la mesa directiva?, tanto coraje me hizo usted pasar que ya se me fue la voz. No tengo más que dos alternativas: o despedirme de esta Honorable Cámara de Senadores madreándomelo, sí señor, y así se me vengan todos encima...

El problema, explicaría, es que no le hacía caso Dionisio Pérez Jácome, quien dirigía la sesión, y, ya desinflamadas sus sienes del disgusto, se despidió al terminar su intervención con un ?muchísimas gracias y espero que para la próxima, señor, me ponga en primer lugar?.

?¿A usted le temen o la respetan??se le pregunta ahora.

?Esa contestación ?dice, después de una larga pausa? me la debería dar usted... Yo creo que es una mezcla, ¿no? Creo que me quieren... Las mujeres, me quieren.

?En el Senado algunos callan, otros sonríen...

?Si sonríen los agarro de los pelos. Porque de lo que dice un senador nadie se debe reír. Pueden estar o no de acuerdo... Claro, a veces me pongo de chistosa.



***

Su aposento está en el segundo piso de la residencia, ubicada en Lomas de Chapultepec. La asedian seis perros de la raza york shaire terris. Los pequeños animales, algunos con tupé que cubren sus ojos, se mueven inquietos sobre tapetes y alfombras. Rascan. Husmean. No dejan de ladrar. ?La Tigresa?, a quien no le molesta el apodo, dicta órdenes a dos sirvientes jóvenes. Permanecen cerca de ella. Acuden rápido a su llamado.

Abajo, en la entrada, dos trabajadores vacían un carro de terraplén traído del Ajusco. Es tierra negra que distribuyen en los tallos de árboles que forman el jardín. Frente a la casa de la legisladora, a decir de ella, vive Patrocinio González Blanco Garrido, su paisano chiapaneco, de quien asegura que, siendo secretario de Gobernación, prohibió la distribución de su libro ?Una loca en la polaca?.

Uno de sus ayudantes menciona el precio del terraplén que servirá de abono a las plantas. También le transmite una petición de los trabajadores: ?Quieren para los refrescos?. Ella pregunta que si le ayudaron en algo. Él contesta que ?nomás echaron la tierra?. Ella hurga y voltea su bolso, del que sale una moneda de diez pesos. Se extravía en los pliegues del sofá-cama. La busca. La encuentra.

?¿Tú no tienes que me prestes? Diles que no tengo cambio, que para el otro viaje les doy el doble.?

Se incorpora del diván, auxiliada por su secretario, e informa que se cambiará de ropa. Más tarde sale vestida de negro, blusa y pantalones entallados. Entonces, lista, se inicia la sesión fotográfica. Posa. Sonríe. Desciende al segundo piso, también rebosante de antigüedades, y mientras camina, en medio de la penumbra, platica sobre el próximo libro, que ?está en proceso?, y revela: ?Es sobre la vida personal de todos los que viven de la política, entre ellos algunos banqueros. Con documentos. Lo peor del mundo. Son los jinetes del apocalipsis, nopal de pendejadas mexicanas. No dejo monos sin cabeza.?

En la alfombra del primer piso, también atiborrado de antigüedades, se encuentra un busto del ex presidente Gustavo Díaz Ordaz. El secretario de la senadora se apresta a decir que la figura está ahí momentáneamente, pero que ?tiene su lugar? especial.

La ?Diosa Conesha?, que es un niño con trompa de elefante, resguarda la entrada a su residencia.

?Dame; dame-dame y no me niegues? reza en son de cotorreo, y le frota la panza al híbrido botijón.

Y roza con sus largos dedos un amuleto, que ella le llama ?paimont? y que a su decir significan ?diablos mayores?, al mismo tiempo que escucha una pregunta: ?¿Cuántos años tiene, senadora?

?Todos, pero qué bien llevados, ¿no?



***

Cuando se le pregunta cómo entró a la política, la ex cantante y actriz ??La Martina? y ?Naná?? responde: se supone que yo fui educada para las letras. Estudié filosofía, letras, abogacía. Me doctoré también en derecho penal aquí en la UNAM, donde daba clases Challito, mi prima...

?¿Quién la ayuda a ser senadora?

?Nadie. Me rompí, para que no suene feo, la madre; nunca en Chiapas había existido la oposición. Los del partido ferrocarrilero me vinieron a hablar, porque se publicó que yo quería dedicarme a la política. También llegaron los del PARM. Unos a otros se decían esquiroles del PRI.

El PFCRN, recuerda, ?agarró mucho auge? con ella, y fue durante su militancia en esa organización cuando sufrió ?las mayores tropelías? y se cambió a media campaña al PRD. ?Patrocinio quería exterminarme, porque nadie había llegado como candidato de la oposición a Chiapas?, asegura.

?¿González Garrido le tenía odio?

?No creo que odio personal, porque no me conocía. Era como decir: ?Alguien se está atreviendo a retarme?.

?¿Y no se han visto aquí enfrente?

?Pues sí, a veces salgo yo, a veces él... ?dice y sigue ladrando uno de los perritos.

Fue entonces cuando germinó en ella el odio hacia Porfirio Muñoz Ledo, a quien tacha de ?trácala?, pues asegura que el ex perredista defraudó a indígenas chiapanecos que deseaban verlo.

Continúa maquillándose. Va dejando atrás las fachas.

Los perros ladran. Husmean a su alrededor. El sirviente está atento a lo que se ofrezca. Una recámara de apariencia antigua, cortinas con flecos que cuelgan sobre la cama, llama la atención. La envuelve el tono dorado.

?Ya ve que se publicó que era de Carlota; ¡cuál, la compró en la Lagunilla! ?comenta su secretario.

Trata de incorporarse del sillón reclinable. El fotógrafo se pone de pie para auxiliarla. Ella sospecha que le va a tomar fotos y anticipa: ?¡No! ¡No...! Ni se le vaya a ocurrir... Ahoritita me voy a poner bella.?

Se levanta. Pasa un rato fuera de la vista. Sale a la claridad. Habla de su apoyo a Cárdenas. Cree en su honestidad y en que ?es un hombre sencillo y humilde... ¡Lo más malo que tiene el ingeniero es que no contesta! ¡No habla! ¡No ataca!?.

?¿Usted fue perredista, cuauhtemista...?

?¡No! ¡Siempre fui cuauhtemista! El padre de Cuauhtémoc fue mi padrino. Por eso, yo sin decirle nada, estaba necia de entrar a su partido.

?Luego cambió de bando y se fue con Madrazo.

?¡No me fui a ningún bando! ¡Dije que me gustaba Madrazo! Entre Madrazo y Labastida, prefiero a Madrazo. Fue un comentario.

En ese momento el mozo avisa que ya llegó ?el señor de los perros? y le informa que lo invitará a subir; pero ella le dice que es mejor bajar el animal. ?Dile ?le ordena enfadada? que está triste; no sé si son los bronquios o la barriga. Que te dé la receta...?.

Vuelve la plática.

?Ahora usted habla de su simpatía por Fox.

?Sí, pero no me he decidido. Yo hice reuniones con las mujeres. Ellas quieren ver a Fox. Yo le dejé ese recado a Fox. No es Irma Serrano. ¿Para qué quiere un voto? De todos modos yo siempre votaré por el ingeniero.

?¿Entonces usted no ha dado bandazos?

?Que yo sepa, no; yo nunca doy bandazos. Ahora, de que gane Labastida a que gane Fox, que gane Fox, aunque nos lleve el tren. Mil veces.

?¿Cuál ha sido su desempeño en el Senado?

?Hablo, doy mi opinión. Los panistas, por lo general, siempre toman en cuenta mi opinión ?asegura, en medio de los ladridos de uno de los animalitos que se enreda en los pies del visitante? porque a mí me rige más el sentido común que las leyes. Creo que he hecho muy buen papel.

?¿Cómo se define, senadora?

?Una mujer solitaria que no piensa en romance ni piensa en ?eso?. Pienso en cómo salir del atascadero que tiene mi mente. Por una parte me siento comprometida. No quiero aparecer como una traidora. Me siento mexicana y digo: hay que irse a la cargada, no porque espere algo de Fox. Yo se los he dicho: no quiero nada de su partido ni pertenecer a él.

?¿Qué será de Irma Serrano después del Senado?

?Arreglar la parte de arriba del teatro. Formaré un partido de las mujeres. Entonces, dentro de tres años, tendré voz y voto para poner diputados. Lo que se me pegue la gana. Son 400 mil mujeres. Con credenciales y todo. Las llevé a las oficinas del ingeniero, quien todo lo apunta...

Ella, quien narra que desde chamaca le pusieron apodos relacionados con felinos, empezando por ?La Tigresa?, acepta que llama la atención con su indumentaria, pero no le preocupa.

?Sí, soy extravagante. ¿Esperaban que llegue con un chongo de maestra de escuela antigua? ¿O ?ironiza con el habla pausada y gesticula? que cambie el tono de voz? Mujeres de todas clases sociales se detienen para decirme: ?La respetamos, la apoyamos?. Me importa que comprendan mi lucha. Para algo nací, y no precisamente para cantar ?La Martina?. ¡No se me ha regalado nada!? ?¿Entonces sí ha luchado por lo que tiene?

?Sí. Con mi dinero, con mi persona, con mi vida, que me la he jugado. Ahora tengo que hacer otra cosa antes de estirar mi pata.

?¿Y a qué le teme? A mi bocota, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, pero es un miedo muy relativo. Como que una vocecita me dice que no correré mucho peligro.

?¿Entonces no ha sentido miedo, pavor?

?No. Reacciono con ira, coraje y rabia. Eso me sostiene. El único momento que me entró la melancolía fue cuando traté de abrir los ojos, con aquel dolor intenso, el día que me secuestraron. Dije: ¡ya me dejaron ciega! No pensé cómo iba a vivir, sino cómo me iba a vengar. Mi vida es lo de menos, porque agarro una matona y pácatelas: me mando al otro mundo.



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