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La vida, como una montaña

Carlos Sánchez Rangely Lidia Sánchez Godínez| El Universal
Sábado 06 de agosto de 2011
La vida, como una montaa

DETERMINACIÓN. La cualidad que ha llevado Wheelock a escalar las cumbres más difíciles.. (Foto: JUAN BOITES EL UNIVERSAL )


carlos.sanchez@eluniversal.com.mx

Karla Wheelock, la primera mujer latinoamericana en subir a la cúspide del Everest por su camino más difícil (norte) se reconoce como consecuencia de “La Montaña”. “Ella te quita la careta, la venda de los ojos, no es difícil leer a una persona, conocerla, en la montaña”. Escalar —reflexiona— te sirve para sobrevivir, pero también para ser una persona mejor.

En uno de sus ascensos, al monte Vinson (Antártida), cuenta que “anhelaba llegar hasta la cima y contemplar, como lo he hecho en otras ocasiones, el paisaje que domina la montaña. Pero llegué y las nubes y la neblina no permitieron vislumbrar nada. Todo era blancura y me sentí decepcionada, desconcertada. Entonces saqué de mi bolsillo una foto de mi hija y la contemplé, entendí que había llegado tan lejos para ella”. Un par de veces durante la entrevista, el celular de Karla comienza a sonar y ella sonríe. “Son mis niñas...”, dice, con una alegría que no puede ocultar. Es madre de dos pequeñas, de siete y nueve años de edad.

Esta mexicana, la primera en conquistar la cima del monte Cho-Oyu sin oxígeno artificial (sexta más alta del mundo), y también la primera iberoamericana en lograr el Grand Slam del alpinismo (conquistar la cumbre más alta de todos los continentes) se define a sí misma como “madre, mujer, cabeza de familia, empresaria... conferencista a quien le gustan mucho las montañas”.

Para Wheelock, ser mamá y alpinista no es una condena, sino un reto más del cual ha aprendido y salido exitosa. “Jamás dudé que lo mío era el alpinismo. Hubo, sin embargo, un momento en que me cuestioné sobre si debía tomar parte en una expedición. Cuando, luego de nueve meses de haber dado a luz a mi primera hija, debía partir para un viaje de mes y medio, dejando a mi bebé, que tenía menos de un año, bajo el cuidado de otra persona. Imagino que lo sufrí mucho más que ella, pero no dudé jamás sobre mi decisión porque esa excursión ya la tenía planeada, y como madre preferí explicarle a mi hija que los compromisos se llevan a cabo; no me imagino dándole esa lección si yo hubiera hecho de lado aquel viaje”.

Cuando niña, Karla solía jugar subiéndose a los árboles y techos de las casas en su natal Saltillo, Coahuila. Desde los 6 años comenzó con los primeros pasos de lo que más tarde se convertiría en un gran proyecto de vida. Su niñez la recuerda con mucho cariño. La joven de ojos azules, en su adolescencia, llena de conocidos y escasos amigos, disfrutaba de lo que para muchos no era normal: le encantaba la idea de poder darle “la vuelta al mundo”. “De alguna manera siempre fui distinta, no encajaba mucho con lo convencional… era una chica tremenda”.

A los 18 años Wheelock escaló el Popocatépetl. “Fue como amor a primera vista, desde que lo vi, que quería subir esa cima”. Ahí tuvo la certeza de que escalar era para lo que estaba hecha. “Me sentía ansiosa por subirlo, pero cuando llegamos a la base del volcán y lo vi en toda su inmensidad, tuve mucho miedo. ‘Desde el Periférico se ve mas chico’, pensé”.

Sus inicios no fueron fáciles. “Al principio no querían mucho que yo participara en un deporte que era considerado para varones y muchos pensaban que era una broma o que tenía que cuidarme, pero poco a poco se fueron abriendo las puertas; hubo compañeros que me ayudaron, me enseñaron y me dieron la oportunidad de seguir para formar parte de sus equipos que escalaban montañas”.

En 1999 decidió formar una familia. Del matrimonio nacen sus dos “grandes y más importantes montañas en la vida”: sus hijas. Además de las dificultades personales, Wheelock considera que “el miedo es una dificultad que siempre está allí pero tienes que aprender a sobrellevarlo y a vivir con ello”. “Todas las decepciones que he tenido han resultado grandes enseñanzas que al final se agradecen”, añade con firmeza.

Para Karla la familia significa “la fuerza, la formación, el núcleo que te permite ser quien eres y donde aprendiste a hacer lo que eres, donde se encuentra la esencia de todos los valores”. Única mujer en su familia, la mediana entre dos hermanos, reconoce todo aquello que recibió de su padre, pero afirma que la formación principal la obtuvo, por completo, de su madre.

“La paternidad responsable es básica, muy importante, y cuando no existe esa imagen sobreviene un desequilibrio. Se tiene que responder a esa responsabilidad con los hijos afectivamente y de todas las maneras”, reflexiona esta madre alpinista.

En su camino la acompañan sus hijas Valeria y Regina con las que comparte mucho tiempo, en el cual ven películas, pasean en bicicleta, disfrutan la naturaleza; escuchan música clásica, celta, a Eric Clapton, Phil Collins y leen acerca de civilizaciones antiguas, antropología, astronomía y sobre los lugares que Karla ha visitado.

Su más reciente logro es la publicación de su segundo libro, Las Siete Cumbres, en el cual relata sus vivencias a lo largo de una travesía que la llevó desde el Aconcagua, en Argentina, hasta el Kilimanjaro en Asia, pasando por el monte Elbrus, en Rusia. La autora, fiel creyente en Dios, anima a sus lectores a alcanzar la cima de su propia montaña.

Ahora que el alpinismo de alto desempeño ha terminado para Karla Wheelock, asegura que no es una vida hogareña lo que sigue. La espera un proyecto con la Universidad de Wharton, en Nueva York y a finales de este año una nueva travesía por el frío de la Antártica, en lo que será un reto más para esta alpinista que, digan lo que digan, es mamá de tiempo completo.



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