EMILIO AZCÁRRAGA MILMO, BIOGRAFIA
El empresario, hombre de contrastes
Como jefe, Azcárraga era en muchos sentidos el clásico señor feudal, el patrón; déspota y generoso al mismo tiempo. Pero estos rasgos tradicionales de los empresarios mexicanos adoptaban formas extremas en la personalidad y las acciones de Azcárraga, debido a su carácter voluble y caprichoso. Envió a algunos empleados al exilio permanente, como fue el caso del conductor convertido en ejecutivo, Juan López Moctezuma, e incluso el de su querida Lucía Méndez, pero normalmente no guardaba rencor. Un día podía decir que no quería volver a ver a alguna actriz y ésta desaparecía de Televisa, pero en menos de un año, la misma podía reaparecer como heroína en alguna de sus novelas. Era leal hasta con sus empleados más humildes, especialmente los de mayor antigüedad en la empresa. Pagaba sus cuentas de hospital o las de sus familiares e incluso los enviaba a Houston a recibir tratamiento médico, sin jamás hacer alarde de ello. Pero cuando se enojaba, era capaz de despedir a cualquier empleado sin pensarlo dos veces. Es posible que Emilio viera en Silvia un eco de Gina. Algunos decían que ambas se parecían físicamente y el apodo que le puso Emilio a Silvia era el mismo que había puesto a su esposa: Pato . Parecían hechos el uno para el otro; los dos tenían buen sentido del humor, eran muy alegres y poseían fuertes personalidades. La Pinal dependía de Emilio o de su padre mucho menos que sus otras conquistas, ya que su carrera se había construido en gran medida en el cine, aunque con frecuencia aparecía en programas de TSM. Cuando Emilio intentaba comportarse como macho, Silvia no se lo aguantaba. ?Oye, mujer, ponte unos discos ¿no??, le habría dicho una tarde que descansaban juntos, a lo que ella reviró: ?No soy tu criada, ¡ponlos tú!?. ?¿Para eso te pago tanto??, reclamó Azcárraga, ?¿pa´que traigas el gáfete en los huevos??. Se hizo un silencio aterrador. El Tigre había rugido. Pero el empleado pudo musitar una respuesta. Llevando su mano a la garganta, exclamó: ?No, señor, ésos los traigo aquí?. Azcárraga soltó tremenda carcajada, una de esas amplias y sonoras carcajadas suyas que le eran características. Nerviosos, sus empleados empezaron a reír entre dientes. Cuando el elevador llegó a su piso, Azcárraga se quitó su Rolex y se lo dio al trabajador. ?Lo mereces, cabrón?, dijo, y salió por las puertas. Azcárraga Vidaurreta había optado por dividir sus acciones en TSM, dando a su hijas Laura y Carmela partes iguales a las de Emilio. Emilio ya tenía una participación en TSM, databa de 1955, pero sus acciones totales no superaban las de su hermana mayor, ya que Laura había heredado las acciones de su difunto esposo, Fernando Diez Barroso. Azcárraga Milmo dependería de la buena voluntad de sus hermanas, sobre todo de Laura, para retener el control de la compañía. Quizás al principio ese no fue gran motivo de preocupación para él, con su madre aún viva. Uno de los últimos deseos de don Emilio había sido que doña Laura tuviera un lugar en la mesa directiva, y ella siendo de un carácter firme estaría segura de mantener la unión familiar. Pero durante el cuarto de siglo que siguió, las relaciones entre Emilio y sus hermanas se harían cada vez más difíciles, hasta llegar al punto de ejercer una gran presión sobre su liderazgo y su salud. En esa misma gira, en Rusia, no le quisieron cambiar un cheque de viajero por mil dólares. Azcárraga le dijo entonces a un reportero, León Roberto García, ?oye préstame 400 dólares?. El reportero se los prestó y a Azcárraga se le olvidó pagárselos. Con mucha pena, unos días más tarde, el reportero le dijo que necesitaba el dinero. Azcárraga, a su vez apenado, sacó uno de los cheques de mil dólares de su maletita negra de piel y se lo firmó, sin esperar el cambio. Así, poco a poco. Azcárraga comenzó a tejer finamente su compleja red de relaciones. Su telar no era sencillo ni monocromo; no sólo iba del empresario a la cúpula política y viceversa, sino que se extendía a diversos grupos y sus cúpulas, incluyendo la eclesiástica y la académica. Azcárraga enrollaba y desenrollaba madejas según su conveniencia, teniendo siempre, los hilos en la mano. El santuario sustituto había sido proyectado por cuatro arquitectos, encabezados por Pedro Ramírez Vázquez, viejo conocido de Azcárraga, quien años antes había diseñado el estadio Azteca. Su costo inicial, estimaron, sería de 12 millones de dólares. Schulenburg, quien había sido nombrado abad de la Basílica desde 1963, necesitaba del empuje de Azcárraga para poder promover la construcción. El abad conocía a este joven empresario de tiempo atrás y sabía de su poder de convencimiento. La primera vez que se encontraron fue cuando coincidieron en una comida ofrecida por el arzobispo de México a los hijos de prominentes empresarios. En ese entonces, Schulenburg era rector del Seminario Diocesano de México y también presidente de la Organización de Seminarios de América Latina y le había impresionado gratamente la presencia del joven Azcárraga. La segunda vez que se vieron, Schulenburg había pedido a Azcárraga Vidaurreta que transmitiera una misa especial del papa Paulo VI, con motivo del 75 aniversario de la coronación de la Virgen de Guadalupe. Emilio Azcárraga Vidaurreta puso a su hijo y a Miguel Alemán Velasco a cargo de esa transmisión. A Azcárraga le gustaban las mujeres decididas. Pocas eran tan decididas como Lucía Méndez y pocas también podían atraer su atención. Lucía había sido recién nombrada por ?El Heraldo de México? como ?El Rostro del Año?. Puesto que la primera impresión cuenta mucho, su confrontación inicial con el patrón tal vez se convirtió en una bendición. Más o menos un año después, Azcárraga la llamó a sus oficinas y le dijo que le gustaba su trabajo. Ella tenía las cualidades, según él, para convertirse en un nuevo tipo de heroína. ?Debes hacer personajes no de la princesita del cuento, en el clásico melodrama, sino personajes fuertes, personajes que dejan un sello, personajes que marquen un rompimiento de esquemas?, le dijo. Se proponía darle varios papeles y promover su versatilidad en el mercado. Como intérprete versátil, le aseguró, llegaría a ser una estrella de talla internacional. Tras su salida, Emilio compartió, discretamente, su desprecio por la forma de gobernar de De la Madrid. En la boda de su hija Sandra con Jorge Poo Domínguez, comentó a algunos de los asistentes a la ceremonia en la Hacienda de la Galvia en el estado de México: ?En este país no se puede vivir?. Y así, tras el altercado con Bartlett y percibiendo el mal ánimo en su contra, Azcárraga estalló y dijo a Alemán, su socio: ?Yo ya me voy, tú y Rómulo lidien con este gobierno?. Más tarde, Alemán negó a ?Proceso? ?una revista que Azcárraga despreciaba profundamente? que Emilio hubiese tenido dificultad alguna con Bartlett. Su declaración era parte de la estrategia de la nueva presidencia de Televisa, que intentaba reconstruir puentes hacia el gobierno. También desmintió que ?se le hubiera pedido a Emilio que abandonara el país?. Una verdad a medias porque aunque Azcárraga se fue por su propia voluntad y no por una orden del presidente o del secretario de Gobernación, había sido orillado a hacerlo. Era una medida simbólica, pero necesaria para calmar al gobierno. El más severo de los tres ataques ocurrió en 1983. Tuvo suerte de sobrevivir. Fue llevado de emergencia al Hospital Humana al sur de la ciudad (hoy el Hospital Angeles), donde por suerte, un doctor había regresado recientemente de Inglaterra con muestras de un nuevo suero que únicamente se había aplicado en pruebas médicas. El doctor José Roberto Monroy, presuntamente, aplicó el medicamento para desbloquear la arteria de Azcárraga y disolver así el coágulo que bloqueaba su circulación. En agradecimiento por haberle salvado la vida, Azcárraga nombró a Monroy como su médico personal y a partir de esa ocasión, lo llevó consigo a todos los viajes que realizó posteriormente, incluso acompañándolo a sus chequeos generales en Los Angeles en donde se concentraban todos sus médicos. El tercer ataque fue en Los Angeles a fines de 1986, mientras jugaba tenis. Fue un infarto mucho menor que al anterior, pero el episodio lo convenció de que había hecho lo correcto al mudarse a Estados Unidos. El presidente Salinas enfureció. ¿Cómo era posible que Televisa le diera espacio a una entrevista con este delincuente? Salinas estaba seguro de que ?La Quina? había sido el autor intelectual y el patrocinador del libelo ¿Un asesino en la presidencia?, que empezó a circular en el otoño de 1986, durante la precampaña a la Presidencia. En él se revivía la historia de unos niños, incluido el entonces presidente y su hermano Raúl, que jugando con una escopeta habían asesinado a una empleada en la casa de la familia Salinas de Gortari; aparentemente Carlos Salinas había sido responsable. Esa misma tarde, Ochoa salió de Televisa de un zarpazo. Al día siguiente, sábado, Azcárraga descendió de su Mercedes Benz azul y en lugar de dirigirse a su oficina, fue al estudio contiguo al de ECO. Ahí, ante todos los conductores de noticias de la empresa que reportaban a Zabludovsky, rugió: ?Pensaba que lo había visto todo hasta ayer en la mañana. Guillermo Ochoa, una de las personas que creía más confiables en esta empresa, ha cometido un error. Por esto el señor Ochoa y parte de su equipo han quedado fuera de Televisa. Las horas que éste ocupaba, las cubriría, de momento, Ricardo Rocha y Abraham Zabludovsky?. Azcárraga hizo una pausa, miró a los reporteros y advirtió: ?Nadie puede pasar por encima de la autoridad del director de ECO. Nadie. Y el director de ECO es Jacobo Zabludovsky?. Hubo un silencio total y Azcárraga remató: ?Este es el asunto más importante que ha sucedido en el país en muchos años; se habían dictado medidas claras al respecto ¡y aparece ?La Quina? 40 minutos al aire! Desde hoy nadie puede aparecer más de cinco minutos en un mismo programa?. Terminó la junta y los asistentes se grabaron muy bien el mensaje: no se podía desobedecer a Zabludovsky y había que tener cuidado con cualquier muestra de iniciativa periodística. ?Esta es una compañía de comunicaciones, ¿cómo esperas que la gente se comunique si sus celulares están apagados? Estás despedido?. Era evidente para todos, menos para la Abascal, que ella tenía cero aptitudes como actriz. A finales de 1991, Azcárraga pensó que la joven podría probar suerte en el área de producción y la hizo directora de novelas históricas, bajo Ernesto Alonso. Tanto Alonso como O?Farrill trataron de dejar a Abascal a sus propios recursos. No tenía ningún entrenamiento, sólo un ejemplar del manual de producción de Galina. Estaban seguros que el patrón se daría cuenta de que darle tanta responsabilidad era un error. Pero Abascal aprendió a presionar: ?Si yo no tengo equis, hablo con Emilio; si tu no lo haces, hablo con Emilio?. Cuando se equivocaba culpaba a O?Farrill, pero tal vez no lo hacía con maldad sino porque veía que O?Farrill era el chivo expiatorio de todos y ella sólo siguió la corriente. Quizás Azcárraga la había nombrado productora ?sin darle un equipo fuerte de apoyo? precisamente para incomodar a O?Farrill. Si O?Farrill se hartaba entonces renunciaría, y le evitaría a Azcárraga tener que pagarle una sustancial liquidación si lo tenía que despedir. De cualquier forma, el 6 de marzo de 1992, Víctor Hugo fue a ver a Emilio. Cuando salió de la reunión, ya no pertenecía a Televisa.
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Por esas mismas fechas, Emilio sostuvo una tormentosa pero significativa relación con Silvia Pinal. Silvia, uno de los talentos más grandes del cine mexicano; había ganado tres Arieles en la década de los 50: uno por Un rincón cerca del cielo (1952), otro por Locura pasional (1955) y el tercero por La dulce enemiga (1956). Fue precisamente en la época de la segunda de estas películas que comenzó el romance entre la rubia actriz y el apuesto y joven ejecutivo.
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Azcárraga Milmo ya había mejorado el concepto que tenía de sí mismo. El 21 de febrero de 1968, su esposa Nadine dio a luz a un hijo. Por diez años, Emilio había tenido sólo hijas: una con Gina, que había muerto al nacer; tres con Pamella y una con Nadine. Había deseado desesperadamente un hijo y a menudo lo comentaba con sus amigos. Ahora, por fin, tenía la pieza que le hacía falta en su gran diseño; ahora, por fin, con un heredero, podía ser monarca en el mundo de los negocios. Tal como su padre había hecho antes que él, Emilio llamó a su hijo Emilio, pero en un atrevido e inusual despliegue de independencia, no siguió la tradición de pedir a su padre que fuera el padrino. En su lugar, cedió el honor al amigo que había llegado a ser como un hermano mayor para él. Guillermo Cañedo. La decisión provocó un escándalo familiar y probablemente, alimentó la de por sí tensa relación con su padre.
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Un día en Televicentro, Azcárraga entró en un elevador en el que viajaban algunos de sus técnicos, enfundados en sus chamarras amarillas. Inmediatamente notó que uno de los hombres no llevaba el gáfete prendido al bolsillo de su uniforme, sino colgado de su cinturón.
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Sólo se puede tratar de adivinar la mezcla de fuertes emociones que deben haber habitado el corazón de Azcárraga Milmo, tanto en ese momento como en los meses posteriores: pesar por la muerte de un padre, arrepentimiento porque su relación no hubiera sido la mejor, pena por su madre pues había perdido al gran amor de su vida, dolor compartido con los empleados del TSM por la desaparición de su líder, alivio de que el hombre que había sido su maestro más estricto y su enemigo más implacable no estaba más en la posición de castigarlo y humillarlo delante de otros, y emoción ante la perspectiva de ser capaz de salir de una vez y para siempre de la sombra de su padre.
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Durante la visita presidencial a China y a Rusia en 1973, que por cierto Televisa transmitió vía satélite, Azcárraga, quien viajaba en la comitiva, solía invitar a todos los representantes de los medios que iban en la comitiva a cenar en los mejores restaurantes de la ciudad donde estuvieran. Siempre pagando en efectivo.
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Cuando Guillermo Schulenburg buscó a Emilio Azcárraga Milmo en 1974 para que lo ayudara en su proyecto, el abad de la Basílica de la Virgen de Guadalupe, sabía que El Tigre era el mejor aliado con el que podía contar. Las peregrinaciones a la Basílica crecían anualmente; a mediados de los 70, llegaban a alcanzar hasta 40 mil peregrinos que viajaban de todos los rincones del país a visitar a la Virgen de Guadalupe en su santo, el 12 de diciembre. La vieja Basílica ya no podía dar cabida a tantos fieles, se estaba hundiendo, y era urgente la construcción de una nueva más, amplia y más moderna.
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En 1974, a una joven actriz se la hacía tarde para llegar a trabajar a las instalaciones de San Angel. A las puertas del estudio se topó con un hombre en una gran motocicleta, quien estaba bloqueando el camino de su automóvil; llevaba un casco azul. El hombre parecía no tener prisa y conversaba con los guardias al tiempo que revisaba unos papeles. La joven empezó a tocar el claxon urgiéndolo a apresurarse. El motociclista la miró y siguió charlando con los guardias. La actriz volvió a pitar, pero sin éxito. Finalmente el hombre se movió. Como bólido, la joven estacionó el auto y corrió hacia el estudio; de pronto, fue frenada por un hombre alto y robusto que llevaba en sus manos un casco azul. ?¡Mucha prisa! ¿No??, tronó la voz de Emilio Azcárraga. Con el corazón en la garganta, la joven Lucía Méndez no supo hacia dónde mirar.
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Azcárraga, quien odiaba la política y, sobre todo, mezclarse con los políticos, no estaba de acuerdo en cómo De la Madrid estaba manejando al país. No tenía una mala relación con el entonces presidente, pero parecía frustrado con el escenario político de México; principalmente la descarada corrupción, que obstaculizaba sus planes de levantar su negocio en su patria y con frecuencia se le oía decir que mejor se iba a Estados Unidos, donde sí había respeto por la propiedad privada, por el sector privado.
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Otro rumor sobre su mudanza a Estados Unidos fue motivado en parte por su salud. El rumor resultó cierto, según se confirmó más tarde, cuando Emilio se confió a algunos de sus amigos más cercanos. A principios y mediados de los ochenta. Azcárraga sufrió tres infartos; en uno de ellos, su entonces compañera Paula Cussi tuvo que practicarle resucitación cardiopulmonar. Desde entonces, siempre viajó por aire, tierra o mar con un tanque de oxígeno a la mano.
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La información referente a ?La Quina? tenía que ser autorizada por Jacobo Zabludovsky o por Emilio Diez Barroso, vicepresidente de ECO y de Noticias y Eventos Especiales, respectivamente, Guillermo Ochoa transmitió una versión casi íntegra ?40 minutos? de la entrevista con ?La Quina?.
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Como la consentida de Azcárraga, Adriana Abascal pronto aprendió que tenía cierto poder. Uno de sus maestros de actuación era el respetado director Héctor Mendoza, a quien le irritaba el hecho de que el teléfono celular de Adriana sonara con frecuencia durante la clase. Mendoza habló con Nancy Rothman, directora de Star System y le pidió que Adriana mantuviera su celular apagado. Rothman le informó a Abascal sobre la petición del maestro y ella corrió a quejarse con Azcárraga. Este llamó a Mendoza. El encuentro duró menos de un minuto.





