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“Good Bye” George W. Bush

J. Jaime Hernández Corresponsal| El Universal
Miércoles 21 de enero de 2009

WASHINGTON.— Estados Unidos estaba ayer de fiesta. Además de Washington, epicentro de los festejos por el ascenso a la Presidencia de Barack Obama, en todo el país la gente se reunió para atestiguar el cambio de página en la historia de EU.

En Nueva York, miles observaron el acto en vivo en una enorme pantalla en Times Square, a la vez que en el Freedom Center de Cincinnati, un museo que celebra el fin de la esclavitud, 300 personas atestaron un teatro para ver la cobertura de la inauguración en una pantalla gigante.

No todo fue felicidad ayer; durante la toma de posesión también hubo un momento de tensión: “¡Boooooooo!”. El largo y sonoro abucheo del pueblo acompañó en su último día como presidente de EU a George W. Bush. Su imagen, durante la toma de posesión se convirtió en motivo de burla y escarnio entre los cientos de miles de asistentes que ayer celebraron el fin de la era Bush y el ascenso al poder de Obama.

“Cómo me gustaría estar cerca de Bush y tener un zapato a la mano”, bromeó Thomas R., un joven que viajó desde Chicago. No muy lejos de él, un grupo de espontáneos tarareaban el tono de: “Nah nah nah nah, hey hey, good-bye”, mientras la imagen de Bush y su vicepresidente, Dick Cheney, reaparecerían en las pantallas gigantescas que transmitían en directo la humillante caída de los viejos dioses.

Por un momento el acto se convirtió en juicio y triste despedida para un presidente que ha terminado su mandato con los peores índices de aceptación (22%) en la historia de Estados Unidos. El repudio contra Bush, que compareció con aire humilde y comedido, habría ganado en fuerza, de no ser por la oportuna intervención de Barack Obama:

“Quiero dar las gracias al presidente Bush por su servicio a nuestra nación, así como por la generosidad y la cooperación de las que ha hecho gala a lo largo de esta transición”, dijo el nuevo presidente Obama en un tono conciliatorio que consiguió atemperar los ánimos.

En cualquier caso, el desfile de todos y cada uno de los líderes, representantes y personalidades que acudieron a la ceremonia de juramentación de Obama se convirtió en un excepcional termómetro de popularidad.

Las imágenes del vicepresidente; del senador por Massachusetts, Ted Kennedy, del ex presidente James Carter y de Al Gore, Premio Nobel y vicepresidente durante la administración Clinton, fueron festejadas casi con el mismo entusiasmo que el arribo de estrellas como Bruce Springsteen, Ophra Winfrey, Spike Lee y hasta Colin Powell, el republicano de más peso e influencia que decidió apostar por Obama en la recta final de la campaña por la Presidencia.

El suplicio para Bush, en el último día de su Presidencia terminó en punto de las 14:00 horas cuando el avión presidencial Air Force One —bautizado para la ocasión como “Special Air Mision 28000”—, partió en dirección a su rancho de Crawford, en Texas. Según la versión de su hoy ex portavoz, Dana Perino, el presidente Bush “se encontraba con aire alegre y optimista” al momento de su partida.

En tanto, la euforia se prolongó durante el desfile en honor a la investidura de Obama, quien desafiando todas las medidas de seguridad descendió de la limusina y caminó unos 200 metros a lo largo de la avenida Pennsylvania. Después subió a su auto pero volvió a descender, pasando por delante de la Casa Blanca y el parque Lafayette. Obama, acompañado por su esposa, Michelle, estuvo rodeado en todo momento por agentes del servicio secreto, que le indicaron hacia dónde debía caminar. Por los tejados eran visibles agentes apostados con rifles de precisión para combatir de manera inmediata cualquier amenaza.

Los helicópteros comenzaron pronto a sobrevolar la ciudad, los vehículos policiales circulaban continuamente y sus sirenas se oían por todos los rincones. Algunas calles fueron cortadas con vallas altas incluso para peatones, lo que hizo que muchos visitantes o incluso locales se mostraran desorientados, como si la ciudad de repente presentara una cara desconocida.

Los visitantes eran obligados a dejar en un cesto sus botellas de agua, jugo o cualquier otra bebida que llevaran consigo. Sin embargo, nadie protestaba, esperando poder pasar las revisiones obligatorias y llegar a tiempo para la cita con la historia. (Con información de agencias)



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