Carceleros de senos
Juan Carlos Fragoso deja ver su filosa dentadura cuando me cuenta que soñó que se suicidaba con dos brassieres. Me lo dice al mismo tiempo que emula un ahorcamiento con una prenda rosa entre sus manos. Durante 15 años laboró como educador y artesano en prisión, hasta que encontró otro modo de ocupar su tiempo y obtener una mejor remuneración económica. Ahora está emocionado, pues lleva 12 meses confeccionando lencería para dama con esas manos que antes fueron torpes y que ahora maquilan con destreza brassieres que terminarán aprisionando los senos de mujeres que no conocerá jamás. Su pericia lo hizo escalar puestos en el taller que Vicky Form instaló hace un año en la penitenciaría de Santa Martha Acatitla, donde se encuentran los delincuentes más peligrosos de la ciudad de México. Ahora es jefe de deshebrado en esta pequeña fábrica, en la que trabajan a todo vapor 45 reos. Juan Carlos ingresó en la cárcel hace 16 años, acusado por un homicidio que le valió una sentencia de 35 años de encierro y actualmente espera con ansias que en 15 meses le conmuten la pena, porque se ha portado bien, porque ha trabajado mucho y porque hace 10 años que dejó de consumir drogas, méritos que el juez podría valorar para dejarlo en libertad antes de lo estipulado. Me cuesta trabajo imaginar que Juan Carlos fue uno de los narcosatánicos, involucrado en el asesinato del travesti Claudia Ivette, muerto por el líder de esa secta santera, la misma que escandalizó al país en 1989, cuando se descubrió que llevaban a cabo sacrificios humanos. Ahora parece todo un workaholic (adicto al trabajo) que pasa más de 10 horas diarias en el taller e, incluso, se pasea por las máquinas de costura los fines de semana, pues ello "me hace olvidar el lugar en el que estoy", dice. Me cuenta que antes miraba los pechos de las mujeres por el simple gusto de hacerlo y que ahora es capaz de adivinar la talla exacta del brassier que utiliza la que se le ponga enfrente. Me encojo de hombros como si pudiera escapar de su mirada, pero es inútil, de seguro ya conoce mi talla. El sostén que ahora descansa en sus manos se hizo en 10 minutos y 35 centésimas. Lo dice con orgullo. "Es un trabajo muy delicado, de especialistas", comenta Juan Carlos, quien ha pasado por casi todas las áreas del taller y ahora se encarga de verificar con rigor la calidad de todos los brassieres que se producen en la penitenciaría. Obviamente ya tenía investigados todos los detalles sobre esta última empresa, pero me faltaba hablar con los reos y observar cómo trabajan. La producción total asciende a un millón 200 mil prendas mensuales, de la cuales, la penitenciaría aporta en un solo turno 10 mil al mes. Los empresarios no tienen que pagar prestaciones, con lo que se reducen los costos de mano de obra en 30 por ciento . Los internos, por su parte, tienen un sueldo, aprenden un oficio, se disciplinan y crean una familia sustituta, una sociedad de convivencia. Cada dos días de trabajo, se les reduce uno de condena, y la administración del penal guarda en un fondo 30 por ciento de los ingresos de cada uno de los reclusos, para que al recobrar la libertad tengan con qué comenzar una nueva vida; el otro 70 por ciento se les entrega para sus gastos diarios Vicky Form les paga a los internos lo mismo que a los demás trabajadores de la empresa, un salario mínimo de 140 dólares mensuales. Aunque laborado por destajo pueden obtener hasta 400 dólares al mes. En otra pared observé un cartel con un pensamiento de Víctor Hugo: "La felicidad más grande de la vida es convencernos de que somos amados por nosotros mismos. O más bien, que somos amados a pesar de nosotros mismos". Evaristo Carrasco, gerente del taller de Vicky Form en el penal, lo colocó ahí para motivar a los empleados. La pequeña fábrica es la única administrada por internos, a excepción de Leonardo Ayala, el costurero muestrista que funge como enlace entre la empresa y el taller. La odisea de confeccionar lencería en prisión no ha sido fácil, me confió Abel Leiva, director de Producción de la empresa, con nueve años en Vicky Form y más de mil 800 empleados a su cargo. Una de sus funciones consiste en supervisar el taller del penal. Me dijo que han capacitado a muchos reclusos pero que son pocos los que forman parte de la planta permanente de obreros, pues para llegar a los 45 que ahora laboran, tuvieron que capacitar a 135. No obstante, Leiva me señaló que "nada me gustaría más que tener a cualquiera de ellos como empleado en cualquiera de mis talleres" (fuera de la cárcel, supervisa 27 centros de trabajo), y es que todos tienen la promesa de que al salir de Santa Martha tendrán trabajo en Vicky Form, "pues son eficientes y honestos". Este taller-prisión no reporta ningún robo ni extravío de prendas y en breve los reclusos capacitarán a internas del Reclusorio Femenil de Santa Martha Acatitla. Miré las 40 máquinas de coser, los carretes de hilo no cesaban de dar vueltas al tiempo que los reos deslizaban las telas lentamente. Las copas amarillas y rosas se apilaban en algunas mesas, los tirantes se amontonaban en otras. Me acerqué a un hombrezote moreno que purga una condena por homicidio, al que llaman El Tyson, quien me dijo sin pensarlo dos veces: "Dios me dio el privilegio de quitar un brassier con dos dedos, ahora tengo el privilegio de hacer brassieres con ambas manos". Al salir del penal caí en la cuenta de que estos hombres de manos que delinquieron se dedican a confeccionar prisiones para los senos. Los brassieres que hicieron estos carceleros de los pechos terminarán embelleciendo a mujeres que no sospecharán que esas copas rosas o amarillas fueron acariciadas por un asesino, un violador, un secuestrador o un raterillo. La idea está lejos de parecerme aterradora y creo que puede provocar algunas fantasías. (Versión resumida del texto publicado en la actual edición de la revista Gatopardo/México)
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Aquí se establecieron hace un año, además de los talleres artesanales (que ya tienen muchos años), tres empresas industriales: Oreda, que hace joyería; Enkaplast, que realiza artículos plásticos, y Vicky Form, que confecciona lencería.
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Cuando por fin ingresé al taller de Vicky Form, lo primero que llamó mi atención fueron las grandes banderolas (banners) con fotografías de chicas modelando lencería. Pensé que los reos debían distraerse con semejantes bellezas.