Mariano Azuela, entre ley y religión
Quien diga que conoce al presidente de la Suprema Corte de Justicia dela Nación (SCJN), Mariano Azuela Güitrón, y no conozca a su padre, el abogado Mariano Azuela Rivera, y, en cambio lo relacione más con su abuelo, el escritor y médico Mariano Azuela González, el autor de la novela revolucionaria Los de Abajo , en realidad no lo conoce. Porque para describir al presidente de la Corte, primero hay que hablar de su padre, de Mariano Azuela Rivera, del hombre cuya vida, como diría su hijo, giró en torno a tres ejes: el derecho, el arte y la religión. Y por qué no, "del hilo conductor de su vida, que fue el buen humor que lo acompañó". Porque en torno a esos tres ejes, coinciden quienes lo conocen, se ha movido también la vida del tercer Mariano de la generación Azuela. El presidente de la Corte no da entrevistas. Pero no hace falta entrevistarlo para conocerlo. Es una persona que casi siempre dice lo que piensa. No se puede quedar callado. Por lo menos no tan fácilmente, es muy buen orador. Esas son sus mejores virtudes y, al mismo tiempo sus peores defectos, los cuales suelen meterlo en problemas. "Es un hombre al natural", así como se muestra, así es en realidad, aseguran quienes le rodean de cerca o lo conocen, lo mismo de unos cuantos años a la fecha que desde hace más de una década, pero que piden que no se les cite. El primer eje: la religión Para unos, sus adversarios, Mariano Azuela Güitrón "es un cura al frente de la Corte", para sus amigos, simplemente "un hombre que vive lo que profesa". Como sea, en ambos lados hay una coincidencia, Azuela casi nunca habla de religión, ni se inmiscuye en la de los demás, ni traslada su credo a su profesión. Y la prueba más fehaciente de este último punto fue el voto que emitió en el 2000 a favor de la llamada Ley Robles, condenada por la iglesia católica por permitir el aborto eugenésico. Quizá ese respeto, ese no mezclar la región de su fuero interno con los demás, se lo deba a las amplias disertaciones que tuvieron sobre este tema, a través de un intercambio de cartas, su padre, quien encontró la felicidad en el catolicismo, y su ilustre abuelo, el escritor agnóstico, calificado por los suyos como "el mito diabólico de la familia". Disertaciones que el nieto recopiló en el libro "Azuela vs Azuela", editado por el Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana. En dicho libro el abuelo le dice al padre: "Querer imponer la fe con razonamientos es lo más necio de las religiones". Por eso, y por su discreción, aunque muchos conocen sus creencias, pocos saben que Azuela, el nieto, va a la iglesia casi todos los días, busca los hoteles que tengan capilla, se hospeda en habitaciones sencillas, y desde hace muchos años resultaba común verlo, junto con doña Chelo, su esposa (con quien tiene seis hijas), en algún albergue de corte religioso atendiendo ancianos, cambiándolos, bañándolos, pintando paredes. Azuela Güitrón, dice alguien que lo conoce desde hace casi dos décadas, "es un hombre de buena fe y parte de la buena fe de los demás". Y a esto último atribuyen, quienes son cercanos a él, que haya acudido, en abril de 2004, al desayuno con el presidente Vicente Fox, el entonces secretario de Gobernación, Santiago Creel, y el ex procurador general de la República, Rafael Macedo, a tratar el tema del desafuero del entonces jefe de gobierno del Distrito Federal, Andrés Manuel López Obrador. Pero rechazan tajantemente que en esa reunión haya hecho o dicho algo que afectara su independencia. Para quienes representan otras corrientes de pensamiento más liberales dentro del propio Poder Judicial de la Federación es claro que Azuela es un hombre recto, y que si acudió a dicha reunión fue más bien por su falta de pericia política, que por mala fe, porque él podrá ser todo, menos un estadista. El caso López Obrador, aseguran, se convirtió en su peor traspié y en uno de los actos que más ha dañado a la imagen de los jueces. Y es curioso, porque López Obrador, ese personaje que tal parece no goza de las simpatías del presidente de la Corte, aseguran en el propio tribunal, puede decirse que es muy parecido a Azuela. Los dos viven de manera sencilla, son austeros y son personas de convicciones muy bien definidas y arraigadas, de las cuales difícilmente se mueven. El segundo eje: el derecho Del arte sólo bastará decir que a diferencia de su padre, quien prefirió la literatura y la música, Azuela Güitrón tiene una especial inclinación por el cine y trata de inculcar entre los demás este gusto, sin ningún tipo de censura. Nacido en la ciudad de México hace 70 años, el 1 de abril de 1936, a sus 24 años de edad se graduó como licenciado en la Universidad Nacional Autónoma de México, y se tituló con la tesis "Los grandes temas del Derecho y del Estado a la luz de la Doctrina Pontificia Contemporánea". Después de titularse, al cabo de un par de años, en 1960, bajo el cobijo de su padre, quien era uno de los más connotados ministros de la SCJN, ingresó por primera vez al alto tribunal como secretario auxiliar de estudio y cuenta, es decir como encargado de elaborar proyectos de sentencia. Casi 11 años después, en 1971, a un año de que su padre dejara el cargo de ministro, Azuela Güitrón, salió de la Corte al ser designado magistrado del entonces Tribunal Fiscal de la Federación. Diez años más tarde, ocupó la presidencia de ese tribunal, y dos años después, en 1983, su amigo de escuela, el entonces secretario de Gobernación, Manuel Bartlett Díaz, lo apoyó para que el presidente Miguel de la Madrid lo nombrara ministro de la SCJN. Azuela Güitrón, junto con Juan Díaz Romero, fueron los únicos ministros que sobrevivieron a la reforma de 1994, mediante la cual se modificó y reestructuró al Poder Judicial. Después de dejar en diciembre de 2004 el cargo de ministro, el 28 de enero fue electo por el Senado de la República para un nuevo periodo que culminará hasta el 2009. Fue así que, en enero de 2003, después de 19 años en el cargo, gracias a una negociación con otros ministros, obtuvo la presidencia en una votación cerrada en el Pleno del alto tribunal, en la que incluso tuvo que votar por sí mismo para poder ganar. "Representante" Desde el primer día buscó darle un giro a este cargo. Para empezar pidió que lo dejaran de llamar presidente y lo denominaran "representante", porque siempre ha sostenido "que quien ocupa esta representación de ninguna manera puede ser considerado como cabeza o titular de uno de los Poderes de la Unión", porque la titularidad recae en cada uno de los jueces, magistrados y ministros del Poder Judicial de la Federación. El efecto de esta particular forma de administrar ha generado dos lecturas entre los ministros de la SCJN, los consejeros de la Judicatura y los jueces y magistrados federales. Para unos, la decisión de Azuela tuvo un efecto negativo, pues en realidad "no tuvimos presidente", porque dejó toda la responsabilidad y el manejo del Poder Judicial en manos del CJF, de los comités de ministros, y de un círculo reducido de colaboradores que despidió o jubiló a muchos empleados especializados y con años de experiencia, para poder colocar a sus amigos y conocidos. Por eso, dicen, su administración, la cual culmina en diciembre, será recordada porque no hubo liderazgo ni un estadista al frente de la Corte. Para otros, Azuela no ejerció de manera autoritaria, sino más bien como "un demócrata", "un conciliador" que inauguró una nueva forma "de administración participativa" o, como algunos ya le llaman, "de presidencia compartida".