"Pepe" el pollo es inocente
AUMENTO. Según datos de la Unión Avícola, el consumo per cápita de pollo en México creció en 59% de 1994 a 2013, mientras que su producción tuvo un aumento de 110% en el mismo periodo, pese a los mitos que giran en torno a este producto. (Foto: LUIS CORTÉS Y GERMÁN ESPINOSA / EL UNIVERSAL )
En la cena prenavideña con sus amigas, Mónica, una amiga mía, bajita y poco expresiva, soltó de sopetón que su hija Hanna, de apenas siete años, tenía pubertad precoz central, un trastorno por el que en los últimos meses le habían brotado botones mamarios debajo de sus pezones y sus axilas habían empezado a desprender el olor característico de la adolescencia. Cada 28 días tenían que inyectarle Pamorelín, una hormona gonadotropina para regular su desarrollo. Entre copas de Merlot, pasta, ensalada, camarones y pulpo, Mónica nos contó a sus compañeras de secundaria, quienes nos reunimos anualmente en Querétaro, que la ingesta de pollo podía ser la razón por la cual su hija había desarrollado ese trastorno, por lo que la endocrinóloga le pidió que lo quitara de inmediato de su dieta.
Hanna, una niña delgada y de ojos enormes y expresivos como los de su madre, inició el tratamiento y dejó de comer pollo. A Mónica le preocupaba que se desarrollara mucho antes que sus amigas de segundo de primaria y esto le causara algún tipo de complejo. Pero con el ave fuera de su dieta y el tratamiento hormonal los botones desaparecieron, junto con el fuerte olor de las axilas y el dolor de huesos.
El de Hanna no fue el primer caso que había escuchado sobre las consecuencias de consumir pollo. Entre los rumores se hablaba de que las hormonas que les inyectan a estas aves hacen que a las mujeres les crezcan los senos o se desarrollen de manera prematura. También se les han adjudicado brotes de salmonela debido a prácticas poco sanitarias y a que se venden contaminadas. Incluso, se reportaron casos en los que el pollo desarrollaba la bacteria E. Coli, causante de diarreas hemorrágicas y graves infecciones de las vías urinarias.
En Estados Unidos, la Food and Drug Administration (FDA) admitió el año pasado que el pollo que se consume en ese país contiene cantidades de arsénico perjudiciales para la salud, y hace un par de meses McDonald’s declaró que retiraría paulatinamente el pollo con antibióticos de sus restaurantes. Me pregunté entonces: ¿Es realmente tan malo para la salud?
Posturas encontradas
Ricardo Cuetos, veterinario zootecnista por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y miembro de la Unión Nacional de Avicultores (UNA), es uno de los defensores a ultranza de los beneficios del pollo.
“Actualmente tenemos pollos que genéticamente, en 49 días, llegan a producir más de tres kilos de peso”, comentó durante la entrevista en la sede de la UNA. Además de la genética, Cuetos sostuvo que esto se lograba gracias a una alimentación balanceada y manteniendo a las aves libres de patógenos.
Entonces le pregunté directamente si se les administraban hormonas para acelerar su crecimiento. Cuetos respondió tajante: “Son totalmente mitos. Nunca se han usado hormonas. Estos mitos se generan por ignorancia, y además hay intereses comerciales. La carne de pollo, al igual que el huevo, es la proteína más barata y nutritiva que hay en el mundo”.
Eric Estrada, biólogo de la Universidad de Chapingo, me dijo que un pollo en condiciones normales, fuera de las granjas de producción avícola, tarda 10 meses en pesar tres kilos, y que no era normal lo que sucede en esos lugares, en donde en tan sólo 45 días alcanzan ese peso.
Según datos de la Unión Avícola, el consumo per cápita de pollo en México creció en 59% de 1994 a 2013, mientras que la producción tuvo un aumento de 110% en el mismo periodo, y el número de empleos que generó la industria creció 70%. Cifras nada despreciables para entender la importancia estratégica del sector en México y la insistencia por cuidar su prestigio.
Estrada, conocido por descubrir el poder de la hierba del sapo para disolver la grasa del hígado, encontrar que la galcimia es útil para el tratamiento del mal de Parkinson y que la corteza de guasimá es eficaz contra la diabetes en 92% (según sus propias palabras), fue autor de un estudio en Texcoco en el que descubrió que el consumo de pollo había acelerado el desarrollo de niñas de entre ocho y nueve años.
El investigador encontró, a partir de entrevistas y consultas a 5 mil 342 niñas sobre la edad en que iniciaron la menstruación, que aquellas que comenzaron a edades más tempranas declararon comer con frecuencia pollo, huevo y leche. A las chicas que dejaron de consumir este alimento se les retiró la regla.
Inicié una larga tramitología burocrática de más de un mes para entrevistar a Raúl Calzada, quien además de haber tratado a la hija de otra amiga cuya menstruación también se adelantó, ahora es el jefe de Endocrinología del Instituto Nacional de Pediatría. Entre risas y llantos de niños, que las delgadas puertas de su consultorio no lograban aislar, Calzada me dijo: “La pubertad precoz ocurre porque la hipófisis o el hipotálamo de repente dejan de funcionar y empiezan a generar hormonas antes de tiempo”. Lo primero que debe hacer el médico cuando se presenta esta condición es descartar tumores, infecciones, malformaciones o falta de oxigenación en el cerebro durante el nacimiento.
Cuando le pregunté si el consumo de pollo tiene relación con la pubertad precoz, me respondió que en Puerto Rico —en los años 70— un avicultor administró altas dosis de estrógenos a sus pollos para que crecieran más rápido. Esto provocó una epidemia de telarca, es decir, crecimiento del busto sin ninguna otra de las condiciones que acompañan a la pubertad. El productor se vio obligado a dejar de administrar las hormonas a las aves, y todos aquellos —hombres y mujeres, niños y niñas— a quienes les había crecido el pecho volvieron a su talla normal; algunos felices, otras no tanto.
Calzada contestó que “todos los productos industrializados, llámense verduras, frutas, carne, leche, llámese lo que quiera, contienen una enorme cantidad de sustancias ajenas al cuerpo”. En cuanto a los productos cárnicos, dijo, está regulado por la ley mexicana (la cual es “muy laxa”, indicó) que se administren estrógenos a las aves y clenbuterol a las reses para acelerar su crecimiento. Sin embargo, el doctor aclaró que se han hecho numerosos estudios en todo el mundo y que ninguno ha demostrado que comer pollo o cualquier alimento con hormonas provoque pubertad precoz.
La prueba final
Ante los rumores y versiones encontradas de los especialistas, compré pollo en distintos lugares para llevarlos a analizar a un laboratorio certificado por el Servicio Nacional de Sanidad, Inocuidad y Calidad Agroalimentaria (Senasica), que dictamina qué productos son viables para comercializarlos para consumo humano. De esta manera no habría duda de que los datos serían fidedignos y, sobre todo, apegados a lo que determina la ley mexicana como inocuos.
Pero el único laboratorio que hay en la ciudad de México no realizaba las pruebas que necesitábamos (arsénico, hormonas, antibióticos y metales pesados) para intentar probar qué tantas sustancias dañinas para el cuerpo humano contiene esta ave. Pronto encontré un laboratorio en Texcoco, llamado Gisena, que además recogía las muestras en la ciudad de México.
Después de una travesía por el mercado El Reloj, Wal Mart, Chedraui y KFC, empaqué la carne en bolsas transparentes de plástico con un número distinto para que sólo yo supiera a qué tienda correspondían. Me reuní con el representante del laboratorio y entregué las muestras. Sólo quedaba esperar los resultados.
Dos semanas después me encontré, junto a las variables analizadas en cada muestra, una larga lista de N.D, que significa No Detectado. La ciencia atajó los rumores y, según los resultados de estas muestras, no hay riesgo al comer pollo. No más que el de cualquier otro alimento.
Hanna, no obstante, sigue sin comer esta ave. Llora cada vez que le inyectan la gonadotropina, pero al final siempre dice: “Me aguanto porque no quiero ser señorita tan pronto”.