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De la arena al emporio hotelero

TEXTOISELA SERRANO . FOTO ESPERANZA OREA| El Universal
Sábado 05 de agosto de 2006
Los tiempos compartidos turísticos fueron la clave de su negocio

Ahora se da el lujo de construir una y otra carretera bautizándolas con su nombre o con el de su esposa; el empresario Ernesto Coppel lo hace mientras edifica sobre ellas un emporio inmobiliario y turístico denominado Pueblo Bonito. Sin embargo, antes de convertirse en desarrollador, llegó a deber 14 meses de renta y a pedir dinero prestado a los taxistas.

En 1970 su padre falleció y no tuvo más remedio que asumir la dirección de la empresa de venta de lanchas para pesca deportiva de su progenitor y que, asegura, "estaba al borde de la quiebra". La competencia la había devorado.

Tuvo que vender los muebles de su casa, y aun así no consiguió salvarla; luego abandonó el negocio pero su decisión se volvió un lastre. "El problema es él, Neto tiene mala suerte", comentaban en su natal puerto mazatleco.

Gracias al apoyo económico de su padre estudió Administración de Empresas en el Instituto Tecnológico de Monterrey; también intentó cursar una maestría, pero reprobó varias materias y perdió la beca.

Nadie quería contratarlo. No creían en él, la gente lo acusaba de vago y fracasado porque se refugiaba en el alcohol. Consiguió empleos donde le pagaban 6 mil pesos al mes, "me explotaban y no había perspectivas de crecimiento, debido a que esos negocios estaban a punto de cerrar", narra.

Un día conoció a Deen Rigal, propietario de los hoteles Islas del Sol, en Sinaloa, quien lo propuso vender tiempos compartidos, una modalidad de propiedad vacacional que estaba de moda en Mazatlán. Aceptó y al primer mes obtuvo 10 mil dólares de comisión.

Aprendió a mostrar el producto de la mejor manera y a convencer a los clientes. Obtenía comisiones de 10% y 15% por la venta de tiempos compartidos y de 5% por condominios completos.

Luego de año y medio vendió la propiedad El Dorado. Contrató a sus propios vendedores y a una secretaria, pero sus jefes le disminuyeron las comisiones argumentando que no las merecía, pues era mucho dinero. Renunció.

Con la venta de lo que hoy es el desarrollo turístico The Inn at Mazatlan obtuvo su primer millón de dólares, lo mismo que su cuñado Mark Kronemeyer, que laboraba también en esta industria.

Con préstamos bancarios, familiares y hasta de los trabajadores que quisieron apoyarlo, ambos emprendieron la construcción del primer hotel de la cadena Pueblo Bonito, un concepto de lujo en modalidad vacacional que fue todo un éxito. Surgieron socios y se edificó otro inmueble con el mismo concepto en Los Cabos, Baja California Sur. Hoy posee tres complejos turísticos y centenas de residencias vacacionales valuadas en 300 mil dólares cada una.

En 2005 fue reconocido por el Fondo Nacional de Fomento al Turismo (Fonatur) como el empresario turístico del año, y desde ese año preside la Asociación Mexicana de Desarrolladores Turísticos (Amdetur), que agrupa a 98% de los inversionistas en ese rubro.

Dice que es difícil ser rico y quisiera seguir siéndolo, pero disfrazado de pobre, "para que nadie me quite ni me pida nada". Asegura que no quiere gastar en tonterías como ropa y relojes, por lo que usa prendas "chafitas", así todo lo reinvierte, paga y vuelve a pedir crédito, y la gente cree que, por su posición económica, no podría usar objetos sin marca. "El tiempo compartido nadie lo para en México, el año pasado tan sólo, creció 21% más que en 2004 y lo mejor es que los estadounidenses están sedientos de comprar sol y playa", afirma.



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