Futbol: de cómo se les cayó la mentira
Cuando los dirigentes de la Federación Mexicana de Futbol (FMF) decidieron ceder a la presión de los jugadores del equipo nacional de no revelar, bajo ninguna circunstancia, la verdad sobre el caso de Salvador Carmona y Aarón Galindo, fallaron en una cuestión clave que los maestros del complot conocen bien: el control de la información. Apenas unas horas después de la reunión en el hotel en el que se hospedó el equipo en Barsinghausen, Alemania, donde se decidió guardar el secreto apelando a un "código interno", en México se sabía que se trataba de un caso de examen antidoping positivo. Todavía no comenzaban a contar las primeras mentiras, cuando varios periódicos estaban buscando las fuentes inatacables que pudieran avalar la versión, para ponerla por escrito. ¿Cómo iban a guardar un secreto de ese tamaño si a esas horas hasta mandos medios y bajos de la FMF conocían la verdad? Eso implica a decenas de personas que escucharon una conversación, vieron un fax o platicaron con un dirigente que les contó todos los detalles. Y después, como producto del enrarecido ambiente laboral interno, que incluye escuchas telefónicas, interrogatorios, rastro de correos electrónicos y vigilancia electrónica, los dispuestos a contar lo que sabían eran muchos. Así fue que se les desmoronó el escenario construido. Como no imaginaban la fuga de información, se atrevieron a entregarle a la FIFA un documento justificando con una "indisciplina grave" el hecho de que habían tenido que mandar de regreso a casa a dos jugadores titulares indiscutibles del equipo. Pero cuando supieron que la verdad ya se sabía, se pusieron nerviosos. La táctica de los dirigentes del futbol mexicano cambió a filtrar rumores falsos y sembrar la duda sobre la honorabilidad de los jugadores implicados. Les parecía más conveniente que se pensara en Carmona y Galindo como tipos indecentes, antes de que la FIFA se diera cuenta de que había sido engañada, ¡y por escrito! Guillermo Cantú, responsable administrativo de la Selección Nacional, dijo en esa línea que si se sabía la verdad de lo acontecido, los jugadores no podrían ver a sus familias a la cara. Los únicos que se creyeron lo del "código", la "indisciplina grave" y las "diferencias económicas", fueron los dirigentes de la FIFA. Tan convencidos estaban que el 22 de junio por la mañana el propio Franz Beckenbauer, presidente del Comité Organizador de la Copa del Mundo Alemania 2006, aseguró públicamente que lo de México no era un caso de dopaje. Y lo hizo en nombre de Joseph Blatter, presidente del organismo. Pero a esas horas los dos principales portales de noticias en internet de México y del mundo informaban que se trataba de dopaje. Ante la avalancha informativa, la FIFA comenzó a sospechar y exigió una aclaración a los mexicanos. La mentira había sido descubierta. En la madrugada del 23 de junio en Zurich, De la Torre tuvo que admitir públicamente que se trataba de un dopaje positivo, confirmó la sustancia y, lleno de indignación, acusó a la prensa por haber estropeado el engaño. Ahora, De la Torre tendrá que enfrentar las consecuencias de las decisiones que tomó y que le han costado a la asociación que dirige la multa (casi 600 mil dólares) más alta que ha aplicado la FIFA en su historia, que no la peor, porque esa se dictó en 1988 y México se perdió el Mundial de Italia 90 por el escándalo de los cachirules.
Otro patinazo
En otro patinazo, decidieron apoyar la versión de un diario deportivo según la cual hubo un grave desacuerdo económico, y para sustentarla, Rubén Omar Romano, el técnico del Cruz Azul, hoy con paradero desconocido, aseguró que sus jugadores así se lo habían confesado.





